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Ngũgĩ wa Thiong’o, vida y obra de un escritor al servicio del pueblo

Eterno candidato al Nobel, Ngũgĩ wa Thiong’o es un escritor e intelectual keniano reconocido internacionalmente por su obra literaria y ensayística, en la que destacan la mirada crítica al mundo colonial y postcolonial y la defensa de las lenguas minoritarias. Ahora, fruto de la colaboración de varias editoriales, La revolución vertical, una fábula de estilo clásico escrita en gĩkũyũ y traducida a más de ochenta idiomas en todo mundo, acaba de ver la luz en euskera, catalán, gallego, asturiano, aranés y castellano, en sendas ediciones bilingües que también incluyen el texto original. En el epílogo del libro, la editora Laura Huerga recorre la vida y la obra de este autor imprescindible.

Ngũgĩ wa Thiong’o es un escritor keniano exiliado en California, donde ejerce de catedrático. Ngũgĩ escribe actualmente en gĩkũyũ, su lengua materna, pero lo hace desde un proceso de autocrítica y revisión del uso que hace del inglés y de la contribución a su cultura.

Crecido en uno de los momentos más feroces de la lucha de su país contra el colonialismo británico, Ngũgĩ explica en la trilogía de sus memorias cómo fue uno de los privilegiados que recibió una educación que le permitiría acabar siendo profesor en la Universidad de Nairobi, pero sólo de lengua inglesa. La defensa de la lengua y la cultura propias llegaron años después.

Puede que el inglés se haya esgrimido como la principal razón del éxodo estudiantil de Kamandũra a Manguo, pero dudo que hubiese grandes diferencias entre ambos centros en lo que a enseñanza de la lengua se refiere. Casi todos los profesores se habían formado en escuelas fundadas por las misiones religiosas o el gobierno, y no se le podían pedir peras al olmo.

'Sueños en tiempos de guerra'

La imposición cultural británica hizo desaparecer las escuelas africanas en beneficio de las escuelas inglesas, donde se priorizaban la lengua y cultura inglesas y su opinión de los africanos. Es así como leían textos racistas donde se destacaba el valor y el honor de los hombres blancos ingleses, provocando una mirada de desprestigio hacia la lengua y la cultura africanas.

Así que, al leer los libros de Biggles en 1955 y 1956, me encontraba sumido en una dramática contradicción. Biggles, el as de los cielos y el líder de escuadrón de la Royal Air Force, bien podría haber arrojado bombas sobre mi propio hermano en los bosques del Monte Kenia. O bien podría haber sido enviado por Raymond de Scotland Yard para descubrir a los que conspiraban contra el Imperio Británico en Kenia. En cualquier caso, se habría enfrentado, sin duda, a mi hermano, que, en medio de su lucha en los bosques, aún encontraba tiempo para comunicarse conmigo y decirme que, pasara lo que pasara, no abandonara mis estudios. En los bosques, mi hermano y sus compañeros Mau Mau, tan patriotas y nacionalistas kenianos como eran, celebraron mi admisión en la Alliance High School, el sitio en el que conocería a Biggles, un personaje imaginario tan patriota como ellos, pero del bando contrario, el británico. Tal vez esto explique que siempre me sintiera algo distante del personaje.[...] La misma base se aplicaba en estos libros a la definición del mundo respecto al género y a la raza. En el mundo de Biggles las mujeres no existían. Después de todo, la construcción del Imperio y su defensa era cosa de hombres, algo que las delicadas mujeres blancas no podían más que admirar y aplaudir.

'Desplazar el centro'

No sólo eso, el racismo se vivía en la calle, como él mismo experimentaría en sus trayectos del instituto a su nuevo hogar en el campo de concentración donde habían trasladado todo su pueblo, junto con los otros pueblos de la zona, ahora arrasados, para tenerlos buscados y vigilados entre torres de vigilancia y soldados armados.

Al crear la ilusión de que ciertas comunidades disfrutaban de más privilegios que otras, el Estado esperaba comprar la lealtad de las primeras. Pero a la hora de la verdad, cuando había una redada, era el color de piel y no la cartilla de libre circulación lo que convertía a alguien en sospechoso. Sólo después de la detención se consultaban los documentos identificativos para distinguir a los gĩkũyũ, embu y meru de los demás. Y para entonces todos ellos habían sufrido alguna clase de acoso y humillación.

'En la Casa del Intérprete'

Mientras tanto, su refugio estaba en la escuela. Y sus dudas crecían. No existían libros en gĩkũyũ, ni textos en gĩkũyũ para leer. De hecho, el alfabeto gĩkũyũ no existió hasta que se hizo evidente la necesidad de los británicos de imponer una cultura y una religión. Hasta entonces, la cultura y la literatura kenianas se transmitían en la oralidad, como Ngũgĩ explica en su ensayo Descolonizar la mente, era su oratura, una palabra que se utiliza para definir la literatura que se transmite de forma oral. Cuentos, relatos, obras de teatro, mitos y leyendas pasaban de generación en generación de boca a oreja.

El imperialismo y los misioneros de su ideología introdujeron la escritura en muchas lenguas africanas. Era necesario que el mensaje bíblico de servilismo, y las órdenes administrativas que reclamaban trabajo forzoso e impuestos, y las órdenes militares y policiales de matar a los rebeldes, llegaran hasta los mensajeros nativos tan directamente como fuera posible. Los imperialismos rivales y la práctica colonial de «divide y vencerás» introdujeron representaciones contradictorias de los sistemas fonéticos dentro de una misma lengua, por no mencionar el caso de las lenguas africanas semejantes dentro de las mismas fronteras coloniales. Por ejemplo, el gĩkũyũ tenía dos sistemas ortográficos diferentes, desarrollados uno por los misioneros protestantes y otro por los católicos. Antes de que todo esto se rectificara, dos niños gĩkũyũ podrían muy bien haberse encontrado en la posición de no ser capaces de entender las redacciones o las cartas el uno del otro. El imperialismo, igualmente, introdujo la alfabetización, pero a menudo la enseñanza de la escritura y la lengua estuvo limitada a oficinistas, soldados, policías o pequeños funcionarios, es decir, la emergente clase misionera sobre la que yo quería hablarles a mis estudiantes. De modo que incluso en las vísperas de las independencias, las masas africanas seguían sin saber leer ni escribir.

'Descolonizar la mente'

Es así como en sus memorias Sueños en tiempos de guerra y En la Casa del Intérprete, Ngũgĩ wa Thiong’o relata en primera persona toda esta desposesión de cultura y lengua, una educación que priorizaba las buenas notas en lengua inglesa por encima del resto de asignaturas, y que también era una educación racista, todo ello con el objetivo de someter un pueblo. Según Ngũgĩ, a medio y largo plazo, la imposición cultural sería aún más peligrosa que la militar, la política y la económica.

En la nueva escuela de Manguo, la lengua inglesa seguía considerándose un elemento clave de modernidad, pero si en la etapa karĩng’a el inglés convivía con el gĩkũyũ en igualdad de condiciones, ahora estaba mal visto emplear la lengua autóctona. Se desató una caza de brujas contra quienes hablaran cualquier lengua africana en el recinto escolar, y a veces las represalias llegaban incluso al castigo físico. Los profesores entregaban una placa metálica al primer estudiante del día al que sorprendían hablando en cualquier lengua africana, y éste a su vez se lo pasaba al siguiente infractor, y así sucesivamente. Al finalizar la jornada escolar, el último en custodiar la placa metálica recibía los azotes.

'Sueños en tiempos de guerra'

Años más tarde, cuando él era profesor en la Universidad de Nairobi, una mujer le pidió que diera al pueblo lo que había recibido del pueblo —puedes leer cómo consiguió ir a la escuela en Sueños en tiempos de guerra—. Él accedió y escribiría una obra de teatro para ellos. Pero si tenía que crear una obra de teatro, ¿lo haría en inglés? El pueblo no hablaba inglés, hablaba gĩkũyũ y era analfabeto. Utilizaría por primera vez, después de varias novelas y ensayos escritos en inglés, su lengua materna para crear una obra de teatro que representaría la propia gente del pueblo, con un teatro construido por ellos mismos. Por fin Ngũgĩ sentía que su obra tenía un retorno para su pueblo y podía verse a sí mismo como un intelectual a su servicio. Sin embargo, sus escritos y novelas siempre habían sido denuncias y críticas del uso de la fuerza, de la violencia y del poder contra el pueblo y de la desigualdad y la desposesión.

Esta obra de teatro fue un gran éxito y la noticia llegó a altas instancias políticas. El hecho de crear una obra crítica con el régimen en su lengua propia condenaría a Ngũgĩ wa Thiong’o a un año de prisión. Si la gente podía entender su crítica y llegaba con tanta facilidad a través de una obra de teatro representada en la calle, entonces había que detenerlo. Sus novelas en inglés habían sido mucho más duras y directas a la hora de denunciar las ejecuciones masivas, los campos de concentración, los desplazamientos, el empobrecimiento y, en definitiva, el racismo del colonialismo británico. La prisión (sin juicio, la explica en Wrestling with the devil) no fue el resultado, pues, de ser crítico con el imperialismo, sino de tener gran difusión entre las personas que eran oprimidas por este poder.

La obra reflejaba las condiciones sociales de los trabajadores y su historia de resistencia en el mundo contemporáneo, y alcanzó un gran éxito. La obra fue prohibida, yo fui arrestado y, sin mediar juicio alguno, estuve en un centro de detención entre diciembre de 1977 y diciembre de 1978.

'Desplazar el centro'

El año en prisión con la excusa de la lengua llevó a Ngũgĩ a reflexionar sobre su condición de escritor al servicio del pueblo y sobre qué lengua tenía que usar. Y escogió el gĩkũyũ. En la cárcel se encontró con varias dificultades a la hora de escribir su primera novela en gĩkũyũ. Primero por la falta de utensilios de escritura. Sólo podía obtener bolígrafo y papel si decía que quería escribir una confesión pero esto suponía tener poco papel para escribir una novela. Ngũgĩ comenzó a utilizar el papel higiénico para escribir. Era especialmente duro, diseñado para castigar a los presos, pero, como él dice, lo que era malo para el cuerpo funcionaba a la perfección para escribir.

La segunda dificultad fue más técnica. Ngũgĩ fue consciente de la opresión vivida e interiorizada a lo largo de los años y evidenció la necesidad de reclamar el uso de la lengua propia en la creación y en la cultura. Es así como se encontró con las primeras dificultades para escribir en gĩkũyũ.

El gĩkũyũ fue fijado por escrito por hablantes no nativos, fundamentalmente por misioneros europeos, que no siempre eran capaces de identificar la longitud de las distintas vocales.

'Descolonizar la mente'

Pero Ngũgĩ no se dio por vencido: como explica en Descolonizar la mente, él mismo se inventó el uso de la doble vocal para materializar la vocal larga y el uso de acentos tonales que podían cambiar el sentido de una palabra o una frase si no se utilizaban.

E incluso así no me resultaba satisfactorio, porque lo que hubiera necesitado era una letra nueva o algún tipo de marca ortográfica para las vocales largas. El gĩkũyũ es también una lengua tonal, pero la ortografía establecida no indicaba variaciones de ese estilo.

A pesar de estas dificultades, acabó escribiendo su novela en gĩkũyũ en prisión -El diablo en la cruz-, y hoy en día es considerada una de las grandes obras de la literatura contemporánea. Ngũgĩ es hoy uno de los pensadores más importantes a nivel internacional y uno de los exponentes en la defensa de las lenguas y culturas africanas en la lucha contra el imperialismo y el neocolonialismo, las actuales formas de represión en África que van de la mano de un neoesclavismo que también podemos encontrar en otros lugares del mundo. No en vano, Ngũgĩ asegura que el Tercer mundo es todo el mundo, denunciando así las condiciones de extrema pobreza que se pueden ver en cualquier punto del planeta.

La revolución vertical es, además de una fábula sobre la igualdad y la justicia como hemos explicado en la introducción, una reivindicación de la literatura oral, de la forma tradicional en la que nos contábamos los cuentos, las historias. Porque desde que existe la palabra, existen los relatos, formas con las que hemos tenido que explicar nuestro pasado, hablar de nuestro presente y vislumbrar nuestro posible futuro. La palabra como herramienta para construir imágenes, pensamientos, ideas y diálogos.

Este cuento ha sido traducido a más de ochenta lenguas de todo el mundo, en un diálogo universal, premisa inherente de la traducción entre lenguas, que tanto hace por el enriquecimiento de nuestras culturas. Traducir para acercar miradas, extender manos y abrir puertas a la comprensión de la diferencia. Al mismo tiempo nos permite conectar con formas de expresión totalmente diferentes a la nuestra, ejercitando también los límites del vocabulario y de las construcciones verbales y mentales de nuestra lengua. La traducción conecta culturas, abre conversaciones y nos descubre como iguales. Es por ello que pensamos y defendemos que traducir es una forma de amar.

Este es un cuento para grandes y pequeños. Un cuento para explicar en voz alta, o susurrar al oído de otra persona. Pero sobre todo es un cuento para compartir. Un cuento que esperamos que hayáis disfrutado tanto leyendo o escuchando como nosotros descubriéndolo y publicándolo.

Laura Huerga, editora de Rayo Verde

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