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Querida amiga desconocida | Cristina Lizarbe Ruiz

La autora de este libro, procedente de Martinica y residente en Francia, comienza a escribir cartas a Carolina Maria de Jesus, una escritora brasileña en situación de precariedad. En ellas, le relata cómo es su vida con su familia, como escritora precaria y como trabajadora doméstica para las familias burguesas de Marsella. Y es que, después de escuchar historias de mujeres migrantes sobre sus dificultades como empleadas domésticas, Françoise Ega se plantea esta forma de esclavitud moderna y decide emplearse como trabajadora doméstica, para conocer desde dentro ese universo de semi-esclavitud y para ayudar a esas mujeres, víctimas de toda clase de abusos. En este artículo, Cristina Lizarbe Ruiz, traductora de la presente edición de Txalaparta, nos da las claves de este conmovedor documento sobre la explotación femenina y el racismo en el siglo XX.

Cartas a una mujer negra es una epístola eterna a una amiga fantasma, Carolina Maria de Jesus. Una amiga no amiga, una colega de escritura, de maternidad y de precariedad, dos mujeres conectadas por un fino hilo que resulta ser tan sólido como las limitaciones económicas y sociales que se les imponen. Una relación que, sin embargo, nunca llegará a su eclosión, al clímax… porque las cartas no tienen respuesta. De hecho, no llegan a enviarse. Y es así como una sucesión de epístolas se convierte en un diario de experiencias y experimentos en el que Françoise Ega se desahoga, se enfada, se lamenta, y teje, aunque solo de forma unidireccional, una complicidad, una amistad y un afecto que parece que, en algún momento, recibirá respuesta, y que además será tan cálida y cómplice como lo son las líneas de Ega.

Más allá de estas dos interlocutoras, una de ellas en completo silencio, en la correspondencia va apareciendo un abanico de personajes que pululan por la existencia de Françoise: su marido y sus hijos, sus amistades, personas desconocidas presentes a través de una simple frase, sus patronos y, también, sus colegas, trabajadoras domésticas como ella, chicas racializadas en situaciones precarias, con aspiraciones, sueños, relaciones y problemas. Françoise, que domina la lengua francesa y su medio, es capaz de acudir en auxilio de algunas de estas compañeras frente a los abusos de las familias burguesas, que aprovechan que estas chicas no tienen papeles para explotarlas sin ningún tipo de compasión.

Este híbrido de diario y epístola nos hace también testigos de sus momentos de escritura: terriblemente precarios al principio, y teniendo que soportar los comentarios con sorna de su marido, los motes, las bromas, algún que otro reproche, y también las travesuras de sus hijos. Pero esa escritura continúa, avanza, acaba imponiéndose y convirtiéndose en algo tangible, algo que no se menosprecia, sino que logra llegar a un punto que sacude a Françoise: la publicación. Todo este camino tiene ecos a esa habitación propia de Virginia Woolf, a ese espacio propio de escritura y de creación del que tantísimas mujeres proletarias carecen, y que tantos sacrificios y lujos implica.

El libro, todo este hilo de cartas de Françoise a Carolina, se cierra con un deseo de Françoise impregnado de esperanza: la esperanza en el cambio para las generaciones futuras, la posibilidad, tal vez la certeza, de aspirar a más siendo una persona proletaria y racializada, de poder soñar con hacer algo más que servir en una casa, como tener estudios superiores u ocupar algún cargo de prestigio. Desde este deseo en los años sesenta franceses, cabe plantearse si hemos conseguido romper esa barrera y cumplir mínimamente ese deseo. ¿Hay esperanza? ¿Cuál es la esperanza y el deseo de nuestra generación proletaria y racializada para la siguiente?

Cristina Lizarbe Ruiz, traductora.

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