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Ya falta menos... | Introducción de Joseba Asiron al libro 'Adiós, Pamplona 2'

En este segundo tomo de Adiós, Pamplona, el historiador Joseba Asiron nos vuelve a hacer viajar en el tiempo, repasando visualmente la historia reciente de la vieja Iruñea. A través de las imágenes que captaron los primeros fotógrafos, nos acerca a las calles y plazas deslucidas ya por la acción municipal, a barrios que crecieron meteóricamente en los que hace no mucho nuestros abuelos seguían cosechando a mano, o a desconocidos e íntimos rincones que, aún hoy, se siguen resistiendo al implacable paso del tiempo y de la hormigonera. A continuación, la introducción de Joseba Asiron a este trabajo.

Ya falta menos... 

En el momento de escribir estas líneas, abril de 2021, se han cumplido ya 11 años desde que, un 24 de enero de 2010, se publicara en Diario de Noticias de Navarra el primero de los artículos de la serie periodística dominical «Adiós, Pamplona». Once años y más de 500 artículos, que poco a poco han ido configurando un retrato fiel de la historia reciente de Pamplona, desde las últimas décadas del siglo XIX hasta prácticamente la actualidad. Quien haya seguido, aunque sea esporádicamente, los artículos publicados domingo a domingo durante todos estos años, habrá podido conocer la crónica de los grandes jalones transformadores de la ciudad. Hitos como el derribo de las murallas renacentistas, la construcción del Segundo Ensanche tras la apertura de la avenida de Carlos III en la plaza del Castillo, o la transformación de antiguos barrios hortelanos como Txantrea o Rochapea, seguidos muy de cerca por el resto del hinterland pamplonés.

Se trata de un relato minucioso, que nos habla de las calles, plazas y rincones de la vieja Iruñea, pero también de sus costumbres, de algunos de sus más caracterizados personajes, de todo aquello que ha desaparecido y de lo que, a pesar de todo y de todos, permanece todavía hoy igual, inmutable ante el paso del tiempo. Y, si se me permite la confidencia, debo reconocer que muchas son también las cosas que en estos 11 años han cambiado en la vida de quien esto escribe. Al iniciar esta serie, en enero de 2010, hacía poco más de un mes que había defendido mi tesis doctoral sobre las torres de linaje medievales en Navarra. Un trabajo de 12 años que me obligó, entre otras muchas cosas, a recorrer la totalidad de los pueblos de Navarra, todos sus señoríos y muchos de sus caseríos. Una labor enorme y gratificante, especialmente en lo que al trabajo de campo se refiere, pero que me obligó a organizar salidas todos y cada uno de los fines de semana, durante una década, elaborando rutas que racionalizaran el tiempo y el esfuerzo. El resultado fue un corpus teórico de más de mil folios, varios miles de fotografías, cientos de esquemas, dibujos, apuntes a mano alzada y gráficos.

Pues bien, el escritor franco-congoleño Numa Sadoul (1986) afirmaba que, cuando el guionista y dibujante de Las aventuras de Tintín, Georges Remi, Hergé, pasó por un momento de agotamiento personal y profesional en su carrera, escribió Tintín en el Tíbet, como una suerte de homenaje al blanco de la nieve, como una catarsis personal y profesional y una vuelta a la nada, a la ausencia de color, al papel blanco sobre el que comienzan todas las cosas. De alguna manera, dibujar aquella obra fue algo así como una necesidad vital. De modo análogo, salvando todas las distancias y con todas las comillas y salvedades que se quiera, tras 12 años de viajes incesantes por toda Navarra, la verdad es que también quien esto escribe sentía en 2010 la necesidad de volver a Pamplona, a casa, al comienzo, a los rincones más íntimos de la infancia, para escribir sobre lo más cercano y conocido. Es así como, al mes siguiente de defender la tesis, surgió «Adiós, Pamplona», una serie que había imaginado y con la que había soñado muchísimas veces, pero cuya elaboración había tenido que aplazar una y otra vez durante años. Un homenaje ansiado y pacientemente esperado a la ciudad en que nací, de la que me siento parte y a la que quiero profundamente.

Cuatro años después, en 2014 y cuando «Adiós, Pamplona» llevaba ya un recorrido considerable, la editorial Txalaparta me propuso publicar un libro recopilatorio, en el cual se incluyeron 120 del total de los 215 artículos publicados hasta aquel momento. Un libro que parecía llegar para poner colofón al trabajo. En este sentido, debo confesar que, en aquel instante, ni por un momento pensé que a la serie pudiera aún quedarle un recorrido de 300 artículos más, publicados a lo largo de los siguientes siete años, hasta el día de hoy. El domingo día 28 de febrero de 2021, Diario de Noticias publicó el artículo que hacía el número 500, y ello sin que su autor haya visto mermada su ilusión por la serie, y sin que, siempre en mi opinión, esta haya perdido interés ni frescura. Y es que la extraordinaria cantidad y la variedad de fotografías recogidas en el Archivo Municipal de Pamplona, así como la ingente labor de recopilación llevada a cabo por el inolvidable J.J. Arazuri, han superado todas nuestras previsiones iniciales.

Otro hecho que ha marcado definitivamente la trayectoria de la serie (y la vida de su autor), fue la entrada de este humilde profesor de Historia en la Corporación Municipal pamplonesa en junio de 2015, puesto que ello brindó nuevas perspectivas y nuevas oportunidades al trabajo. Supuso, por ejemplo, tener acceso franco a ámbitos propios del Consistorio, así como el conocimiento de personas, particulares, eclesiásticos y vinculadas al propio Ayuntamiento, que me permitieron poder llegar hasta lugares a los que de otra manera hubiera sido francamente difícil acceder. Por eso, por ejemplo, en este segundo tomo recopilatorio, hemos podido incluir un grupito de fotografías obtenidas desde las más altas atalayas de la ciudad.

Desde lo alto de la torre de la iglesia de San Francisco Javier, pude repetir una preciosa fotografía del Segundo Ensanche, obtenida por Arazuri en 1953, en la que se veía el Ensanche sin concluir, con los campos cultivados más allá de la calle Olite. Desde lo alto de la torre de San Lorenzo, obtuve la misma foto que en 1929 se había sacado durante un homenaje al general golpista Sanjurjo, en el momento mágico en que un antiquísimo avión del ejército atravesaba el plano. En ella, puede además apreciarse el desarrollo del Primer Ensanche y la situación de la Taconera. Y desde la torre de San Cernin tuve el inmenso honor de poder repetir la foto que Mauro Ibáñez, uno de los pioneros de la fotografía pamplonesa, había obtenido del casco viejo pamplonés en el lejano año 1870.

A este mismo impulso obedecen también, por ejemplo, las fotos sacadas desde la Casa Consistorial, bien sea desde el balcón del Salón de Recepciones, en el propio interior del edificio, o desde su fachada posterior. De entre todas ellas, creo que es especialmente interesante la que recoge el momento de la celebración de la proclamación de la República, llevada a cabo en la plaza Consistorial el 14 de abril de 1931.

Se ha incluido también una escogida selección de 17 fotografías del siglo XIX, que se cuentan entre las más antiguas de la ciudad. Destaca una imagen de la plaza Consistorial en 1864, única conservada en la que se pueden ver los toldos de los puestos de venta, cuando el lugar era aún conocido como «plaza de la Fruta». Hay, así mismo, tres fotografías sacadas durante el bloqueo de la ciudad en la Guerra Carlista de 1872-1876, y una increíble imagen que muestra cómo era la iglesia de San Nicolás en 1880, antes, por tanto, de la reforma de sabor historicista realizada por el arquitecto Ángel Goicoechea en 1882.

En otros casos, las fotografías muestran paisajes urbanos hoy imposibles de repetir, a causa de las transformaciones sufridas. Citaremos entre ellos las partes eliminadas del antiguo cinturón amurallado, que solían traer consigo cambios profundos en su entorno, o el derribo y desaparición de los antiguos cuarteles intramurales. También se da testimonio de la eliminación de elementos urbanos concretos, como el pasadizo de Descalzos, demolido en 1925, o el del campo de Osasuna en San Juan, desaparecido en 1969. Sería también el caso de una preciosa y curiosísima fotografía de 1952, en la que se ve todo el edificio consistorial barroco derribado, pero con su fachada en pie y exenta, como si de un enorme decorado de teatro se tratase. Incluiríamos también en este grupo la imagen de la plaza de toros vieja, situada en la embocadura de la actual avenida de Carlos III, inmediatamente después de su incendio y destrucción en 1921, o la del vetusto convento de la Merced, que dio nombre a la calle homónima, y que desapareció en 1945. Entre todos estos elementos, no obstante, me quedo con varias imágenes en las que se puede ver cómo era la torre original de San Lorenzo, el viejo  torreón de la muralla medieval que fue testigo, entre otras muchas cosas, de la carga de caballería protagonizada por el mariscal don Pedro de Navarra el 27 de noviembre de 1512, durante la conquista de Navarra.

En este nuevo recopilatorio de artículos, hemos procurado además recoger un representativo grupo de fotografías de los barrios de la ciudad. Así, y aunque son incomparablemente más abundantes las fotografías existentes del Casco Viejo y del Primer y Segundo Ensanche, podemos encontrar también paisajes urbanos de Etxabakoitz, con una antiquísima foto de 1876, de la Rochapea, San Jorge-Sanduzelai, Milagrosa-Arrosadia, San Juan-Donibane, Iturrama, Errotazar, etc. Igualmente interesantes nos resultan aquellas fotografías que recogen acontecimientos extraordinarios o singulares acaecidos en la ciudad, como las manifestaciones surgidas a rebufo de la Gamazada, o las exequias del músico pamplonés Hilarión Eslava. También situaciones excepcionales e irrepetibles como las curiosas imágenes del monumento a los Fueros o el monumento a los Caídos a medio construir. Se recogen, del mismo modo, antiguas costumbres o actividades tradicionales que cesaron hace mucho tiempo, como los siniestros viáticos, las cuestaciones llevadas a cabo por los «mecosos» de la Casa de Misericordia, la curiosísima e irreverente procesión bufa de Casa Barón, o los omnipresentes desfiles y paradas militares, que daban a calles y plazas la consideración de patios cuarteleros. En aquella ciudad encorsetada en lo político, en lo social y hasta en lo religioso, el ocio ciudadano, inocente, soso y monótono, queda bien reflejado en varias fotografías que recogen los juegos infantiles de chicos y chicas, casi siempre segregados, o aquellos paseos vespertinos, en los que nuestros bisabuelos y nuestras bisabuelas trababan conocimiento mutuo e iniciaban sus maniobras de aproximación. También se recuerdan los actos sanfermineros, la comparsa de gigantes y cabezudos, las barracas de fiestas, el alzamiento de globos aerostáticos, los túneles luminosos y hasta aquellas épicas francachelas, mucho menos inocentes, pero en las que las mayores transgresiones eran casi siempre de orden etílico. Tampoco podían quedar fuera las labores agrícolas, como la cosecha en el barrio de Iturrama o la trilla en los glacis de la Vuelta del Castillo, y algunos oficios desaparecidos, como el de los cordeleros que confeccionaban sogas de cáñamo en la Barbazana o en los fosos de la ciudad.

Como ya dije en la introducción al primer tomo recopilatorio de Adiós, Pamplona, soy muy consciente, y así quiero que conste, de que el verdadero mérito de este trabajo es de los pioneros de la fotografía pamplonesa en el siglo XIX, y de quienes siguieron su estela a lo largo de todo el siglo XX. Mauro Ibáñez, Julio Altadill, Roldán y Mena, Anselmo Goñi, Robert Greuling, José Ayala, Agapito Goñi, Vicente Istúriz, Luis Rouzaut, Julio Cía, Rafael Bozano, García-Deán, José Galle, Prince, Javier Gallo, Vicente Galbete, Eusebio Mina, Zubieta y Retegui, Martín Sarobe y el propio José Joaquín Arazuri son los verdaderos artífices de esta obra. Fueron ellos quienes tuvieron la temprana percepción y la idea visionaria de que aquellas fotografías cotidianas y aparentemente anodinas de sus respectivas épocas se convertirían algún día en documentos gráficos valiosísimos e irremplazables, auténticos testimonios de la memoria colectiva de la ciudad de Iruñea y de sus habitantes.

No podemos sino congratularnos, en este sentido, del interés que en los últimos años parece haber despertado en algunos ámbitos el conocimiento y la difusión de estas antiguas fotografías de Pamplona. Son ya bastantes los foros de internet, los chats, las páginas web y los usuarios de redes sociales que se ocupan de este tipo de cuestiones, con gran acierto además. Especialmente interesantes nos parecen aquellos que, además del disfrute evidente derivado de su contemplación, introducen también un matiz pedagógico e incluso reivindicativo. En los últimos tiempos, hemos podido ver cómo se defendían cuestiones relativas a los comercios centenarios de la ciudad, al respeto por la edilicia tradicional, a la puesta en valor de determinados elementos del mobiliario urbano más arraigado, como fuentes o bancos, o las referidas a la decoración interior y exterior de tabernas y tiendas, y de forma especial la preservación de los antiguos escaparates de galería. Todo ello, insistimos, nos parece una magnífica noticia, y nos gustaría pensar que, aunque sea en una ínfima medida, esta serie de artículos ha puesto también, en sus 11 años de existencia, su granito de arena en esa nueva mentalidad y en esa nueva concienciación.

El tránsito del siglo XX al XXI fue una etapa muy dura para la conservación del patrimonio histórico-artístico de Pamplona. A lo largo de casi una década, y en aras de una modernidad mal entendida, tuvimos que asistir a un concienzudo arrasamiento del subsuelo arqueológico, a la eliminación sistemática de algunos de los elementos de identidad más íntimos y exclusivos de la ciudad, y a la destrucción de edificios con un indudable valor arquitectónico y emocional, para sustituirlos por construcciones anodinas y carentes de arraigo y estilo. Transcurridos casi 20 años desde aquella oscura etapa, parece que una nueva mentalidad quiere abrirse paso en la sociedad pamplonesa. Eso sí, como casi siempre ocurre en este tipo de cuestiones, se nos antoja que el cambio deberá construirse de abajo hacia arriba. Deberá comenzar, está arrancando ya, desde la base social, desde el vecindario y desde los barrios, para ir posteriormente calando en la clase política y en sus dirigentes.

Y es que, si algo tenemos claro a estas alturas de la vida, es que los verdaderos cambios, los de calado, los que pueden llegar a transformar la sociedad, son los que se gestan en el corazón de la gente, particularmente aquellos que reciben su impulso en casa y en la escuela. De esa nueva sensibilidad, de esa nueva conciencia cívica, surgirá finalmente el Cuarto Ensanche que necesita Pamplona, y del que ya hablábamos en la introducción del primer tomo de Adiós, Pamplona. Un ensanche mental que derribe las viejas murallas ideológicas y nos lleve definitivamente a la Iruñea del siglo XXI.

Ya falta menos.

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