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Oriol Malló: “El comisario Villarejo es el oscuro saldo del antiterrorismo”

Leer y conversar con el periodista Oriol Malló es encontrarte con lo mestizo en toda su esencia: un lenguaje a partes catalán, español y mexicano y un estilo periodístico, mordaz, irónico y riguroso al tiempo. Las preguntas se agolpan, algunas las dejamos en el tintero por no abusar de su confianza -otras, las más jugosas, aguardan en el libro-, pero él me las contesta todas: “Hombre, a la fiscalía se le responde todo”. Un escritor no es nada sin sus obsesiones, y es así que surge El libro negro del BBVA, y es por eso que empezamos hablando de oligarquías, de burbujas económicas de todo pelo, de la crisis post-Covid-19, de fusiones bancarias… y acabamos hablando de Lemoiz, de Venezuela, de lucha obrera, de ETA, de Garzón y de Villarejo.

JON JIMENEZ: Después de leer tu libro nos queda la sensación de que el caso Villarejo es un juego infantil comparado con el historial de despojo y saqueo -amparado por la ley o no- que lleva a sus espaldas un banco como el BBVA.

Oriol Malló: No diría que es un asunto menor, pero sí la conclusión de un ciclo histórico donde un arribista sin lealtades ni equipo se apodera de una entidad financiera que hasta el 2001 era espejo de una cohesionada, endogámica y hegemónica que habitó ese lugar mítico llamado Neguri y sobrevivió a su propia decadencia aliándose, después de la transición, con las tribus políticas en ascenso (PSOE y PNV). En los noventa, esta banca nacida del despojo colonial y los capitales repatriados tras las derrotas españolas de 1824 y 1898 regresó a las viejas posesiones para proseguir el saqueo. Como cuento en el libro, hoy día la mitad de los beneficios del BBVA proceden de su filial mexicana.

Desde una perspectiva marxista, explicas el surgimiento y auge de una oligarquía y la lucha de clases que la acompaña. Destaca el análisis de la arquitectura y el urbanismo para entender la evolución del poder financiero. ¿Qué explica que tanto Santander como BBVA hayan huido de las torres en los centros de las ciudades a zonas del extrarradio en las que han atrincherado sus sedes?

Las nuevas ciudades-fortaleza de BBVA y Santander son otra forma de recordar al mundo la refeudalización del territorio, privatizado por reyes-emperadores en espacios cerrados para uso exclusivo de los vasallos, o empleados con acceso al torniquete, que, a su vez, necesitan de la clase política para garantizar que los terrenos públicos expropiados en favor del capital, como los alrededores de Chamartín, sean redituables mediante planificación urbana, financiada por presupuestos públicos.

En el lado contrario encontramos la torre Vizcaya: iba a simbolizar, en 1969, el poder permanente de la plutocracia bilbaina y terminó rescatada por la Hacienda vizcaina como reciclado de oficinas públicas y ropa barata.

A raíz de la crisis del 2008 empezaron a aflorar investigaciones sobre el expolio y el robo de los sublevados durante la guerra del 36. ¿Qué papel jugó el BBVA?

Cuando el golpe de Estado fallido del 1936 se convierte en guerra civil y lucha de clases, la banca hizo lo posible para mover sus fondos a retaguardias seguras -Portugal e Inglaterra-, arropar la moneda franquista y cooperar, prietas las filas, en el asalto fascista a la República. Para ello pusieron al frente de tercios y falanges a sus vástagos. No es de extrañar que en el Gran Bilbao esta fractura histórica llegara más allá de la muerte física del dictador.

Las elites aprovechan en beneficio propio cualquier crisis. Nos recuerdas que el primer rescate bancario europeo fue a principios del siglo XX... ¡a un banco vizcaino!

La olvidada historia del Crédito de la Unión Minera (CUM), el tercer banco que compitió en la plaza bilbaina, es ilustrativa de las tendencias a la cartelización financiera. Este poderoso competidor quebró en 1925 dejando a miles de ahorradores en la ruina. Lo curioso es que el escándalo de aquella quiebra tiene cierto razonable parecido con el caso del Banco Popular, una entidad con problemas que, al pasar por la picota del Banco de España y la prensa, queda expuesta y arruinada, lista para la entrega, gratis total, al Santander.

¡Venezuela! [risas]. A boca de jarro: ¿ha sido el BBVA pro-chavista?

Como bien recuerda Iñaki Anasagasti, BBV pagó el tradicional apoyo electoral a los estrategas de la primera campaña presidencial de Hugo Chávez para garantizar la propiedad del recién adquirido Banco Provincial. Pero estos mismos cabecillas acabaron, en pocos años, de ardientes opositores, cuando el chavismo empezó a deslizarse del populismo al socialismo. Miquelena Hernández, mentor que cobró el soborno, murió mil veces arrepentido de haber ayudado a su pupilo a llegar al poder.

Un pago relacionado con el caso de las cuentas secretas del BBVA, uno de los ejes principales sobre los que vertebras tu libro. ¿Cómo resumirías este escándalo?

Como un caso que empezó con la ocultación o desvío de fondos del banco en cuentas secretas de Jersey para garantizar el pago de retribuciones a consejeros y directivos del Banco Bilbao Vizcaya ante la inminente fusión con Argentaria y pudo concluir en una investigación de alto voltaje sobre las tramas de ingeniería financiera y blanqueo de dinero que la dirección del banco utilizó en su expansión latinoamericana. Investigación que no culminó porque, según el fiscal del caso, el juez Baltasar Garzón descarriló aquel expediente judicial para salvar al banco.

Ha pasado una década. ¿Por qué sigue siendo importante el caso?

Por una razón que cobra más sentido en estos tiempos de miseria y oscuridad que viviremos tras la crisis de 2020: la impunidad otorgada a los banqueros, empezando por el primero que debió ser encarcelado -Emilio Botín-Sanz de Sautuola (por el caso de las cesiones de crédito)-, creó una doctrina que aseguró a la élite del capitalismo ibérico la sumisión del aparato estatal -justicia, reguladores bancarios- a sus intereses. Y algo peor: el caso de las cuentas secretas inauguró una nueva fase de Los Acuerdos entre la gran prensa y el poder económico, garantizando que los medios se usaran como arietes para desbancar a burgueses rivales, mientras que las inquisiciones judiciales se perdían en la nada. De tal forma que el todo vale aceleró la decadencia del sistema en su conjunto: la emancipación del clan de los comisarios de Villarejo & cía al servicio de los lobos solitarios del IBEX 35 -como Francisco González, espía mayor del BBVA-, provocó la inusitada privatización de las cloacas del Estado, ergo, un aparato de vigilancia, terror y extorsión formado en la carta blanca del antiterrorismo, actuando como guardia pretoriana del mejor postor. Cargándose, en el camino, las redes de confianza que dieron lugar a este consenso de élites que fue la llamada Transición. De aquellos polvos, estos lodos.

Buena parte de la información se la debes a un fiscal Anticorrupción que murió hace años en un aeropuerto italiano: David Martínez Madero. Y tu otra garganta profunda es el notario del banco Nelson Rodríguez, que acabó encarcelado y defenestrado, con todas sus cuentas bloqueadas, tras denunciar el caso en Puerto Rico. 

Aunque la historia ya juzgó al amigo Balta, como bien llamaba el comisario Villarejo a Garzón, el motivo inicial que impulsó a David Martínez Madero a contarme todo el asunto fue su genuina rabia contra la actitud obstruccionista del juez, que, según él, pasó de buscar el gran caso contra la gran banca a destruir la reputación y el testimonio de Nelson Rodríguez para asegurar que no hubiera caso. Como me dijo más de una vez David: prefirió complacer al rey y a Aznar antes que a la causa que debía defender.

Fuiste detenido en la macro operación contra el independentismo catalán previa a las Olimpiadas del 92. Pasaste, torturado, ante Garzón. ¿Este libro es una cuenta pendiente?

Entre nos: David Martínez Madero sabía perfectamente mi poca simpatía por el hombre que veía amanecer pero nunca detectaba tortura alguna. Así que supuso, acertadamente, que tenía yo todos los alicientes para evidenciar el triste papel de Garzón en el caso de las cuentas secretas del BBVA.

Al libro le escurre un cierto amor y cariño por el pueblo vasco, por su lucha. Un cariño y un amor inversamente proporcionales a la furia que provocan en ti las partes más oscuras. ¿Qué lleva a un periodista autodesterrado en México a escribir cartas de amor -al pueblo vasco o a un fiscal de la Audiencia Nacional- y a pasar facturas pendientes a personajes como el juez Garzón o las cúpulas directivas del BBVA?

Las insurrecciones que se dieron en los años de plomo y esperanza en el Gran Bilbao formaron nuestra educación sentimental; desde que aprendí a cantar el Eusko Gudariak hasta los días de combate frontal en el puente de Deusto, cuando los trabajadores de Euskalduna defendían su astillero con cohetes y rodamientos y todos compartíamos su barricada. Los saldos de aquel conflicto merecen, cuando menos, una mirada comprensiva y sincera, donde los bandos en disputa puedan reflexionar sin ser juzgados, señalados o incluso sentenciados por mordazas judiciales. Pero sucede exactamente lo contrario: los malos de entonces son los buenos de hoy y una avalancha de series de televisión y novelas se está encargando de reinventar el pasado para moldear el presente. Por eso quizás, preferí yo relatar en mi libro sobre la ciudad y sus bancos algo de esta memoria insumisa que hoy parece casi ilegal.

Eres premio Nacional catalán de Periodismo por tu cobertura de la guerra en Yugoslavia, y te defines a ti mismo como “periodista agitador”, que ha labrado un estilo propio e inconfundible, mestizo, irreverente, riguroso al tiempo. ¿Quién es Oriol Malló?

No sé bien cómo catalogarme porque mi historia profesional es desconcertante y curiosa. Inicié como periodista catalán, especializado en el universo del nacionalismo, y acabé como ciudadano mexicano, metido de lleno en las grandes querellas latinoamericanas. Agité muchas aguas en mis años de juventud. Donde hubo un campo de batalla, ahí estuve yo dispuesto a retar poderes de todo pelaje con reportajes y libros que cuestionaban toda historia oficial. Pero, de tanto deconstruir el laberinto ibérico, terminé hastiado y roto. Me reconstruí, a partir del 2006, en Ciudad de México, luego analicé lo que yo denomino el cártel español, la red de intereses y lealtades que sostienen la influencia de la monarquía hispana en tierras americanas. Y, gracias a este libro sobre el BBVA, volví sobre mis pasos para reencontrarme con aquel Bilbao insumiso que conocí en los ochenta y que yace enterrado en el mausoleo del Guggenheim.

Una ronda, para terminar, de preguntas y respuestas rápidas, para situar a los lectores y lectoras del libro los personajes y lugares más importantes de esta gran trama.

Julio Arteche, el billetes: El banquero por antonomasia de los viejos buenos tiempos.

Pedro Pedret Careaga: La efigie del Vizcaya.

Pedro Toledo: El hombre que quiso ser Gordon Gekko.

José Ángel Sánchez-Asiaín: Un banquero de muchos enjuagues.

Pedro Luis Uriarte: El hijo meritocrático de Deusto.

Carlos Solchaga: Sepulturero de la industria, servidor de la banca.

Felipe González: La X de los GAL.

Juan Carlos de Borbón: El rey de los sobornos.

Emilio Ybarra Churruca: El úlitmo de los neguritas.

José Ignacio Goirigolzarri: De profesión, banquero.

Francisco González: El lobo solitario del cártel español.

El fiscal David Martínez Madero: Un hombre de convicciones.

El juez Garzón: El amigo Balta, ante todo.

El comisario Villarejo: El oscuro saldo del antiterrorismo.

Banco Bilbao: El banco industrial.

Banco Vizcaya: El banco eléctrico.

Deusto: La matriz de la dominación.

Getxo: La ciudad que sobrevivió a Neguri.

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