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Norman Ajari: «Reivindicar nuestra diferencia, la pertenencia a otra cultura, implica defender la vida frente a una implacable máquina de muerte»

Elsa Dorlin (Autodefensa, La matriz de la raza) y Norman Ajari (Dignidad o muerte) compartían escenario virtual en la feria Literal de Barcelona el pasado 23 de mayo. Entrevistados por Ainhoa Nadia Douhaibi (La radicalización del racismo), ambos conversaron sobre migraciones, racismo, violencia policial y estatal… En estos extractos de entrevistas de varios medios de comunicación, tratamos de resumir el debate de la mano de Norman Ajari.

 

SIMON BRUNFAUT (L’Echo): ¿Crees que las protestas y disturbios que se produjeron en muchas ciudades de Estados Unidos nunca se habían visto antes?

NORMAN AJARI: No, para nada. Al contrario, creo que es un evento que se repite, que ha ido estructurando la vida política de Estados Unidos desde su fundación. El movimiento radical negro es heredero del abolicionismo y de las luchas antiesclavistas que han formado parte de la realidad política de este país desde la firma de la declaración de independencia. La precariedad social y económica de los negros es un elemento estructural de la democracia estadounidense. El movimiento por los derechos civiles, los movimientos radicales de los años 60 y 70 como los Panteras Negras, el Black Power o el Ejército de Liberación Negra, y más recientemente el movimiento Black Lives Matter, son parte de un continuo que responde al mismo problema: la imposibilidad de que los negros tengan acceso a las condiciones básicas de supervivencia.

¿La injusticia racial es inseparable de la injusticia social?

La injusticia racial es el tema central y fundamental, pero la injusticia social es una parte del problema. Si tomamos por ejemplo la crisis del coronavirus, de la que aún no hemos salido del todo, vemos que los afroamericanos son las primeras víctimas de esta pandemia. Desde el punto de vista económico también son los más afectados. La economía y la violencia policial son aspectos de este problema, pero es toda la sociedad la que está estructurada por este imaginario. El racismo aún está muy arraigado en Estados Unidos. El movimiento de desegregación no ha eliminado la discriminación contra los negros. 

Los negros han sufrido acoso y violencia económica. La posibilidad de integración se convierte en una gran broma. Hoy, en las calles, hay muchos jóvenes que se dan cuenta de que la historia inclusiva que movilizó a sus padres y abuelos está fracasando por completo. Tienen ante sí un mundo, el de después de Obama, en el que no se reducirán las desigualdades que estructuran la sociedad. El Partido Republicano y el Partido Demócrata no tienen intención de cambiar esta situación. Por eso necesitamos nuevas estrategias políticas.

Escuchándote, uno tiene la impresión de que no ha cambiado mucho desde el movimiento por los derechos civiles y la lucha de Martin Luther King...

Mucha gente piensa que la situación es peor. Ahora vivimos en la era del encarcelamiento masivo. Hay una gran cantidad de negros en las cárceles estadounidenses. Por los mismos hechos, hay entre 20 y 30 veces más presos negros que blancos. Algunas ciudades se vacían literalmente de personas afroamericanas, que son encarceladas, mueren prematuramente por enfermedades o son asesinadas por la policía. Desde este punto de vista, las cosas no van mejor.

 

RACHIDA EL AZZOUZI (MediaPart): Eres franco-estadounidense. Hoy en día vives en Estados Unidos después de haber estudiado en Francia, donde el racismo también mata. No podemos dejar de preguntarnos por el paralelismo entre EEUU y Francia, pero hablar de racismo en el Hexágono es algo controvertido, también el uso de expresiones como "racismo sistémico" o “racismo de Estado". ¿Cuál es tu punto de vista? ¿Es una comparación afortunada?

NORMAN AJARI: Hay más cuestiones en común que diferencias. Ciertamente EEUU es un asentamiento, una nación construida sobre el genocidio de los pueblos indígenas, y secretaba un imaginario de conquista territorial mucho más violento que el que prevalece en cualquier otro lugar. Pero ¿quién construyó esta enorme colonia, este enorme asentamiento? Francia tuvo mucho que ver en ello: el estado esclavista de Louisiana da cuenta de ello. Irónicamente, el asesino de George Floyd tiene el apellido francés Chauvin. Podemos seguir: Francia, como Estados Unidos, ha conseguido gran parte de su riqueza apoyada sobre la esclavitud en las Indias Occidentales. Para hacer esto, al igual que los británicos, los portugueses o los españoles, construyó un conocimiento racial, una teología, una filosofía, una medicina, una geografía, un derecho negrofóbico que influyó en el racismo estadounidense.

En ambos países el racismo de Estado no necesita de leyes, pues está en el corazón mismo de las prácticas policiales. E incluso diría que, si hablamos de islamofobia, Francia ha respaldado una lógica de segregación que no tiene nada que envidiar a la Alabama de 1950.

¿Cómo reparar, restaurar esa dignidad perdida? ¿Llevando a cabo una descolonización real?

Honestamente, no tengo ni idea. La negrofobia estructura la subjetividad moderna, es algo que experimento cada día. Y cuando abordamos esta pregunta, que lleva tiempo, a menudo se nos exigen soluciones inmediatas. Pero, verás, ¡ni tan siquiera tenemos idea del alcance del problema! Es una cuestión insondable, que concierne a todas las comunidades, empezando por los propios negros. La abyección de la negritud nos corroe a todos; la negritud es lo que se odia, se apropia, se puede matar, lo despreciable.

Puedo ofrecer pequeñas soluciones provisionales, suficientes para articular un discurso político, que nos permitan, al menos, tomar aliento un segundo, como la abolición de los  controles de identidad. Apoyo todo lo que va en la dirección de la colectivización de los medios de producción, del establecimiento del socialismo, pero con una clara conciencia de que nada de esto solventará el problema de la indignidad de los negros.

Tenemos que empezar por no dar marcha atrás ante la inmensidad del problema. Por otro lado, parece cierto en este momento, en que las comisarías y los juzgados están ardiendo, que la salida no será no-violenta. La era de la no-violencia ha quedado atrás.

¿Abogas realmente por la violencia?

No digo que me guste la violencia; pero veo que todo lo demás ha fallado.

Hablas de "esencia negra", en lugar de "condición negra" (Pap Ndiaye) o "identidad negra” (Maboula Soumahoro). ¿Por qué? ¿Qué quieres decir? 

Abogo por el término “esencia negra” en un contexto intelectual y político donde la categoría de esencialismo ha funcionado como una especie de pecado supremo, ha servido para denunciar y criticar ciertas posiciones políticas, sin gran fundamento. Se ha equiparado con posiciones que ningún grupo o intelectual ha defendido jamás: la idea de que los negros, la negritud, no es una creación o de que todos debían pensar lo mismo y tonterías por el estilo. Para mí, la esencia es sinónimo de historicidad profunda. Es la comprensión de que la negritud es un hecho histórico estructurante, no el objeto de una elección.

JON JIMENEZ: Esa esencia nos lleva indefectiblemente a la idea de la diferencia, al tema multicultural, que ha estado tan de moda, y que ha servido de alguna manera para asimilar, o tratarlo al menos, a pueblos y poblaciones enteras, como la vasca, por ejemplo.

NORMAN AJARI: La idea de que «la diferencia es riqueza» se ha convertido hoy en día en un lugar común. Es una forma de afirmar la tolerancia sobre las que se consideran minorías lingüísticas o sobre las poblaciones de origen migrante, circunscribiéndolas a una especie de folklore. Pero en el contexto de los Estados-nación que se construyen en y mediante el imperialismo, que es el caso tanto de España como de Francia, es necesario interpretar de otra forma esta fórmula tan común. Reivindicar su diferencia, es decir, su pertenencia a otro mundo, a otra cultura, a otro grupo lingüístico, implica defender la vida frente a una implacable máquina de muerte. No se trata de regodearse en un mosaico multicultural, una inocente e inofensiva yuxtaposición de identidades. Se trata, por el contrario, de afirmar una singularidad en oposición a un Estado colonial, imperialista y asesino.

Esta diferencia marcada, esta reivindicación política de su propia singularidad, puede adoptar múltiples nombres y formas. El movimiento vasco habla de aberria: con ello afirma una concepción existencial de la pertenencia nacional y de la patria que recuerda a algunas hermosas páginas de Frantz Fanon o de Aimé Césaire. No es la defensa de un patrimonio o de un territorio dominado, en el sentido de propiedad, sino una capacidad de creación, de invención y de revuelta.

Norman Ajari: ¿el Frantz Fanon del siglo XXI?

Sin guerras por la independencia que golpeen de lleno en las entrañas de la colonial Francia, el humus teórico de Frantz Fanon, quien precisamente bebía de las fuentes liberadoras argelinas, necesita, en este convulso siglo XXI, pensadores que sitúen las tesis de este pensador en un nuevo contexto, más globalizado y sin claros referentes revolucionarios. Junto a Elsa Dorlin, Norman Ajari es una de las voces más potentes de la lucha antirracista francesa. Es doctor en Filosofía, fue profesor en la Universidad Jean-Jaurès de Toulouse y ahora ejerce como docente en la Universidad de Vilanova (Filadelfia). Especialista en cuestiones raciales y pensamiento decolonial, es activista y miembro del Partido Indígena de la República, formando parte, a su vez, de la junta ejecutiva de la Fundación Frantz Fanon. Autor de numerosos artículos académicos, en 2019 publicó su primer libro, que ahora ve la luz en castellano, Dignidad o muerte.

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