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Jose Mari Esparza, carta a David Jaime Dean |

El tafallés David Jaime (1887-1949) es uno de los personajes más interesantes del republicanismo vasconavarro, que se comprometió con pasión, hasta su muerte en el exilio, con una Navarra laica, republicana, de izquierdas, euskaldun y unida, sin perder su autonomía, al resto de Euskal Herria. Esta es la carta que Jose Mari Esparza le escribió en el prólogo del libro Nuestro pueblo despertará. David Jaime y la República vasconavarra.

Sr. don David Jaime Dean

Estimado paisano:

Tras muchos años de retraso, abordo por fin la redacción de su biografía. La tenía pendiente desde 1985, cuando en el libro Un camino cortado comencé a pergeñar su paso por este mundo. Volví a recordarlo en Navarra 1936. De la esperanza al terror, cuya génesis tuvo usted en sus manos, vía don Manuel Irujo, allá por el año 1946. Más tarde lo cité en otros libros, artículos de prensa, conferencias y exposiciones, pero siempre volvía a cerrar una gran carpeta azul con el epígrafe “David Jaime. Consejo de Navarra”, cuyo lomo seguía interpelándome desde el anaquel de mi biblioteca. Por fin llegó la hora de intimar con usted a fondo.

Ya sé que no es fácil conversar con alguien nacido en el siglo XIX y fallecido hace 67 años, pero usted dejó bastante rastro en instituciones, correspondencia, prensa y testimonios, así que puedo aseverarle que lo conozco como nadie de mis coetáneos. Es más, lo tengo en tan alta estima que muchas veces, cuando suelto rienda a mi imaginación, converso con usted como un correligionario más, y tenemos apasionados debates sobre la transformación social, el ideal republicano, la Vasconia irredenta, la Navarra oprimida. Y en su depurado vascuence me cuenta sus pasos por Eugi y Etxarri; su aprendizaje con su padre y otros viejos Voluntarios de la Libertad, testigos de la Primera República; sus aventuras en América; su tormentoso regreso marítimo; sus artes de adivino; sus compromisos políticos; la odisea de su fuga y su última trinchera en el exilio. Hubiéramos sido buenos amigos.

No es solo mi cariño hacia su persona el estribo de este libro. Más me estimula la sorprendente actualidad de su figura y de su ideario, que conviene recuperar, actualizar y devolver a la escena política. No se puede imaginar, don David, la desmemoria que impera en muchos de los que hablan de la memoria histórica. La Transición, esa pamema que usted no llegó a conocer, fue ante todo, lo dice Gregorio Morán, un descomunal  “proceso de desmemorización”.

Un Borbón vitando -como lo adjetivaría usted- perjuro franquista, vicioso genético y sin más luces que las que le presta el sol, ha dirigido nuestros destinos durante cuatro décadas, merced a algunos que militaron con usted en el Frente Popular.

Le sorprendería ver cómo los militares, a los que su admirado Azaña quiso traer a mandamiento, han condicionado esta etapa a base de tintineos de sables y sanjurjadas. O contemplar a los descendientes de los fascistas campear por Navarra, al paso de oca que marca el Diario de Navarra. Usted, que fuera el primer diputado navarro en proponer y conseguir la oficialidad del vascuence en Navarra, se entristecería al ver que sigue siendo cuestión pendiente, y que la lengua de los navarros se pisa con tenacidad de mulo

Pero es el tema de la territorialidad vasconavarra lo más sangrante. Ya sé que usted no era nacionalista vasco y sentíase cómodo en la esperanza de una España federal, pero no creería las cosas que hoy día dicen de su amada Euskal Herria (ese “bastión indomable de los valores republicanos”, que decía usted) y de la unidad de todos los vascos por la que tanto bregó. Y no solo eso, sino que precisamente la combaten diciendo que usted, y sus compañeros del Frente Popular, jamás fueron partidarios del Estatuto vasco. ¿Se imagina qué diría su amigo Constantino Salinas, Julia Álvarez o Jesús Boneta si leyeran eso en las actas del PSOE de 1981?

Navarra ha enloquecido, pensará usted. Es como si el sueño de Pradera y Garcilaso se hubiera hecho pesadilla vitalicia entre nosotros. Como si el Diario de Navarra, que ustedes motejaban verdugo de la democracia en nuestra tierra, tenga que ser el sudario de papel con el que nos entierren a todos.

Mas no se entristezca, don David: republicanos y vascos haylos todavía en Navarra, aunque de nuevas hechuras. Desdichadamente, nada queda del conspicuo republicanismo que usted representara y que fue especialmente extirpado de nuestro cuerpo político. Ustedes eran demasiado peligrosos. Y así acabaron. Todavía andamos por los rastrojos, buscando sus huesos y sus ideales. Al fin y al cabo, una nación que pierde hijos por no transigir con la injusticia, es más grande por los que se van que por los que se quedan.

Ha sido un placer seguirles y recuperar sus proclamas. ¡Cuánto empeño por unir a los republicanos! ¡Cuánto amor a nuestra tierra! ¡Qué obsesión porque el Estatuto vasco pusiera al fin a Navarra en la senda del progreso y del libre pensamiento! ¡Cuánto deberían aprender de ustedes algunos sedicentes republicanos, de memoria de piojo y hábiles mareadores de perdices identitarias! ¡Qué claro tenían que lo de “Navarra sola” era solo cebo del caciquismo!

Por último, me hubiera gustado discutir con usted sobre el continente y el contenido de la próxima República que anhelamos. Usted murió soñando (el sueño, ese bálsamo de las frustraciones) una III República Federal, pero ha llovido bastante desde entonces. Su familia, por ejemplo, ha sufrido mucho, tanto o más que usted, por una Primera República Vasca. ¿Acaso son contradictorias? ¿Una no debe coadyuvar a la otra? ¿Puede entenderse una República verdadera que no respete el derecho a decidir de los pueblos? Y dentro o fuera de una España federal, ¿tiene sentido una República que no sea vasconavarra? ¿Tendría futuro?

Por todo esto quería traer a las mientes su legado. Para ayudar a los de mi tiempo a romper, o a desenredar, el nudo gordiano de nuestra identidad política. Con este libro he cumplido mi promesa, don David. Que la tierra le sea leve.

Jose Mari Esparza Zabalegi

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