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Nuestro queridísimo Lucio Urtubia

Ahora que se nos ha ido, imaginamos a Lucio Urtubia observando su tesoro -su legado- a la sombra de las acacias de la Virgen del Romero en Cascante y preguntándonos, como siempre solía hacer, si somos un poco anarcos. Se va un amigo, un referente, un luchador, un anarquista, un revolucionario y un albañil.  Generoso, nos deja, sin embargo, mucho. Mucho trabajo, mucha pasión, muchos recuerdos entrañables y, sobre todo, muchas ganas de seguir luchando porque llegue el tiempo de las cerezas, por conseguir un mundo mejor, más justo y solidario. Su utopía vivida y empezada por el tejado es su mejor tesoro. Repasamos en este artículo su vida a través de nuestra estrecha y fructífera relación con nuestro queridísimo Lucio Urtubia.

Nuestro queridísimo Lucio | Jose Mari Esparza Zabalegi

El amigo Bernard Thomas, cronista de vidas libertarias, volvió a sorprendernos al escribir Lucio l´irréductible (Flammarion, 2000) y ser el primero en descubrir a un expropiador navarro ilustre, Lucio Urtubia, que falsificando cheques puso contra las cuerdas al City Bank, banco que finalmente negoció su libertad más una maleta de dinero, a cambio de las planchas de unos cheques que, incluso con el navarro preso, seguían mordiéndole los dividendos. Había entrado en el anarquismo de la mano de Quico Sabaté, asaltó bancos y falsificó papeles para todos los grupos revolucionarios de mundo. Hasta ofreció al Che Guevara inundar el mercado de dólares falsos bajo la cobertura de Cuba. Y todo ello, dirigiendo en París una eficiente empresa de albañilería.

Cuando conocimos a Lucio teníamos muy avanzado el camino a la amistad: era paisano, nacido en Cascante, compartía con nosotros la cultura del Ager Vasconum y la memoria del 36. Tan pronto nos decía que éramos unos carlistones que unos estalinistas, pero sus provocaciones a cualquiera que se le acercara siempre acababan en una sonrisa. «Yo solo soy un albañil, de origen campesino», solía decir, mintiendo únicamente en la segunda palabra. Su avanzada edad no había menguado su tesón militante y eso lo convertía en un autor ideal: viajaba a cualquier parte del mundo adonde lo llamaban, sin pedir nada a cambio, ni el costo de los viajes. Y él, que había sido invitado al Elíseo, podía dormir con veinteañeros en cualquier gaztetxe o albergue juvenil. De la misma manera, su casa, en la rue des Cascades de París, llamada Espace Louise-Michel y presidida por el lema Sustraiak (raíces), estaba concebida para dar cobijo: toda la parte baja era un enorme salón que le servía de cocina y donde se hacían todo tipo de asambleas, conferencias y exposiciones.

En cuanto tomamos confianza le pregunté si daría cobijo a los familiares de los presos vascos que, agotados, llegaban de madrugada a París, todas las semanas, para las visitas carcelarias. No solo aceptó, sino que se implicó a fondo acudiendo a los juicios, hablando con los jueces y dejando su casa como domicilio para las libertades provisionales.

Yo creía que solo eras un albañil –le dije un día.

Yo también creía que tú eras solo un editor –me contestó.

Con esa incontinencia de la gente mayor, que ya no teme a nada, Lucio siguió divulgando su fe anarquista y defendiendo a la vez la lucha de sus paisanos, en tiempos cada vez más difíciles para la libertad de expresión. En mayo de 2015, recién aprobada la Ley Mordaza y en plena persecución de cualquier tipo de relato disidente del oficial, fue invitado al programa «Salvados» de Jordi Évole. En directo, este le preguntó si había falsificado documentaciones a grupos como los Tupamaros.

—Sí, claro.

—Y a Acción Directa.

—Sí.

—Y a ETA.

—Sí.

—¿Y por qué ayudaba usted a grupos como ETA?

—Porque odiaba a esa España y a esa Navarra que había visto, de miseria, de ignorancia, de represión… Yo siempre he apoyado a los que luchan.

El presentador acabó preguntándole si con 84 años continuaba activo.

—Sí. Todavía delinco.

Publicamos sobre Lucio cuatro libros y nos ha regalado ratos inolvidables. Era un gusto verlo en la feria de Durango firmando libros con el cantante de La Polla Evaristo Páramos, al que habíamos editado Por los hijos lo que sea, y con otros autores de la cordada anarquista de Txalaparta, como Itziar Ziga, por ejemplo. Pero pese a su popularidad, hay un aspecto de Lucio poco conocido: canta muy bien. Su canción Amarrado a la cadena es uno de los himnos icónicos de la editorial. Momento mágico el de 2016, cuando lo llamamos a celebrar el homenaje a todos los fusilados navarros, en el 30 aniversario del libro de Altaffaylla, Navarra 1936. En medio del escenario, Lucio cantó «Le temps des cerises» ante un público sobrecogido. A la salida, todavía mostraba cierto disgusto con su actuación:

—¡Mecagüen...! ¡Tenía que haber dicho algo de los presos!

Jose Mari Esparza
Apología. Memorias de un editor rojo-separatista

Lucio Urtubia, el anarquista irreductible

Cascante, Nafarroa, 1931. Nació en el seno de una familia republicana con cinco hijos y escasos recursos económicos. Creció al calor del sol entre travesuras, azadones, viñas y olivos. Hizo la mili en Logroño y muy pronto descubrió su faceta para traficar con víveres. Fue descubierto y huyó a Francia en 1954, instalándose en París. Allí comenzó a trabajar como albañil y a relacionarse con los anarquistas. Los compañeros de obra le proporcionaban prensa obrera, libertaria, y acudía a su local a oír conferenciantes como Albert Camus, André Bretón, o músicos como George Brassens o Leo Ferré. Su casa fue cobijo del maquis Quico Sabaté. Hombre honrado, solidario y comprometido con las causas justas, falsificó documentos y billetes, atracó bancos, imprimió y distribuyó propaganda obrera y anarquista y puso de rodillas al First National Bank, al plagar el mercado internacional de cheques de viaje falsificados. Hombre rebelde y humilde, nos relató parte de su fascinante vida en La revolución por el tejado (Txalaparta, 2008) y Mi utopía vivida (Txalaparta, 2014).  Guiado y ayudado por el propio Lucio, el ilustrador navarro Belatz nos deja su vida en cómic con El tesoro de Lucio (Txalaparta, 2018), traducido a catalá (Tigre de Paper), galego (Demo) y euskera (Txalaparta).

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