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«La diferencia entre hombres y mujeres no es de cromosomas ni de hormonas, sino de poder»

Lore Lujanbio, Jule Goikoetxea, Estitxu Garai y Zuriñe Rodriguez, autoras de Democracia patriarcal, se han marcado el objetivo de ordenar y estructurar analíticamente el patriarcado neoliberal. Tras profundizar en sus mecanismos, una de las conclusiones de esta investigación es que la diferencia entre hombres y mujeres es, básicamente, una diferencia de poder; las mujeres trabajamos mucho más que los hombres y, en cambio, obtenemos menos capital económico, social, cultural y simbólico.

Lleváis años investigando las relaciones entre el patriarcado y la democracia, que ahora habéis plasmado en este libro. ¿Cómo habéis abordado este trabajo?

Nuestra investigación sobre la democracia patriarcal tiene dos objetivos fundamentales: primero, desplegar, ordenar y estructurar en diferentes dimensiones el patriarcado actual; y, segundo, identificar los mecanismos de reproducción del mismo. Para ello, hemos analizado las cuatro dimensiones del patriarcado: las relaciones patriarcales en el trabajo remunerado, en el trabajo no remunerado, en el Estado (en este caso, en el régimen de bienestar) y en el ámbito socio-político público. Junto a ello, hemos interiorizado una dimensión analítica que está a otro nivel, la de la violencia simbólica, es decir, la violencia que no se percibe como violencia, y que se articula mediante categorías de pensamiento negativas.

¿Por ejemplo?

¿Por qué realizan las mujeres trabajos no remunerados domésticos y de cuidado? ¿Por qué trabajan gratuitamente? Porque han sido socializadas como sirvientas, no como sujetos políticos, es decir, la identidad mujer implica ser buena madre y buena esposa y eso significa que tu trabajo como mujer es cuidar del resto de forma gratuita, como una sirvienta o una esclava. Y ese es tu valor en sociedad, si eres buena sirvienta (madre y esposa que trabaja gratis) te querrán, si no, no te aceptarán y te quedarás sola, este es el mantra… Por eso, los trabajos que realizan las mujeres pierden prestigio, es decir valor. En realidad, no se trata de que los trabajos que realizan no tengan valor, sino que lo que hacen las mujeres pierde valor porque las mujeres son ese ser que tiene un valor negativo, que es lo que llamamos violencia simbólica. Por ejemplo, la cocina; las mujeres siempre han estado en la cocina, pero el “talento culinario” surge cuando los hombres empiezan a cocinar, por supuesto, cobrando.

En el libro sostenéis que las cuatro dimensiones del patriarcado se relacionan y se potencian entre sí.

Todas las dimensiones del patriarcado incluyen el resto de dimensiones, en la realidad van de la mano. Es decir, la dominación patriarcal que se da en el trabajo remunerado no puede entenderse sin tener en cuenta la que se da en el trabajo no remunerado, y para entender lo que sucede en el trabajo no remunerado hay que entender qué es la violencia simbólica: cómo funciona y qué consecuencias tiene en otros ejes, entre ellos la violencia directa; porque tampoco se puede entender la violencia directa de los hombres contra las mujeres, por su condición de mujeres, si no se analiza la socialización de las mujeres a través de la violencia simbólica patriarcal. La violencia material tiene que ver con el capital económico, pero, de nuevo, la base social sostenible de la acumulación de capital económico es la violencia simbólica, y la palabra “simbólico” significa “dimensión semiótica de la materia”. Es decir, toda violencia simbólica es material.

Otro aspecto que analizáis es el referido a la visibilidad de las mujeres en los espacios públicos.

Así es. Y nuestra conclusión es que la presencia de las mujeres en los ámbitos de poder es significativamente menor, tanto en los partidos políticos, como en los sindicatos y en los movimientos populares. Y que cuando se oye la voz de las mujeres, tiene menos valor lo que ellas dicen. Todas las entrevistadas nos dicen que tienen que repetir las cosas un montón de veces, mientras que a los hombres se les atiende inmediatamente. Además, se constata que los hombres toman muchas decisiones en los ámbitos informales, y que las mujeres, por motivos de cuidado, no están en esos lugares. No obstante, es verdad que en muchas organizaciones se está cambiando esta forma de tomar decisiones.

También concluís que la dominación patriarcal no puede entenderse sin la estructuración sexista de las instituciones públicas y del Estado, que está basada en una sociedad misógina.

La dimensión del Estado es muy amplia. Y aunque nos hemos centrado en el régimen del bienestar, hemos querido medir la familiarización que tenemos en nuestro país, junto con el nivel de mercantilización. La familiarización mide la dependencia de las mujeres respecto a los recursos de los hombres para su subsistencia y bienestar, y la mercantilización la dependencia respecto al mercado para nuestra subsistencia. Nuestra conclusión es clara en esta tercera dimensión: nuestro régimen de bienestar es mediterráneo, es decir, tenemos un alto nivel de mercantilización (solo por detrás tenemos los regímenes liberales, el Reino Unido o los Estados Unidos) y un alto nivel de familiarización, el más alto de todos los regímenes, y el mismo que el español. Para caracterizar al patriarcado liberal de nuestro país, nos comparamos con otros países y regímenes de bienestar europeos, y tenemos un alto grado de mercantilización y familiarización, porque vivimos bajo una privatización neoliberal y las instituciones públicas son tan patriarcales como el neoliberalismo.

Por lo tanto, y a pesar de todos los avances, la responsabilidad de las instituciones públicas sigue siendo importante.

Las instituciones públicas son las que condicionan el grado de familiarización, principalmente porque son las instituciones públicas las que han asumido el trabajo gratuito que hacen o han hecho las mujeres tradicionalmente, como sucede con las residencias públicas, las guarderías y los centros de día públicos, es decir, las que han publificado la educación y el cuidado, en su sentido más amplio, y las que han pagado (aunque sea poco o mal) ese trabajo que normalmente hacen gratis las mujeres.

En el libro no solo subrayáis la diferencia de capital económico entre hombres y mujeres, sino también la diferencia de capital social, cultural y simbólico.

En nuestras sociedades europeas neoliberales es sobre todo el trabajo remunerado el que genera capital económico, social, cultural y simbólico. Por ello, aunque las mujeres trabajen cuatrocientas horas más al año que los hombres, tenemos menos capital económico (salario, renta, pensiones), y menos capital social, cultural y simbólico (autoridad, prestigio, valor) que ellos. Esto demuestra que la diferencia entre hombres y mujeres no es de cromosomas ni de hormonas, sino de poder. Las mujeres no gobiernan. Y si las mujeres no pueden gobernar su cuerpo, su comunidad, o su pueblo, entonces, ese pueblo no es una democracia, sino un patriarcado.

Cuatro propuestas para acabar con el patriarcado

Para acabar con esta dominación patriarcal es imprescindible acabar con el capitalismo neoliberal, racista y colonialista, y, para ello, en este trabajo las autoras ponen estas cuatro propuestas encima de la mesa:

1.- La estatalización feminista. Proponen la constitucionalización por territorios del poder y, por tanto, de la producción y distribución de capitales a través de procesos constituyentes feministas. Dentro de cada territorio, se aplicará la subsidiariedad política y se dará poder a las entidades más pequeñas, ampliando las competencias y capacidades políticas de los espacios más cercanos a la ciudadanía a través de los sindicatos y las organizaciones vecinales. “Esto quiere decir que por debajo de los ayuntamientos integraríamos un nuevo nivel de gobierno, porque es imprescindible que la organización popular se haga desde los barrios. El problema no es solo la contradicción entre el trabajo y el capital, sino entre capital versus vida, porque queremos sistemas políticos que se organicen en base a las necesidades de la vida, no del trabajo, así que la lucha contra el capitalismo patriarcal debe articularse en todos los lugares donde se da la vida”.

2.- El trabajo de cuidados obligatorio y la desmercantilización y desfamiliarización de todo trabajo. Los cuidados serán de carácter obligatorio y rotatorio, todos y todas cuidaremos y las instituciones públicas garantizarán los cuidados y tratamientos específicos necesarios a lo largo de toda la vida. El trabajo se distribuirá de la misma manera: todos los individuos harán un trabajo remunerado y no remunerado similar (no se puede deducir el tiempo dedicado al trabajo remunerado del trabajo no remunerado) hasta que desaparezca la división entre ellos mediante la desmercantilización y la desfamiliarización. “Esto deberá ser objeto de una evaluación continua que evite la mercantilización como fuente de capital social, económico y simbólico, y con el fin de modificar la categorización de los distintos trabajos y asegurar una distribución más equitativa de los distintos capitales que estos generan”.

3. Consocianismo feminista. Todo ámbito de decisión será consociado. En todos los centros de decisión políticos e institucionales habrá como mínimo una mujer por cada hombre (siempre de clase obrera), hasta que el proceso de despatriarcalización tome velocidad y desaparezcan las mujeres y hombres entendidos como clase sociopolítica y económica. Además de los departamentos del Gobierno, todos los centros de poder (sindicatos, partidos, movimientos, empresas, etc.) tendrán un doble consejero/dirección y, en su caso, habrá comisiones triples/múltiples vinculantes teniendo en cuenta edad, origen, diversidad sexual, funcional, etc. “Esto contribuirá a un cambio posterior en la cualidad de las diferentes intervenciones políticas, ya que no basta con la presencia de las mujeres, también es necesaria la puesta en marcha de reglas de juego feministas (espacios, recursos, fines, normas, legislaciones, constituciones)”.

4. Capacidad de veto y decisión para los espacios autónomos y no mixtos de las mujeres. Se democratizará la capacidad de veto de los hombres (en todos los ámbitos) y de la patronal (en ámbitos específicos), dándosela a mujeres y trabajadoras. Para ello se crearán espacios no mixtos de mujeres en todas las asociaciones y organizaciones mixtas: partidos, sindicatos, escuelas, universidades, centros de trabajo y sociedades públicas y privadas. Con el objetivo de darle la vuelta al actual Parlamento liberal y patriarcal, se propone la constitución de un Parlamento no mixto y de diferentes comisiones no mixtas, para que las mujeres recuperen el poder de decisión. Para ello, a nivel de primer gobierno, estarán las asociaciones vecinales formadas por trabajadores y trabajadoras y los parlamentos y asambleas de sindicatos de barrio, y luego las asambleas territoriales organizadas a diferentes escalas (por barrios, municipios, comarcas, territorios, etc.), garantizando el veto feminista en todos los niveles. “Si no se hace así, las mujeres no podrán gobernarse por sí mismas, ni gobernar su cuerpo individual y colectivo ni su propio pueblo, y un pueblo que no puede gobernarse por sí mismo no puede ser una democracia”.

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