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'El cartel rojo': homenaje a la resistencia partisana en el París ocupado por los nazis

Los primeros días de abril de 1944 las paredes de París amanecieron cubiertas de quince mil carteles rojos que portaban los rostros de diez de los veintitrés partisanos fusilados en febrero del mismo año. En ellos se calificaba a los activistas de criminales, la propaganda nazi pretendía desvirtuar su lucha e insultar su recuerdo. No sirvió de nada. Los nombres de los hombres y mujeres que, desde las filas de la MOI (Mano de Obra Inmigrante), combatieron el fascismo en la Francia ocupada, perviven hasta nuestros días como ejemplo de valentía y dignidad.

Porque vuestros nombres me resultan difíciles de pronunciar

Esta es la frase del escritor Louis Aragon que Philippe Ganier Raymond, periodista parisino autor de El cartel rojo, eligió para que encabezara la publicación de su obra que presentamos en castellano, y que vio la luz en su primera edición en París en 1975.

Entonces no habían pasado tantos años desde la ocupación nazi de una zona del Estado francés; entonces todavía supervivientes, políticos e intelectuales recordaban no solo las consecuencias nefastas de la Segunda Guerra mundial, sino que las vinculaban a las actitudes de los gobiernos colaboracionistas (incluyendo en complicidad a parte de la ciudadanía y prensa de la época).

Mientras la "Resistencia oficial francesa" permanecía a la espera de la ayuda definitiva que proporcionara la caída del fascismo que dejaría libre de poder la dirección del país, y miles de francesas arriesgaban y dejaban sus vidas en el frente, grupos de comunistas revolucionarios decidieron enfrentarse, con sus escasos medios y desde la misma capital del país galo, a los fascistas que desfilaban por sus calles con el aplauso de muchos de los ciudadanos.

Eran los partisanos, hombres y mujeres, guerrilleros urbanos clandestinos que lucharon contra la ocupación nazi. Románticos e íntegros que, muchas veces, venían de librar (y perder) batallas en sus lugares de ori­gen. Polacos, armenios, judíos apátridas, alemanes, españoles, austríacos constituyeron una Resistencia carente de estructura, de cuadros, con escasez de armas, que llevaban a cabo acciones aparentemente suicidas que difícilmente se comprenderían de no ser porque se gestaban en el interior de un motor imparable que trabajaba sin descanso por la consecución de la justicia social y la igualdad de clases y pueblos.

Ganier Raymond, el autor que se decidió por la redacción de este apasionante relato, se sintió fascinado por la historia de cada uno de los partisanos que protagonizaron un cartel rojo, reproducido hasta 15.000 veces, que en abril de 1944 apareció cubriendo las paredes de París. Con estos carteles, en los que se calificaba a los activistas de criminales, la propaganda nazi pretendía desvirtuar su lucha e insultar su recuerdo. No sirvió de nada. Miles de ciudadanos franceses observaron durante semanas cada uno de sus rostros, rostros de gente trabajadora, corno la mayoría de ellos, jóvenes con la mirada fija, cuyos apellidos no dejaban lugar a dudas: algunos habían llegado a su ciudad desde muy lejos sin más ambición que la de combatir el fascismo.

Boczov, Elek, Fontanot, Manouchian, Marcel y Olga entre otros, desfilan por estas páginas donde las vidas de cada uno de ellos se funden en una trepidante historia narrada con un estilo, más que periodístico, cinematográfico que irá dibujando en la mente del lector cada una de las secuencias de sus acciones.

Indeleblemente unido al contexto histórico en el que se desarrolla, El cartel rojo bien podría tratarse de un intenso thriller que, sin embargo, Hollywood nunca se interesaría en comercializar. Aquí no sobra el artificio ni los efectos especiales, más bien escasean las granadas que durante los últimos días los partisanos tuvieron problemas en conseguir. Las historias de amor son descarnadamente leales y los héroes no ocultan sus miserias.

Gracias a testimonios directos de los familiares y compañeros de los protagonistas del cartel, Ganier Raymond consigue recrear para su novela un ambiente inquietantemente real, lleno de detalles personales, familiares y domésticos que hace que veamos a estos militantes del MOI (Mano de Obra Inmigrante) como personas cuya grandeza reside únicamente en su autenticidad.

Esta lectura conmueve por su crudeza y por su fuerza. Las páginas se precipitan como se precipitaban las acciones, aparentemente espontáneas, de los partisanos, mientras nazis y colaboracionistas intentaban por todos los medios impedir la repercusión mediática de los mismos.

Es un libro que llenará de orgullo a quienes sepan admirar la valentía y la dignidad de estos combatientes y, tal vez, de vergüenza a quien pueda verse reflejado en ese otro numeroso grupo de ciudadanos franceses que, criticando el fascismo, adecuaban sus vidas al mismo, callaban e incluso no dudaban en juzgar a quienes decidieron renunciar a todo y servirse de todos los medios a su alcance para luchar en nombre de la libertad cuando esta más se necesitaba.

En tiempos en que la recuperación de la memoria histórica ha conseguido colarse en el discurso público no unido a la justicia y a la verdad, sino a las conveniencias políticas, la lectura de libros como éste es imprescindible en la medida que revive ante nuestros ojos la memoria de quienes lucharon contra el fascismo. Y no sólo eso, sino también porque nos recuerda que fueron precisamente los inmigrantes, quienes bajo las siglas del MOI y desde su condición de trabajadores, desafiaron las fronteras impuestas y, manteniendo siempre vivo el recuerdo de sus pueblos, quisieron ver en el francés aquello que les hacía uno frente al gigante nazi. Este es un libro sobre la solidaridad y sobre el internacionalis­mo. Es un libro, corno indica en autor en sus primeras páginas, dedicado a los comunistas.

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