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"Marcas silenciadas", epílogo de 'Carne de perra' | Lohizune Amatria Zabalza

"Carne de perra es un ejercicio de rememoración personal, crudo y directo, que se vuelve colectivo en su conjunto. Porque la reparación, además de un reconocimiento político e institucional, tiene que tener un componente social que asegure garantías de no repetición. Que consigamos ver en los números realidades diversas, complejas y contradictorias; que consigamos recordarlas, comprenderlas y respetarlas, sin estigmatizarlas, patologizarlas o anclarlas al dolor". Epílogo de la periodista Lohizune Amatria Zabalza al libro Carne de perra, de Fátima Sime. 

 

“¿Quién te puso las medallas? / ¿Cuántas vidas te han costado? / Dime si es justo soldado con tanta sangre, ¿quién gana? / Si tan injusto es matar, / ¿por qué matar a tu hermano?”. Hoy parece premonitorio el poema que Víctor Jara escribió en 1966. Las fuerzas armadas de la dictadura militar chilena (1973-1990) lo asesinaron siete años después de redactarlo, en 1973.

El 11 de septiembre de aquel año Augusto Pinochet Ugarte encabezó el golpe de Estado que derrocó al gobierno de Salvador Allende y su proyecto transformador en Chile. Víctor Jara, como tantos otros, se dirigió a la Universidad Técnica del Estado, hoy la Universidad de Santiago, para hacer resistencia a aquel levantamiento. Las tropas militares llegaron al día siguiente y lo trasladaron, junto a más de 600 personas, al Estadio de Chile, un improvisado centro de detención y tortura.

Lo que sigue a este relato son golpes, heridas, sangre, hambre, frío y disparos. Jara fue encontrado tres días después del golpe cerca del Cementerio Metropolitano de Santiago con más de cuarenta impactos de bala. Y un nombre resuena en esta historia; un apodo, un personaje que recupera Carne de perra: el Príncipe. Según los testigos, fue él quien ordenó que asesinaran al famoso cantautor.

Tal vez sea este el caso más conocido y más comentado de la represión sufrida por el pueblo chileno durante esa oscura época. Pero, aunque aquello sucediera, no es justo que lo poético oculte la realidad más cruda. No todas las víctimas del Príncipe fueron Víctor Jaras. Hubo quien no recitó poemas mientras moría, quien no pudo sonreír mientras le golpeaban, quien murió en vida y calló, quien no ha vuelto a hablar, quien no ha vuelto a sentir igual, quien no ha podido recordar, quien no ha vuelto a aparecer… Y entre esa multitud y diversidad, hubo y hay ellas.

Ellas. Silenciadas, olvidadas y ocultadas en el imaginario de la tortura.

Carne de perra sitúa a María Rosa Santiago López en el centro del relato, es a través de ella que conoceremos lo que le hicieron, lo que la atormenta y la enmudece. La impotencia de solo tener su palabra para probarlo, la rabia de no encontrar la manera de hacerlo, la culpa por hablar, por no hacerlo, la vergüenza, la ansiedad… Tiempo después de ser torturada física, sexual y psicológicamente, María Rosa se encontrará con el Príncipe, y todo lo que creía aparcado reaparecerá. Torturada y torturador, frente a frente, atraídos por una especie de dependencia mutua.

 

Hemos cantado y ensalzado al hijo de Itziar, ese militante que pese a haber sido torturado no delata a nadie; y hemos relegado a la mujer al papel de madre que se siente orgullosa de eso y le ofrece un clavel y dos besos al hijo que prefiere morir a hablar. Sin tan siquiera imaginar que pudo hablar para no morir, que pudo hacer lo indecible; que pudo ser una mujer la atormentada. La realidad, sin embargo, es mucho más complicada que eso y muy difícil de abordar si el marco que le damos a la reparación y a la resiliencia es ese. 

Lohizune Amatria Zabalza

¿Para qué? Si finalmente se repite todo

Ha sido una extraña casualidad: he tenido conocimiento de lo que sucedió y sucede en Chile a través de dos vías, prácticamente al mismo tiempo. Mientras leía esta novela, antes de terminarla, asistí a las jornadas internacionales que organizó la Red de Personas Torturadas de Nafarroa para reflexionar sobre la reparación tras la tortura. En una de las mesas redondas, pude escuchar la experiencia de Lorena Pérez Osorio, psicóloga clínica del Centro de Salud mental y Derechos Humanos CINTRAS de Chile.

Lo advirtió en su primera intervención: la tortura no se queda en las cuatro paredes donde la imaginamos, la tortura nos persigue, la arrastramos y se adapta al tiempo que le toca. La organización no gubernamental sin ánimo de lucro CINTRAS presta atención psicológica a víctimas de graves violaciones de derechos humanos, especialmente a supervivientes de la tortura de la dictadura y del estallido social de 2019. Comenzaron a trabajar en 1985 y entonces recibían, por parte de sus pacientes, reflexiones como: “Nosotros estamos aquí todos jodidos, mientras los otros están allí haciendo su vida”. Ese era uno de los puntos de partida para hacer los trabajos de rehabilitación. Hoy en día, son otros: “Toda la lucha y todo lo vivido, ¿para qué? Si finalmente se repite todo”. “La tortura es un trauma psicosocial, que se reactualiza al contexto sociopolítico actual”, apuntaba.

En septiembre de 2023 se cumplieron 50 años del golpe de Estado en Chile, y, por desgracia, reaparecieron la revictimización y negación de lo ocurrido en los discursos políticos. La diputada de extrema derecha Gloria Naveillán Arriagada aseguró hace pocos meses que las violaciones sexuales a mujeres en dictadura forman parte de “una leyenda urbana”. Carne de Perra es ficción, pero nada tiene la historia de inventada o extravagante. María Rosa podría ser una de las tantas desaparecidas o torturadas en Chile que han hablado de lo que vivieron; pero tal vez represente mejor a quienes no lo han hecho. María Rosa no es una superviviente idílica, ni mucho menos perfecta. Pero ¿acaso existe la persona torturada perfecta? ¿Qué o quién decide qué o quién lo es en la absurdidad de las reglas del juego de la tortura?

No hemos sido una sociedad justa. No lo somos. Hemos cantado y ensalzado al hijo de Itziar, ese militante que pese a haber sido torturado no delata a nadie; y hemos relegado a la mujer al papel de madre que se siente orgullosa de eso y le ofrece un clavel y dos besos al hijo que prefiere morir a hablar. Sin tan siquiera imaginar que pudo hablar para no morir, que pudo hacer lo indecible; que pudo ser una mujer la atormentada. La realidad, sin embargo, es mucho más complicada que eso y muy difícil de abordar si el marco que le damos a la reparación y a la resiliencia es ese. Ha pasado casi medio siglo desde que Pantxoa eta Peio escribieran la letra de esta canción, y no creo que estemos en ese punto ahora. Pero, aun y todo, revisar el imaginario que tenemos y en el cual se ven reflejadas las personas torturadas es un trabajo que todavía está por hacer.

 

 

Esto no desaparece

Una vez escuché que las heridas de la tortura "cambian, pero no desaparecen”. Son heridas que traspasan lo físico, el sujeto y el momento en el que se crean. Son sociales, profundas y oscuras. Así es como siento la mía, transmitida y heredada, entre reivindicaciones y silencios. Mi tío Mikel Zabalza Garate fue torturado hasta la muerte en el cuartel de Intxaurrondo de Donostia, en 1985. Es tal vez el caso más conocido y con más apoyo social y político hasta la fecha en Euskal Herria, pero lo cierto es que cuatro familiares más fueron torturados aquella fatídica noche. Y poco de aquello se ha reconocido.

Ion Arretxe Gutierrez, detenido también ese 26 de noviembre, explicaba que la tortura vuelve lo familiar extraño y lo extraño familiar. Los objetos cotidianos fueron sus enemigos, durante y después; y sus enemigos, cotidianos, por alguna siniestra razón. Así es como se siente la vida junto a María Rosa en Carne de Perra. Los nexos también cambiarán para ella: el lugar que ocupa en los espacios, la relación con y hacia sus seres queridos, la comida o la lectura, la mirada hacia su cuerpo… Y todo eso se entrelaza, en la novela y fuera de ella, con la violencia machista que sufren las mujeres en este sistema heteropatriarcal que habitamos; por eso, no es casualidad que (hoy también) sean ellas las cuestionadas. Cuestionadas, por militar, por no hacerlo; por ser pecadoras, fieles, infieles; por ser (o tenerlas) grandes, pequeñas, bonitas, feas; por ser hijas, madres, nietas; por no saber cuidar; por denunciar. Esto es lo que el juez Baltasar Garzón le dijo a Ixone Fernández Bustillo, tras ser torturada por la Policía Nacional en 2005: “He leído su testimonio y he de decirle que me ha resultado muy novelesco. Tiene que entender que lo que usted me cuenta es irrisorio, teniendo en cuenta la acusación que pesaba sobre usted. Además, debo decirle que ustedes las mujeres, al ser el sexo débil, sienten miedo y pánico ante situaciones que en realidad no lo son tanto, por lo tanto ¿cómo voy a dar credibilidad a lo que usted cuenta? ¿Tiene alguna marca física que pueda corroborar lo que usted dice? ¿Tiene usted algún informe forense?”.

Según los últimos informes elaborados por el Instituto Vasco de Criminología, desde 1960, se han contabilizado por el momento 5.379 casos de tortura en Euskal Herria. Hay, por lo tanto, más de cinco mil heridas, heridas compartidas entre personas torturadas, familiares, entorno cercano y sociedad, todavía sin sanar. Esta novela nos ofrece una vía para comenzar a hacerlo.

Carne de perra es un ejercicio de rememoración personal, crudo y directo, que se vuelve colectivo en su conjunto. Porque la reparación, además de un reconocimiento político e institucional, tiene que tener un componente social que asegure garantías de no repetición. Que consigamos ver en los números realidades diversas, complejas y contradictorias; que consigamos recordarlas, comprenderlas y respetarlas, sin estigmatizarlas, patologizarlas o anclarlas al dolor. Esto nos ha marcado, y no queremos ese mismo daño para nadie. ¿No?

 

Lohizune Amatria Zabalza

Diciembre, 2023
 

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