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Elsa Dorlin: «Tenemos un Estado que defiende a los violadores y desarma a las mujeres»

Elsa Dorlin (París, 1974) es filósofa y profesora de la Universidad París-8. Se dedica a investigar los sistemas de dominación y es autora de Autodefensa. Una filosofía de la violencia. Charlamos con ella acerca del libro y del caso de 'La Manada', que se sitúa de lleno en su campo de investigación.

Texto: Jenofa Berhokoirigoin (publicado originalmente en la revista Argia el 2 de septiembre de 2018). 
Fotografías: Eva Binard.

 

Una violación intolerable llevada a cabo por cinco hombres. Todo grabado en imágenes. En contra de la palabra de la violada, los jueces no lo han considerado violación sino agresión sexual, y han puesto en libertad a los cinco. ¿Qué ha ocurrido?

Me recuerda el caso Rodney King, cuando en 1991 la policía linchó de una manera muy violenta a un hombre afroamericano, suceso que también fue grabado. Los policías imputados fueron exculpados. El caso de los violadores de 'La Manada' es igual. Esas imágenes han sido tomadas dentro de un contexto, un contexto unido a una ideología, a un modo de representación, en la que, acorde con los valores dominantes, el cuerpo de una mujer está a disposición de los hombres, y es visto como un objeto que puede utilizarse con violencia y ser violado. En el juicio de 'La Manada' lo que se juzgaba era si la actitud de la mujer había sido realmente defenderse de la violación, si significaba realmente un no, o podía interpretarse como una aceptación. Es un gesto de un salvajismo social y patriarcal extremo, sinceramente.

Más evidente, imposible, y sin embargo... Al final, todo es cuestión de interpretación.

No tenemos imágenes crudas, auténticas, siempre existe un medium, un intermediario, y ese medium es la ideología. El juicio de 'La Manada' se sitúa dentro del contexto judicial de un Estado que participa en la reproducción del sexismo. Así las cosas, siempre prevalecerá la interpretación del dominador.

Los jueces se han centrado en el tema de la aceptación.

Es el reflejo de la intensidad de esta relación de poder, no se percibe el cuerpo de la mujer en resistencia, no contemplan la defensa. Sobrevivir, salvarse a una misma es la mayor autodefensa que tenemos en el momento de la violación, ¡no podemos hacer otra cosa más que intentar seguir vivas! Pero como tenemos una visión muy heroica de la resistencia, la mujer debía haber actuado como una heroína, debía haber tenido superpoderes para luchar, y, precisamente porque no lo hizo, aceptó la situación. Pero no se trata de eso: no lo hizo, pero eso no quiere decir que lo aceptara, en aquel momento se hallaba en una forma de autodefensa, y en una situación de urgencia vital.

En su último libro, Autodefensa. Una filosofía de la violencia, analiza la violencia. Unos cuerpos aparecen como defendibles, otros como no defendibles.

La historia oficial es la historia de la defensa legítima. Está relacionada con el derecho natural de cada una a cuidar de sí misma, y en el Estado moderno ese derecho tan fundamental se ha dejado en manos del Estado. Los estados realizan un uso legítimo de la violencia para asegurar la seguridad de la ciudadanía. En caso de emergencia, si la amenaza es inminente, entonces se deja en manos de esa misma ciudadanía el derecho a la legítima defensa. Pero cuando analizamos la historia del derecho del Estado, nos damos cuenta de que son quienes se sienten ciudadanos y ciudadanas de primera clase quienes le han cedido ese derecho, y, al contrario, la ciudadanía considerada de segunda clase no goza de esa seguridad, porque no tiene el amparo del Estado. Es más, el Estado ha desarmado a esa ciudadanía; se desarma a los esclavos, a las mujeres, a las minorías culturales, a la clase trabajadora.

En el caso de 'La Manada', es evidente cuál de las partes ha sido la defendida.

Está claro que tenemos un Estado que defiende a los violadores. Tenemos un Estado que desarma a las mujeres, que, además de desaprender a las mujeres a luchar a través de la socialización, además de desarmarlas frente a la Justicia, esta mujer no tiene ningún modo de defenderse. Más aún, la única manera que le queda de defenderse es considerar que todo eso es normal.

Se nos ha inculcado profundamente a las mujeres que no podemos ser violentas, y que, si lo somos, no tenemos fuerza.

Así es. El problema no es que no hemos aprendido a luchar, el problema es que nos han desmontado la lucha. Nos han desmontado nuestro cuerpo, nos han desmontado la seguridad y la confianza de ser fuertes, y han convertido esa fuerza en impotencia. Nos han dicho que no somos capaces de ello y que, aún y todo, si damos el paso de utilizar la violencia, nos castigarán por locas, histéricas o monstruos.

Han convertido esa fuerza en miedo. ¿Qué hacer para transformar ese miedo en respuesta o rabia?

El miedo está ahí, y no se trata de no tener miedo o de transformar el miedo. Las relaciones de poder son tan terribles que es normal que tengamos miedo. La verdadera pregunta es: ¿Cómo dar sentido a ese miedo? ¿Ese miedo está codificado como un sentimiento que nos paralizará, una señal de impotencia y de debilidad, o, por el contrario, revivirá la conciencia de nuestro cuerpo y nos hará sentir la necesidad de hacer algo y de escapar? Esto es muy importante. Sí, el miedo está ahí, y todo está organizado para focalizarlo en ese sentimiento, pero, además del miedo, hay otros muchos sentimientos. El asunto es que sobrevaloramos el miedo, porque el poder nos conduce a ello: es otra manera de decir “no te muevas, porque si te mueves te mato, te hiero”. En realidad, aparte del miedo existen otras muchas emociones: la rabia, la indignación, el sentimiento de injusticia, la queja, la turbación...

Aunque no lo parezca, esos sentimientos están ahí.

Y además, los observamos en que, cuando ocurre una agresión relacionada con un factor sexista, racista o clasista (ya que los tres están unidos), a menudo pensamos “tenía que haber hecho esto...”, “por qué no le he contestado así...”. Al recibir la agresión, ese sentimiento de culpa es reflejo de que existe una rabia, además de miedo. Quizás una señal de que podíamos haberle sacado un ojo o roto una pierna. Debemos trabajar ese miedo, tener en cuenta el cuadro afectivo en su totalidad. Debemos hacer política a través del cuerpo, debemos centrarnos en él, politizar los afectos, para que el cuerpo se convierta en arma de autodefensa.

Hacer caso a lo que dicen los músculos y responder.

Eso es. Si escucháramos todos los afectos de nuestro interior, seríamos imparables. Al fin y al cabo, viendo tantas agresiones que no cesan, no entiendo cómo no le damos fuego y destrozamos todo. Lo digo en serio.

El caso Rodney King se sitúa en un marco que considera el cuerpo negro violento y amenazante. En el caso de 'La Manada', en un marco que considera el cuerpo de la mujer violable y accesible.

El tema de la accesibilidad sexual es básico en la definición normativa de ser mujer y en la percepción de la mujer. El cuerpo es considerado femenino en la medida en que se define socialmente como accesible. Eso no quiere decir que las mujeres lo acepten, quiere decir que no tienen elección, que es algo impuesto por su ser social. Por esa razón nos dedicamos dentro de la resistencia feminista a poner de manifiesto la contra-norma y las posturas contrarias; precisamente para derribar esa idea, para evidenciar que la base de esa accesibilidad sexual es totalmente impuesta, forzada y fruto de una relación de poder.

Sobrevivir, escapar, luchar, hablar libremente, todas son formas de autodefensa y no estableces ninguna jerarquía.

Si nos ponemos a jerarquizar, entramos en una dinámica masculina, según la cual la autodefensa debería ser una rebelión heroica. Si observamos los movimientos que tienen la autodefensa como filosofía, nos damos cuenta de que la única definición que puede hacerse de la autodefensa es “salvar la propia vida”. Existen muchas maneras de salvar la propia vida. Escapar es salvarse, aunque en ese caso, con esa marca tan masculina, seas considerado cobarde. Sin embargo, ya sabemos que en la historia, la fuga ha sido una práctica de autodefensa de vida o muerte. Del mismo modo que en la fuga no hay límites, tampoco los hay en el uso de la violencia, porque muchas veces la violencia extrema es la única manera de salvarse. No tengo ninguna opinión moral respecto al uso de la violencia extrema cuando su objeto es la autodefensa, es decir, salvar la vida.

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Elsa Dorlin (1974) es profesora de Filosofía en la Universidad París-8 y miembro del Centro de Estudios Feministas y de Género en el mismo centro, y autora de La Matrice de la race. Généalogie sexuelle et coloniale de la Nation française (2008) y Sexe et genre, et sexualtiés. Introduction aux philosophies féminines (2008). Su libro más importante hasta la fecha, Autodefensa. Una filosofía de la violencia, que Txalaparta publica ahora en castellano, condensa las principales líneas de investigación de Dorlin: las intersecciones entre el género, la raza y los sistemas de dominación. En 2009 le fue concedida la medalla de bronce que otorga el Centro Nacional francés para la Investigación Científica, por su trabajo en filosofía y epistemología de género y feminista.

En un ensayo magistral, la filósofa Elsa Dorlin cuestiona las formas históricas y el significado político de la violencia defensiva: una práctica de resistencia al orden social que domina a los cuerpos minoritarios e indefendibles. Una violencia que apuesta únicamente por la vida misma.
Jean-Marie Durand (The Inrocks)

Autodefensa nos sugiere una lectura eminentemente política de las relaciones con la violencia, vista esta como un problema existencial entre los dominantes y los dominados (hombres y mujeres) a ambos lados del Atlántico, particularmente desde el siglo XVII. Desde un punto de vista interseccional [...], Elsa Dorlin nos ofrece un ensayo dedicado a la resistencia a las formas de dominación y su brutalidad.
Fanny Bugnon (La vie des idées)

Cultura de la violación y el caso de sanfermines

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