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Adelaida Artigado: “Que se me lea y dar la impresión de estar leyendo a Galeano es un honor” |

Adelaida Artigado, escritora valenciana, presenta su último libro, A un latido de distancia, ochenta y pico relatos sobre historias reales en las cárceles de todo el mundo y de cualquier época. 

Jon Jimenez: ¿Quién es y cómo es que le dio por escribir, y escribe de esta manera tan bella Adelaida Artigado?

Adelaida Artigado: Soy hija de campesinos emigrados a la ciudad. Me crié con mucha libertad, sin imposiciones ni normas autoritarias, imagino que por ese motivo en el colegio me desahuciaron los profesores. En la escuela, me tachaban de contestataria, indisciplinada, inestable con mal comportamiento e inteligencia deficiente. Por todas estas “cualidades” decidieron ignorarme y pasaba el tiempo castigada en los pasillos. Como yo era muy sociable e inquieta, preferí irme a zapatear las calles. Así, ellos se libraron de mí por considerarme una niña traviesa y hasta incómoda y yo del yugo de la escuela. Ese es el motivo por el que no aprendí a escribir. Me fui a danzar calles.

Trabajé la mayor parte de mi vida como limpiadora -de hecho, esa sigue siendo mi profesión- y no saber escribir nunca me supuso un problema profesionalmente. Aprendí a escribir bastante tarde. Cuando lo consideré necesario me cultivé de forma autodidacta. Yo tendría veintisiete o veintiocho años aproximadamente.

Mi primer libro lo escribí por tapar una mentira blanca que le eché a mi madre. Yo quería viajar a Marruecos y, como en 2004 había estado detenida por inmigración clandestina y algún otro asunto embarazoso que aconteció allí, y nunca mejor dicho, para que ella no se quedara padeciendo, tuve que decirle que me iba a París porque me iban a editar un libro. A mi vuelta y ante la insistencia en la pregunta "¿pero te van a editar?", me vi en la obligación de escribir un libro. Lo escribí en quince días. Como mis padres no sabían leer, tracé unos garabatos, mandé imprimirlos y se los mostré. Tuve suerte y el libro se editó, pero todo surgió de un viaje a París que yo nunca hice. Lo de escribir bello para mí es todo un halago e imagino que el motivo es porque para escribir mis relatos no manejo una máquina sino que lo hago con las manos y el corazón. Una paradoja de la vida: todo nació de una mentira cariñosa que acabó haciéndose una verdad.

Para escribir fundamentalmente hace falta una cosa: escribir. Pero para ser escritor o escritora hace falta, sobre todo, tener algo que contar. En tu caso, al revés que la mayoría, no sabías escribir pero tenías mucho que contar.

Exacto. Para escribir solo hace falta escribir y, como bien dices, para ser escritora hay que tener algo que contar y yo utilizo la escritura para llamar a las cosas por su nombre. Con ella me expreso lo mejor que puedo en contra de todo este sistema opresor que nos ahoga, nos asfixia y nos mata, a mí y a todas mis compañeras y compañeros. De hecho, antes de aprender a escribir, ya desde pequeña, me sobraban las palabras para manifestarme ante cada injusticia, cada abuso, cada agravio, y de ahí se entienden los calificativos que me certificaron en la escuela. Siempre dije lo que nadie quería escuchar.

Este último libro me he centrado en el tema carcelario y ahí sí que hay mucho que contar.

Como sabéis, yo escribo relato corto. Intento ser lo más breve posible porque a buen entendedor o entendedora con pocas palabras basta.

Para ser escritora, aún me falta mucho por aprender. Fernando, mi amigo, mi hermanito, pacientemente me va enseñando dónde va la b y la v; las palabras que llevan h y las que no la llevan; donde poner las comas y los puntos; dónde debe ir el punto y seguido y el punto y final… Él es quien corrige todos mis libros. Yo aún no pasé de ser una simple escrividora con v, pero tiempo al tiempo, que con ganas y constancia todo se consigue.

Sabemos que tuviste el inmenso honor de conocer al recientemente fallecido Eduardo Galeano y que lo consideras tu maestro. Y que su escritura ha influido de manera notable en ti, al punto que leyéndote, muchas veces, tenemos la impresión de estar leyéndole a él.

El primer libro que yo leí en mi vida fue Días y noches de amor y de guerra; me lo regaló una colega en 1996 por mi treinta cumpleaños. Cuando lo leí me di cuenta de cuántas cosas bonitas me estaba perdiendo por no leer y ahí nació mi admiración por Galeano.

La primera vez que tuve contacto con él fue de forma casual, no fue algo premeditado, de pronto nos encontramos chateando los dos en una red social; después, yo le escribí vía email. Posteriormente fue vía postal; un día yo recibí una carta certificada desde Montevideo, Galeano me envió su libro Amares con una nota que decía: "Para Adelaida, este abrazo de su colega Eduardo. ¡Y que nunca te canses de vivir y de escribir!".

En uno de mis viajes a Montevideo, le invité a conocernos y, justo en esa fecha, él viajaba a Cuba para presentar Los hijos de los días. Cuando vino a presentarlo a Barcelona, yo no pude asistir; el destino así lo quiso. Galeano vivía en el mismo barrio donde yo resido cuando voy a Montevideo: Malvín, el barrio donde los padres de mi Darío (mi compañero) tienen su residencia. Como su casa y la nuestra están a pocas cuadras, yo me ahorraba los sellos dejándole mis cartas en su buzón. Este último libro también se lo deposité allí, pero jamás llamé a su puerta. Las casas son un refugio y un regazo que hay que respetar.

Aprendí a leer con sus libros. Aprendí a escribir porque él me motivó, así que su literatura influyó mucho en mí y en mi forma de escribir. Me enseñó humanidades porque él era un gran humanista. Cuando leía sus libros y hacía mención a cualquier país o ciudad, yo lo buscaba en un atlas que me compré en el rastro y así aprendí geografía, y sí, Galeano es mi maestro porque en verdad él, de una forma indirecta, me enseñó lo que sé.

Para mí Galeano es el escritor más grande que ha dado la literatura universal. Nunca tuve el honor de estrecharle la mano, tampoco me hizo falta,
él me dio justo lo que yo precisaba, sin necesidad de más. Y, para mí, que se me lea y dar la impresión de estar leyéndole a él, eso sí que es un honor, un honor de los grandes.

Muy pocas veces pasa que un manuscrito que llega de manera anónima a la editorial pase a formar parte de nuestro catálogo. Este es uno de esos casos, agradables, pero extraños. ¿Qué te pasó por la cabeza para que un día tuviéramos tan grata sorpresa en el correo?

Tengo que decir que yo no soy muy normal. Eso sí, soy bastante decidida, incluso atrevida en muchas ocasiones. Consideré que este libro concretamente se ajustaba bastante a vuestro catálogo y decidí enviarlo. Además, me atrevo a decir que Txalaparta es el sueño de todo escritor y escritora que se precie de tener ideas de izquierda radical, y a mí, me gusta incitar los sueños para alcanzarlos, porque no vienen solos.

Tu libro es, sobre todo, un documento contra la desmemoria de anónimos y más conocidos prisioneros y prisioneras de todo el mundo (Euskal Herria, Estado español, América…) y de todas las épocas. ¿Es difícil retratar, en tan cortos pasajes, las historias, tan dolorosas y crueles algunas, de todas ellas?

No me resultó difícil escribirlas, lo difícil hubiera sido conocerlas y haberlas callado. Tenemos que hacer presencia de las personas secuestradas, revivir a las asesinadas, gritar por las torturadas, vocear por las silenciadas… para contar estas historias tan crueles y dolorosas hace falta tener ganas y sentir una profunda empatía.

He de decir que yo lo tuve muy fácil a la hora de escribir, y este libro concretamente fue una sugerencia de Fernando. Él conoce bastante a fondo la prisión; por haber estado preso y porque a día de hoy es un luchador activo en contra de esas máquinas de torturas. Una parte importante de la información me la facilitó él. Conserva una gran bibliografía con documentos de COPEL, APRE, del Egin, del MIL, de los GARI… Es un veterano en las luchas anticarcelarias porque las ha vivido muy de cerca, de hecho sin él, este libro no existiría. Otra parte la conseguí yo tanteando en archivos y bibliotecas, siempre ayudada por Darío. Las historias personales fueron vivencias que me contaron mis propios colegas. Tengo una larga lista de amigos y amigas que han sufrido la prisión de una forma u otra.

Quedan fuera de este trabajo otras tantas historias que aún no se han contado y tantas otras que aun siendo conocidas, has decidido no incluir. ¿Cómo ha sido el proceso de selección?

Contar historias de la cárcel no tiene fin. Tan solo en el Estado español hay 66.000 personas presas. La suma de reclusos y reclusas en todo el mundo suma millones y en algún momento debía acabar el libro. Y aunque no me resultó difícil escribirlo, sí que me afectó psíquicamente. Me lo lloré mucho porque este libro tiene muchas vidas que a mí me llegan y me llenan sus dolores y sus condenas. Aquí habitan las vivas y resurgen las muertas, para que no se olviden, y en su momento tomé la decisión de darlo por terminado para templar un poquito mi corazón.

Sobre las historias no incluidas en este libro, está, por ejemplo, la dispersión de los presos y presas políticos vascos. Etxerat me envió todos los datos que precisaba. Eva Forest escribió a principios de los 90 un informe bastante minucioso sobre la dispersión. Después de leer ambos informes, escribí un relato, posteriormente decidí no incluirlo. No es que lo descartara, simplemente tomé la decisión de posponer su publicación. Las historias de Xose Tarrio y Pastora Gonzalez con gran estima y muchísimo respeto ya están de camino. Yo a Pastora le tengo mucho cariño y admiración. La conozco personalmente y es una mujer con muchísima fuerza y valentía y por supuesto Xose Tarrio merece un gran lugar en la memoria colectiva. Estos tres relatos son muy importantes y relevantes. No los incluí en este libro pero están engendrados.

Esperamos, como una vez te escribió Galeano, que sigas viviendo y sigas escribiendo

Os lo agradezco muchísimo. Cada día me apasiona más seguir viviendo y escribiendo; con mucha fuerza y con pocos miedos. Indisciplinada por supuesto.
 

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