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La invasión del Valle de Arán · La guerrilla antifranquista | Andrés Sorel

En este libro, Andrés Sorel recoge el testimonio de aquellos guerrilleros, llamados maquis en el lenguaje popular y luchadores antifranquistas en el político, que combatieron al fascismo desde los montes, escondidos entre la bruma de los arroyos, la oscuridad de las cuevas o los árboles del bosque. Recuperamos en este artículo el capítulo dedicado a la invasión del Valle de Arán, uno de los hitos de la resistencia armada contra el franquismo.

En los Pirineos Centrales, camino del Alto Garona, Lérida y Huesca, por alturas que oscilan entre los 2.000 y 2.700 metros, se encuentra este valle de cerca de 500 kilómetros cuadrados de superficie, poblado por pastores y leñadores que apenas si tienen comunicación con el resto de España, bloqueadas gran parte del año por la nieve sus dos únicas carreteras. Abetos, hayas, olmos, ganado, algunos cereales y leguminosas dan vida a esta extraña comunidad largo tiempo disputada a España por los franceses, y de la que su dialecto es una clara muestra de la difícil asimilación étnica de un pueblo determinado.

Cuando en el vencimiento del año 1944 se planea, en  días de fiebre y entusiasmo, la invasión del territorio español por parte de 2.000 guerrilleros españoles en Francia, algunos comunistas muestran su disconformidad con el proyecto en una agitada reunión tenida en el mes de septiembre, y prefieren una penetración lenta, goteada, sobre distintos lugares de la Península, para en un momento determinado, y con el apoyo de grupos de patriotas españoles, incidir sobre medios de comunicación, centros de producción, locales de la Falange, etc., en un gigantesco y espectacular golpe propagandístico. Piensan además estos hombres que es una arriesgada aventura, quizá prematura, en la que se van a exponer las mejores fuerzas del Partido, al que se restarán hombres si, como parece previsible, no tiene éxito. Encuentran preferible esperar a una acción futura más meditada y coherente.

Pero las críticas no son aceptadas: los hombres preparan ya las armas para reiniciar la contienda. Esperan que, a su llegada, las fuerzas falangistas, cuya moral presuponen completamente caída, se van a desmoronar, y que, iniciada la batalla, los aliados considerarán a España como parte del combate que va a barrer definitivamente el fascismo de Europa.

Y los hombres se ponen en marcha.

Uno de sus protagonistas me relataría la historia que transcribo a continuación:

Tres pueblos hay a la entrada del valle. El paso lo realizamos sin dificultad. Entramos con dos blindados, un cañón del siete y medio, y tomamos tres o cuatro pueblos, no puedo precisarlo, sin encontrar resistencia. Tomamos como prisioneros a varios guardias civiles, policías y militares, y la operación se quedó atascada allí. Luego ya se sabe: vino de América Santiago Carrillo y mandó salir a todos del valle. Creo que el número de los que entramos oscilaba alrededor de los 2.000. Estuvimos unos diez días. Y en este tiempo, Franco no tomó ninguna medida. ¿Temía quizá que al hacerlo recibiéramos apoyo internacional? Fue cuando el derrumbamiento del segundo frente. Y, precisamente por no habernos atacado, nos retiramos sin bajas.

Luego, tras nuestra retirada, ya sí se tomaron medidas.

Las cosas no fueron como las cuenta Comín Colomer. Nos concentramos todos a la altura del Valle de Arán. No había la cantidad de brigadas que él dice. Y la operación, por otra parte, se le dio a López Tovar y no a Luis Fernández. Si llegamos a tener más de 2.000 hombres, como Comín dice, seguimos al interior, no nos para nadie.

Faltaba conocimiento de la situación política del país. Gracias a Carrillo que nos sacó. De no hacerlo así, aislados como estábamos, nos hacen una masacre.

Algunos grupos de los que entraron en el valle se quedaron por allá, cerca. Otros se internaron demasiado. Y entre éstos hubo muchos prisioneros. Aunque alguno logró pasar al interior de España.

El libro de Rodríguez del Castillo, en un pequeño apartado, se refiere a este tema. Dice:

En otoño de 1944, núcleos comunistas del Mediterráneo francés deciden la invasión armada de España. El PC francés proporciona armas y municiones.

Fines: creación de un frente militar más o menos estabilizado en España que obligase a intervenir a los ejércitos anglosajones. Conquista de una capital de provincia española en la que se constituyese un gobierno exiliado republicano para ser reconocido por las potencias occidentales.

Tomás Cossías ofrece amplio espacio al tema. Extractamos algunas notas de su estudio.

Se ha elegido el Valle de Arán para la entrada en España, y desde allí irradiarse hacia Aragón y Cataluña. Las escasas fuerzas españolas que guarnecen aquella zona se ven sorprendidas un amanecer por las fuerzas comunistas, y luchan heroicamente o se retiran para ganar tiempo hasta que el Ejército y nuevas fuerzas de la Guardia Civil y de la Policía Armada acudan en su ayuda. En efecto, la reacción es inmediata. Se inicia una maniobra de cerco por tropas alpinas que se filtran en la retaguardia de la línea de invasores, por lo que éstas, para evitar el copo, han de retirarse nuevamente.

Como hemos visto, lograron un cierto éxito inicial y en su retirada sufrieron no muchas bajas, pero ocurrió algo que dio al traste con las esperanzas de Quiñones y Mariano, que seguían obstinados pensando en la posibilidad de nuevos intentos de invasión. Y ese algo es la llegada a Francia desde América de Santiago Carrillo, que trae plenos poderes del Buró Político… Carrillo se presenta en el mismo Valle de Arán, se apea del coche en que ha venido desde el Cuartel General del mariscal Tito y ordena la retirada. Los jefes comunistas braman de ira ante el error cometido de invadir la península Ibérica en forma abierta y violenta, contradiciendo así la táctica tradicional del comunismo, que es la lucha tras la infiltración: infiltración en el doble sentido: político y militar.

Más escueta es la descripción de Comín Colomer:

10.000 hombres con armas se concentran en Montlucon,  Páez y Barbarán. En camiones llegan a la frontera y pasan por las proximidades de Hospitalet, proximidades de Andorra. Ocuparon Viella. Santiago Carrillo ordena, con plenos poderes del Buró Político, la retirada, lo que salva a la mayor parte de la columna.

Se respeta la vida de los prisioneros. Se crean organismos de gobierno que tienen una efímera vida. Los habitantes del valle no terminan de comprender lo que está sucediendo. Su vida era muy simple y apenas tenían noticias de cuanto ocurría en España y en el mundo. El trabajo. La comida. El sueño. La procreación. Sol y riachuelos deshelados al llegar la primavera. Pronta nieve en el otoño. Sombras largas horas del día, que se corren desde la hondonada al cinturón de montañas que de alguna forma les ha hecho prisioneros y libres. Siete villas, entre lagos, estanques, pequeños ríos, pastos y vegetación exuberante, pronto níveos y desolados páramos… Hasta que un día todo termina, hasta que vuelve la paz, tras los interrogatorios, las detenciones, el fin de la imprevista aventura que para muchos, de alguna forma, cambió, rompió, amargó, enriqueció sus vidas.

Enrique Líster dice que «con la visita de los guerrilleros, muchos pueblos vivían unas horas o unos días de libertad; veían ondear en la torre de la iglesia o en el ayuntamiento la bandera republicana que les daba confianza en que el franquismo no sería eterno y la República volvería».

Según Aguado murieron cinco guardias civiles y nueve resultaron heridos. Y el contingente que entró en España a partir de la noche del 18 de octubre, cruzando entre el Portillón y Puente del Rey la frontera, fue de unos 3.000 hombres a los que debe unirse otra cantidad similar infiltrada a través de Roncal o Roncesvalles.

El general Moscardó acudió a Viella. Y la represión, que califica de violenta, fue llevada a cabo por varios batallones de Cazadores de Montaña de la 42 División. El de Albuera fue especialmente feroz: murieron 27 maquis, 238 resultaron heridos y 18 prisioneros. En el batallón hubo 9 muertos y 14 heridos. En total, las bajas del Ejército se situaron en 32 muertos, por 129 de los maquis, aparte de los 218 prisioneros y varios centenares de heridos.

Noviembre fue mes de represión ya indiscriminada, llevada a cabo por la Guardia Civil y la Policía Armada. Os de Balaguer, Almacellas, Juneda, Almenar, Bellmut, Pobla de Segur, Borjas Blanca, Roselló, Pont de Suert, Ibars de Urgel, tarda rían mucho tiempo en olvidar el terror impuesto por las fuerzas represoras que extendieron «su labor de limpieza», expresa Aguado, al sureste de Lérida y al valle de Noguera-Ribagorzana.

Medio siglo después, en sus memorias, Santiago Carrillo recrearía a su manera aquella historia:

La agrupación guerrillera estaba organizada en divisiones: el grueso de éstas había invadido el Valle de Arán, poniendo en fuga las pequeñas guarniciones franquistas allí estacionadas. Otras divisiones habían penetrado por diversos puntos de la frontera; pero mientras en el Valle de Arán el mando había entrado y se había situado entre las posiciones guerrilleras, en los otros sectores de Estado Mayor de las divisiones se había establecido en territorio francés con lo cual había perdido el contacto.

Decidí salir con el general Luis Fernández y con los camaradas más responsables hacia el Valle de Arán. Allí nos reunimos con los jefes de la fuerza guerrillera, a cuyo frente estaba el coronel Tovar. Nuestro armamento consistía en metralletas y ametralladoras y algún cañón ligero. Para un golpe de mano guerrillero por sorpresa podía servir. Pero a la salida del túnel de Viella y en torno al valle estaba esperándonos el general Moscardó con varias decenas de miles de soldados, tanques y artillería, en conjunto una fuerza contra la que no teníamos ninguna posibilidad. Permanecer en el Valle de Arán no hubiera tenido sentido; nos desalojarían fácilmente y avanzar por el túnel de Viella, como pensaban algunos, era meterse de cabeza en una trampa. En aquella situación no me costó trabajo convencerles de que aceptaran organizar la retirada, que se llevó a cabo sin novedad, volviendo a las bases de la agrupación en Francia. La agrupación guerrillera fue transformándose en una gran empresa comercial, dedicada al corte de leña y a la repoblación forestal, que albergaba las escuelas de formación del partido, el entrenamiento, que se autofinanciaba con su producción, hasta que cambió la situación y el partido decidió suspender la acción guerrillera.

Cuanto se ha dicho sobre el nombramiento de Líster como general de los guerrilleros es una pura fantasía: el único camarada que tuvo en Francia ese título fue Luis Fernández.

La invasión del Valle de Arán ha sido tratada ampliamente. Nadie duda de su fracaso. De la responsabilidad del PCE, que la impulsa y termina sin comprometerse a fondo. Del propio Carrillo, que aprovechó la ocasión para deshacerse de Jesús Monzón. De la megalomanía del dirigente López Tovar, que declararía: «Yo redacté la Orden General de Operaciones y la hice cumplir, pero estaba seguro de que no conseguiríamos nada. Por eso al mismo tiempo que tomé las medidas para atacar y ocupar los pueblos preparé la retirada». Tal vez pensó más en ésta que en considerar la importancia que pudo tener el involucrarse más en la operación, aprovechar aquel caudal humano que alcanzaba al otro lado de los Pirineos los 10.000 hombres para desarrollar una verdadera ofensiva y obligar a que –ya se vislumbraba la borrachera de la victoria sobre los nazis– los aliados tomaran alguna medida contra el franquismo y apoyaran a los combatientes. Claro que, si el Partido Comunista realizaba una política sectaria y siempre al dictado de Moscú, los disidentes como Jesús Monzón cumplirían apenas diez años de cárcel y terminarían siendo dirigentes de empresas del Opus Dei al decir de Serrano.

Queda muy lejos aquel amanecer del 19 de octubre del año 1944. Aquella mirada sobre pueblos que contemplaban –entre el estupor y la desconfianza más que entusiasmo– a quienes desde Bossóts se desparraman por una decena de aldeas explicando la buena nueva de la Reconquista de España. Todo termina a las puertas de Viella: luchar o regresar al exilio y esperar a que otros resuelvan el problema. Y optaron por esto último. El puerto de La Bonaigua quedaba para los conquistadores ciclistas. Y el teniente general Rafael García Valiño podía, a partir del 28 de octubre, contar en los casinos, residencias de oficiales, cuartos de bandera, sus nuevas hazañas bélicas. El más de un centenar de muertos, los heridos y prisioneros, los exiliados, los derrotados y amargados republicanos, no contaron nada. Ellos son sólo estadística, no seres humanos. Las voces también las monopolizan los dirigentes.

Andrés Sorel. Fragmento del libro La guerrilla antifranquista.

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