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Karl Marx contra Karl Lagerfeld: ¿quién paga realmente por la moda?

Manual anticapitalista de la moda, de Tansy E. Hoskins, se adentra en el fascinante mundo de la moda, explorando sus fábricas de consumismo para mostrarnos a los auténticos beneficiarios de la explotación, y diseccionando la relación vampírica de la moda con el planeta y con nuestros cuerpos para descubrir qué la hace tan dañina. Este artículo de Deirdre McQuillan fue publicado originalmente en el Irish Times. Traducción de Lorenzo Arroyo Plaza.

¿Qué tiene que ver Karl Marx con Karl Lagerfeld? Esa es la cuestión planteada por Tansy Hoskins en esta polémica diligentemente investigada y desafiantemente anticapitalista que acusa a la industria de la moda de una plétora de crímenes: talleres y fábricas donde se explota a trabajadores y trabajadoras, trabajo infantil, devastación medioambiental, racismo y alienación.

Al mismo tiempo, la autora encuentra la moda “verdaderamente gloriosa y cautivadora… e inspiradora”, aunque estos aspectos no son ni con mucho explorados tan a modo de forense. Esto es una lástima, ya que ella no llega a explicar adecuadamente la popularidad y creatividad de la moda, su poder transformador y comunicativo, su capacidad para reflejar el cambio social y su fascinación para escritores, filósofos e historiadores.

Hoskins es una joven escritora y activista británica que ha trabajado para la coalición Stop the War (Deten la guerra) y CND (Campaign for Nuclear Disarmament = Campaña para el Desarme Nuclear), y es la fundadora de acontecimientos en el Reino Unido que unen cultura y política. Su intención era “descoser un poco del capitalismo”, y la moda era un blanco convincente.

Con Marx siempre a su lado, junto con críticos sociales pesos pesados tales como Walter Benjamin, Terry Eagleton, Roland Barthes y John Berger, por no hablar de una bibliografía de unos 300 libros y 800 referencias, su arsenal de fuego es formidable.

Inundado de multimillonarios

Los hechos hablan por sí mismos. La industria de la moda global vale 1,1 billones de euros al año. Treinta y cinco marcas controlan el 60 por ciento del mercado de artículos de lujo. La moda para el mercado de masas está “inundada de multimillonarios”, hombres tales como Stefan Persson, quien heredó H&M de su padre y adquirió un pueblo entero de Hampshire por 30 millones de euros en 2009; Bernard Arnault, el individuo más rico de Europa, que preside el imperio LVHM, con Dior, Celine y Marc Jacobs en su haber; los hermanos Andic, multimillonarios turcos que son dueños de Mango; y Amancio Ortega de Inditex, que es dueño de Zara y Massimo Dutti, y que es el tercer hombre más rico del mundo.

Estos conglomerados de empresas gastan millones en sus marcas, con los mayores beneficios obtenidos de artículos para el mercado de masas tales como el perfume, donde son típicos márgenes del 30 al 40 por ciento. Los bolsos de lujo se venden por entre 10 y 12  veces lo que cuesta producirlos. 

Hoskins cita al director creativo de Bottega Veneta sobre el fenómeno del It Bag (Bolso It): “Son gilipolleces de mierda totalmente comercializadas. Haces un bolso, lo mandas a un par de celebridades, consigues que los paparazzi disparen justo en el momento en que salen de su casa. Vendes eso a los tabloides y dices en una revista que hay una lista de espera”.

Los medios de comunicación de moda, señala, son también propiedad (con la excepción de unas pocas revistas independientes) de unas pocas compañías, tales como Condé Nast (VogueGlamour y GQ, entre otros) e IPC (Marie ClaireIn Style). Según un antiguo editor de Vogue, “Los fríos y duros hechos de la edición de revistas significan que los que ponen anuncios consiguen cobertura informativa editorial”. 

Hay ahora millones de blogs de moda, pero argumenta que muchos blogueros de éxito tales como The Sartorialist pueden ser vistos como poco más que relaciones públicas corporativas disfrazadas de opinión independiente.

Hoskins presta escasa atención a la noción del consumidor como rey, también, y explora teorías marxistas de valor de cambio contra valor de uso, junto con la noción del fetichismo de la mercancía, aunque se concentra más en el valor de cambio que en el de uso.

El vestido de Kate Middleton

Uno de los argumentos más fuertes a favor de mejoras en los salarios es que se podrían duplicar sin un impacto perceptible sobre el precio de la ropa. Se descubrió que un vestido llevado por Kate Middleton a la Casa Blanca había sido hecho en una planta explotadora rumana por trabajadoras a las que se pagaba solo 99 peniques (1,27 euros) a la hora. El precio de venta al público del vestido, de Reiss, era de 175 libras (222 euros). Si se hubieran duplicado los salarios, el vestido habría costado 178,15 libras (226 euros).

Cuando se estancaron los esfuerzos de Bono y su mujer, Ali Hewson, para revitalizar la fabricación de ropa en África con la marca Edun, vendieron una participación del 49 por ciento a LVMH. Actualmente el 85 por ciento de la colección de Edun se produce fuera de África. Hay historias de terror de cocodrilos “matados a palos para satisfacer la demanda de casas de moda”, el coste medioambiental de producir algodón; el uso de metales tóxicos para impedir la putrefacción de la piel; y el hecho de que el Reino Unido vierta 1,4 millones de toneladas de textiles en entierro de residuos cada año. Hoskins echa a pique la noción de “compra menos, gasta más” y plantea las muy debatidas cuestiones de modelos menores de edad, demasiado pequeñas de talla y racismo en la profesión de modelo.

Donde el libro disminuye su implacable descarga cerrada es con su juvenil y utópico manifiesto por una mejor cultura de la moda que implica propiedad colectiva de los recursos del mundo, diversificación de tareas y un final a las sociedades jerárquicas y a la “opresión en el vestir”.

No dice cómo puede empezar esta revolución, pero cita una orden dada por una irlandesa que luchó para cambiar el sistema, Constance Markievicz: “Viste apropiadamente con faldas cortas y botas resistentes, deja tus joyas en el banco, y compra un revólver”.

Un libro que cuelga como una prenda en una percha. Una prenda con muchos bolsillos. En esos bolsillos innumerables notas y comentarios sobre ropa e historia. Descuélgalo de la percha y póntelo. Es decir, léelo y camina a través de la historia.  

John Berger

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