Cesta de la compra

{{ item.full_title }} {{ item.description }}
{{ item.quantity }}
Subtotal
Envío exprés Envío normal Gastos de envío Envío gratis
Te quedan para que el envío sea gratuito Te quedan para que el el coste sea de 2€
Cupón de descuento {{ cart.coupon_name }} - x
{{ cart.coupon_message }}
Te quedan {{ (cart.coupon_discount - (cart.total_without_taxes + cart.total_taxes)).toFixed(2) }}€ para gastar de tu cupón de descuento. Ten en cuenta que el cupón sólo puedes usarlo una vez.
Total a pagar
Envíos en 24h. Envíos en 72h. El pedido te llegará el {{ cart.delivery_date_human }}


{{ cart.delivery_message }}
Carro de la compra vacío Actualmente no tienes nada en la cesta de la compra. Ir a la librería.
  • Home
  • Noticias
  • En el vientre de la bestia: heroína en las cárceles del...

En el vientre de la bestia: heroína en las cárceles del Estado español

En los años 80, la epidemia de la heroína se extendió como un reguero por las calles y también en las prisiones. Liberamos este capítulo del libro A los pies del caballo, en el que Justo Arriola aborda el uso de la heroína y la química como forma de control en psiquiátricos y cárceles.

Nadie sabe quién o qué sea el Estado. Sin embargo, para algunos fascistas es ese misterioso Estado quien suministra a la juventud vasca la heroína para adormecer impulsos más peligrosos. Y nada hay de verdad en ello. La heroína viene de algo peor, que es la mafia, y cuyos escrúpulos son tan pocos como los de una sirvienta[1].

Leopoldo María Panero

Dudo que el poeta maldito escribiera estas líneas, llamando fascistas a quienes como su amigo Eduardo Haro Ibars opinaban así, de haber conocido que desde finales de los 70 en adelante en Euskal Herria la mafia era el Estado, como analizaremos más adelante. La única vez que vi a Panero fue poco antes de publicar su poemario sobre la heroína. Estaba sentado junto a otros locos alrededor de una mesa en la cantina del manicomio de Mondragón. Estábamos visitando a un amigo encerrado por orden del juez. Mi amigo parecía un zombi, lo tenían en bata y fuertemente sedado por un intento de fuga. Aunque a los responsables médicos del centro no les hizo gracia, volvimos a visitarlo, esta vez con su madre. Algo había cambiado. Mi amigo estaba vivo. Le habían bajado la medicación. En unos días conseguimos sacarlo de allí. Años después lo enjaularon de nuevo pero él consiguió escapar definitivamente. Así pudimos ver cómo el poder utiliza las drogas para domar la rebeldía y como anestésico apaciguador. Así es en las instituciones totales: en los hospitales psiquiátricos y en los centros de menores con fármacos de prescripción médica y en los centros penitenciarios con drogas legales e ilegales.

Jack Henry Abbot definió el sabor de la libertad en la cárcel, bastante parecido al sabor de la heroína, un gusto que obsesiona, un sabor que te convierte en adicto y por él literalmente matarías[2]. Una de las perversas consecuencias de la prohibición de algunas sustancias es el aumento espectacular del número de presos y presas. Usuarios que delinquen para conseguir su dosis, consumidores que trapichean para autoabastecerse... Se pasó de los 8.840 presos y presas en 1975, a 22.000 en 1982, a 30.000 en 1989, a los casi 80.000 de 2007. Es decir, el crecimiento ha sido bestial, pasando de 23’59 presos/100.000 habitantes a 166 presos/100.000 habitantes en 2007. Así, el Estado español se convirtió en el país europeo occidental con la mayor tasa de encarcelamiento. Aproximadamente el 70% de los presos estaban entre rejas por delitos contra la propiedad y por delitos contra la salud pública, es decir, encerrados, directa o indirectamente, por las drogas[3]. Algunas fuentes elevan este porcentaje al 90%. Por ello, un análisis del consumo de heroína en el Estado español no debe olvidar el tema carcelario.

Tras la muerte del dictador Franco, eran contados los presos existentes en relación con sentencias de delito por drogas ilegales, solo unos pocos legionarios arrestados en cárceles militares por hachís. En pocos años, la cárcel, reflejo más cruel de la propia sociedad, vivió en paralelo la inundación de drogas ilegales que asolaron los barrios más populares y obreros de todo el Estado pero de una forma alarmante en todo el cinturón rojo de Madrid y sus barrios populares, lo mismo que en los de Barcelona, Sevilla, Valencia, Bizkaia o Vigo, por citar los casos más significativos[4]. Y así el talego se fue llenando de jóvenes usuarios por dar tirones de bolsos, pequeños palos, robos y asaltos a farmacias, bancos y otros establecimientos, trapicheos para costearse su dosis... Los chavales con edades entre 14 y 25 años detenidos en 1977 fueron 3.938, en 1978 llegaron a 6.662 y en 1979 fueron 6.802[5]. Mientras el precio del caballo también subía: si en 1976-77 un gramo al por menor valía entre 7.000 y 10.000 pesetas (42-60 euros), a principios de los 80 costaba entre 16.000 y 20.000 pesetas[6] (96-120 euros).

Hubo un fuerte incremento en el número de atracos a bancos: si en 1977 fueron 265, en 1984 se batió el record mundial absoluto con 6.239 atracos con un botín de 4.014 millones de pesetas[7] (casi 25 millones de euros). Así sintetizaba el periodista Javier Valenzuela la situación social que promovía la delincuencia en Madrid, donde había “una muerte por sobredosis o adulteración de heroína por semana”, la media de atracos diaria rondaba los sesenta, entre ellos unos seis bancos, y la de robos de vehículos unos cincuenta:

Con más de doscientos mil parados sobre una población ocupada de un millón trescientas personas, treinta y cinco mil chabolas e infraviviendas y entre diez mil y veinte mil heroinómanos, según datos municipales, una de las principales producciones humanas del Madrid de los años ochenta no puede ser otra que la de delincuentes[8].

 

No pocos vivían la actividad de atracar bancos como un hábito, un enganche como el de la heroína, como relata el expreso Javi Ávila, que se enganchó al jaco a los 12 años: “Psicológicamente, el atracar bancos y drogarte, la combinación de ambas cosas, crea una especie de dependencia. O sea, atracar un banco no te produce el placer inmediato de un pico de heroína o de cocaína, pero proporciona una combinación de excitación, miedo y satisfacción, un grado muy alto de vitalidad, y lo echas de menos”[9]. Pero no todos los atracos eran cosa de yonquis, parte fueron cometidos por organizaciones armadas como fuente de financiación y otras eran montajes policiales, como el famoso superatraco al Banesto en Madrid el 31 de enero de 1985 con un botín de 1.200 millones de pesetas. Así que entre los elementos que contribuyeron a acrecentar la alarma social por la falta de “seguridad ciudadana”, había un buen número de policías corruptos como la mafia policial que torturó hasta la muerte e hizo desaparecer el cuerpo de Santiago Corella El Nani en 1983. La propia brigada antiatracos de Madrid planeaba atracos a joyerías, asesinaba a los atracadores y se quedaba con gran parte del botín[10].

El mundo de la delincuencia juvenil de la época de la Transición se reflejó, aunque la ficción desmereció a la realidad, en las películas del genero quinqui como Perros Callejeros (1977), Perros Callejeros II, Busca y captura (1979), Los últimos golpes del Torete (1980), Yo, el Vaquilla (1985), Perras Callejeras (1985) de José Antonio de la Loma; Navajeros (1980), Colegas (1982), El pico (1983), El pico 2 (1984) y La estanquera de Vallecas (1987) de Eloy de la Iglesia; Deprisa, deprisa (1980) de Carlos Saura y otras[11].

Eran pobres chavales que no tenían nada que perder. En realidad, una variante del mito del forajido, del fuera de la ley, del bandido adolescente. Se dio en ese momento porque el país lo necesitaba. Todos los mitos encarnan verdades profundas de un país y estos chavales encarnaban esa fascinación por la libertad y ese miedo por el futuro del país. Esos mitos fueron creados por todos y, en particular, por los medios de comunicación[12].

En la película Matar al Nani (1988) de Roberto Bodegas, un chivato le espeta al jefe policial: “lo que estáis haciendo con la heroína en el País Vasco”[13]; y eso que el guionista era el valenciano Vicente Escrivá, que fue falangista y Jefe Provincial de Propaganda[14] en la posguerra. Así que también sectores de la derecha española asumían la teoría de la diseminación calculada de heroína en Euskadi.

El presidente Felipe González respondía a la pregunta de si se había establecido “la identidad de los principales responsables del tráfico de heroína en España”, en el periódico La Vanguardia: "Normalmente son gente con una enorme capacidad económica, nacional e internacional, como lo demuestra la larga experiencia norteamericana". Mister “Lengua de serpiente” no hablaba de iniciativas personales al por menor pero, aún así, no veía un gran problema mafioso en la distribución de caballo:

Casi todos los casos [de inseguridad ciudadana] están relacionados con la droga, y en particular con el tráfico y consumo de heroína. Creo que todavía no se ha establecido en España una red mafiosa de una gran envergadura; por consiguiente, estamos a tiempo de reaccionar todos, instituciones y sociedad, para hacer frente a este riesgo evitando caer en contradicciones.

¡Lo dijo en 1984 cuando decenas y decenas de miles de jóvenes consumían heroína por vía intravenosa y ya se conocían las primeras muertes por SIDA! Y cuando remarcó su objetivo, lo prioritario no era la heroinomanía masiva en sí sino “la seguridad ciudadana se ha convertido, sin duda alguna, en una prioridad máxima”[15]. Se debía referir al Plan Nacional sobre Drogas (1985) puesto en marcha a diez años de las primeras muertes por sobredosis con el objetivo fundamental de luchar contra la heroína. Desde luego, represión y sufrimiento sí hubo, y mucho. Pero parece que su “guerra contra la droga” y contra la inseguridad ciudadana no dio ningún resultado en cuanto a identificar y detener a esa “gente de gran relevancia dentro y fuera del país”, a los principales importadores y distribuidores. Llenar las cárceles de consumidores y pequeños trapicheros para lavar su imagen sí que hizo el gobierno. Y atrapar algunos alijos también, se supone que de narcos rivales y/o que no habían pasado por caja, ya que después se conoció el informe Navajas, algo que era vox populi, que había una serie de narcotraficantes que actuaban bajo protección policial.

A la vista está que las instituciones reaccionaron tarde y mal. Las tardías y nefastas políticas de salud pública agravaron el problema. Nada de reducción de riesgos ni programas de intercambio de jeringuillas hasta que la debacle se había consumado. Y las cárceles hacinadas se convirtieron en focos de infección de enfermedades (vih, hepatitis...) y de muerte. Por eso la Comisión Antisida de Bizkaia denunció: “Hay muchísima droga en prisión; pero hay muy pocas jeringuillas. Una jeringuilla puede llevar dos mil picos, se llegan a arreglar los émbolos con goma de las zapatillas, los reclusos tienen que afilarlas para pincharse, lo que implica que una persona que se pique en prisión es casi seguro que se infecte o se reinfecte”[16]. El médico Mikel Urtiaga revelaba la desidia oficial: “en la Prisión Provincial de Pamplona comenzaron a repartirse jeringuillas en el año 1998, obligados por una sentencia judicial y 18 años después de que se tuvieran evidencias de que el SIDA se transmitía a través de la sangre. En cualquier caso, Navarra fue la segunda comunidad [autónoma], tras el País Vasco, en la que se inició este tipo de programa"[17]. La lucha de los colectivos de apoyo a presos y la de los insumisos presos encarcelados en la prisión navarra a mediados de los 90 tuvo un papel fundamental para este logro –que hoy se da como normal y lógico–. Concienciados con la situación carcelaria y la problemática de los presos sociales, los insumisos presentaban quejas y solicitudes para el intercambio de jeringuillas al juzgado de vigilancia penitenciaria mientras la Administración se oponía frontalmente como si las jeringuillas fueran un arma mortal. Y, de hecho, lo eran pero contra los propios presos y presas.

La Asociación de Colaboradores con las Mujeres Presas (ACOPE) hizo un informe –que motivó su expulsión de la cárcel– sobre la situación en la prisión de mujeres de Yeserías (Madrid) e inventarió el número de jeringuillas que había en los años 83, 84, 85: había siete para toda la población presa que costaban 500 pesetas (tres euros) el alquiler de cada una de ellas[18].

El Comité de Afectados por el Virus del SIDA de la prisión de Daroca (Zaragoza) aseguraba que “la gran mayoría de los afectados por el virus letal lo han adquirido en prisión al compartir jeringuillas pese a que las altas jerarquías penitenciarias afirmen que en prisión solo hay una ínfima minoría que se inyecta drogas”, a la vez que pedía la aplicación del artículo 60 “como última voluntad” para morir con dignidad junto a sus seres queridos y concluía:

Algún día, cuando la honestidad gobierne, se escribirá en los anales de la Historia de España el genocidio que sufrió la clase marginal[19].

Apenas una semana después de las declaraciones de Felipe González, José Cuenca El Vaquilla y otros 101 presos se amotinaron durante casi siete horas en la 5ª galería de la Modelo de Barcelona y tomaron a cuatro funcionarios de rehenes hasta que consiguieron que se les suministraran 2,5 gramos de heroína y dos jeringuillas para los que estaban con el mono además de emitir un mensaje por radio y televisión[20]. ¡Solo dos jeringuillas! Una muestra de la despreocupación (¿o debemos llamarlo interés?) de las autoridades penitenciarias en cuanto a la expansión de enfermedades entre los presos.

No importa qué me meta en el cuerpo si eso me hace pasar unos días sin enterarme de nada (Frase carcelaria)

Como tantos otros, El Toto se enganchó al caballo en la cárcel, pasó cinco años en prisión preventiva hasta que lo absolvieron, y acabó muriendo la nochebuena de 1985 de un tiro de escopeta por la espalda cuando intentaba robar unas telas. Dominado por el mono, le dijiste a tu compañera: "Ya no puedo más. Tengo que hacer algo, encontrar heroína como sea. Si no, me mato. Esta vida ya no tiene sentido para mí. Si tengo que seguir así, esto no tiene sentido...". Su hermano Eleuterio Sánchez, conocido como El Lute, le escribió una carta póstuma en la que relataba “la desesperación: la tuya y la de tantas personas que sufren el mundo siniestro de la heroína, al tiempo que otros seres –¿humanos?– dirigen en sus lujosos despachos el organigrama de la muerte y navegan con sus insultantes yates entre la sangre de sus víctimas”:

Bien sé yo que la cárcel roba al hombre cualquier sentimiento, despojándole de toda esencia; a ti te aniquiló. Ya no miraste más al cielo y, a pesar de que tu cabeza se inclinaba hacia la tierra, tampoco sabías cómo eran las piedras del camino que pisabas. Jamás tuviste fuerzas para gritar el "¡Basta!" que inicia la revolución de uno mismo, de la vida en sí. Hubo un tiempo en que el amor de Estrella, y el nacimiento y la ternura de Juana, vuestra hija, parecieron dar luz a tu vida. Sin embargo, la inseguridad, las largas noches de insomnio que provocaron cinco años de cárcel te forzarían a buscar la solución en el porro y, más tarde, en la letal heroína[21].

Una sustancia a la que Eleuterio se refiere como: “Ese letal enemigo, causante de tantos destrozos humanos. Vidas jóvenes, vidas vacías, rotas, muertas. Heroína se llama, y con razón, pues nadie puede con ella”[22].

En una cruel vuelta de tuerca, el tráfico de heroína hacia dentro de las prisiones era (y es) permitido como medida para evitar el aumento de la conflictividad de los presos que están encarcelados (muchos de ellos) precisamente por delitos derivados de la ilegalidad de esa sustancia a la que están enganchados. Como dijo el director de la prisión de Jaén en la reunión que tuvo lugar el 26 de abril de 1984 entre los directores de todas las cárceles españolas y el director general de Instituciones Penitenciarias, Juan José Martínez Zato: “El aumento de las medidas de seguridad [para evitar la entrada y el tráfico de drogas] en dicho centro está provocando una agitación anormal entre los reclusos y una crispación en sus relaciones con los funcionarios. Se teme, incluso, que pueda llegar a producirse un motín”. En medios jurídicos próximos al ambiente carcelario se ha llegado a manifestar que “en realidad, no interesa que la droga desaparezca de las prisiones. Si se quisiera, ya se habría eliminado, pero no se hace; se tiene miedo de las consecuencias que ello podría suponer entre la población reclusa”[23]. Un estudio de 1986 en la cárcel de Basauri (Bizkaia) mostraba que el 76% de la población penitenciaria tomaba drogas dentro de la prisión, de ellos el 40% consumía heroína[24].

En el informe Jaulas y drogas, el uso de drogas en las cárceles[25] de Erlantz Cantabrana y Ricardo Caparrós de la asociación AiLaket!! publicado en 2015, se ofrecen datos preocupantes en los que se percibe el disparate sanitario carcelario: 3 de cada 4 inyectadores son positivos para Virus de la hepatitis C (VHC); 1 de cada 3 inyectadores es positivo para vih; cada año mueren 200 personas en la cárcel, el 22,3% por “sobredosis” y el 11,3% por suicidio; el 31% de los presos tienen prescritos psicofármacos y el 11% metadona.

En el informe también se recogen declaraciones de expresos y expresas:

Ahí vi por primera vez tantos enganchaos en la cárcel como los había visto fuera. De mi barrio estábamos 20 o más presos, todos heroinómanos.

Se fabricaban chutas con una aguja y un bolígrafo bic, luego se pasaban entre todos los colegas del módulo, no teníamos ni puta idea de lo que nos vino luego.

Llegó muy tarde lo de poder acceder a chutas legalmente y fue solo una lavada de cara por lo que habían permitido. Muchos cogieron el bicho dentro.

Una vez presos, pocos abandonan el consumo, muchos se incorporan a otros nuevos o siguen consumiendo parecido que en la calle. Y otros que no se drogaban con sustancias ilegales o lo hacían esporádicamente y que por el ambiente carcelario lo empiezan a hacer.

Al menos yo nunca he conocido épocas largas sin suministro de mandanga hacia dentro en los macos grandes. ¿En las cortas? Pues monazo al canto, pero como de coco te seguía pidiendo, y el ambiente seguía siendo la misma mierda, pues cuando entraba algo, a por ello otra vez, mientras tanto, algunas pastillas.

[El precio] Generalmente el doble que en la calle, y la muy miligrameada del caballo, hasta el triple. En la cárcel se usa la ‘papelina’ como medida pal jamaro, o sea, de una papela 8 papelinas”.

En 1987, el joven de 17 años Xosé Tarrío entró en la cárcel para cumplir dos años, cuatro meses y un día por un robo. Allí contrajo el VIH/SIDA y no salió hasta 16 años después, de los que 12 fueron en aislamiento, sin tener un solo permiso o tercer grado. En 2003 volvió a prisión y salió para morir en un hospital en 2005. Según Xosé, los patios carcelarios están inundados por la droga. En su alegato anticarcelario Huye, hombre, huye: Diario de un preso FIES (el ilegal e inhumano Fichero de Internos de Especial Seguimiento, “la cárcel dentro de la cárcel”), explica el uso de la química por la institución penitenciaria para atontar a los presos:

Barrot comenzaba a tener serios problemas psicológicos y físicos. Pagaba las consecuencias de toda una vida dedicada a la drogadicción, y el hígado le jugaba a diario malas pasadas, lo cual relacionaba con el virus del sida del cual era portador. Aquella situación le llevaba a pensar en esto constantemente, abocándolo al abismo de la desesperación. Había discutido con Juan y, encerrado en sí mismo, alimentaba su cerebro y su organismo con un montón de tranquilizantes que los médicos de la prisión le suministraban tres veces al día con la comida. Necesitaba huir de aquella realidad que le carcomía: el aislamiento total y la idea del sida. Yo conocía por experiencia propia lo que sentía; algunas temporadas también había tenido que recurrir a sedantes para dormir, al sufrir taquicardias o estados de ansiedad excepcionales que me hacían sentir verdadera claustrofobia, pero solo temporalmente. Era un error perpetuarse en aquellas medicaciones porque con los años se adueñaban de uno; un error que a Barrot le costaría la vida. No le daban suplemento alimenticio ni le ofrecían vitaminas ni le evitaban sesiones asesinas de rayos x, pero droga, droga le daban toda la que quisiera con tal de que estuviese sedado y tranquilo. Los patios de las cárceles funcionaban igual: se dejaba entrar y circular libremente la heroína y todo tipo de drogas, de manera que la población reclusa se mantuviese tranquila y no se generasen conflictos, no se enterasen de la realidad en que vivían. Cuando no había droga, el ambiente estaba cargado y los presos se mostraban irritables, por eso existía y existiría siempre la droga en prisión. No se aplicaba el fies a los que traficaban con drogas dentro de la cárcel; este se reservaba a los que protestaban[26].

Según Tarrío, los camellos intramuros, que como personas dedicadas al comercio eran conocidos por los clientes y los vigilantes, tenían el futuro laboral asegurado. Añadido a esto, más recientemente, los propios profesionales sanitarios reconocen su responsabilidad en el consumo y abuso de sustancias “legales”, como fármacos tranquilizantes[27], por parte de la población reclusa. Y los propios presos resaltan que lo único positivo de la metadona, esa cárcel química sustitutiva de la heroína que igualmente crea adicción sin ningún efecto euforizante, es que no tienen que robar para adquirir la droga ni cometer otro tipo de delito pues el Estado les ha resuelto el tema de la adquisición de la droga[28]. Por eso, Gamella llama a la metadona “droga de Estado”[29].

Explicaba el antropólogo barcelonés Oriol Romaní que la heroína supuso “una interferencia desintegradora entre grupos sociales más o menos articulados (sobre todo juveniles), o claramente socio-políticos, pero que quedarán fuera del consenso democrático (como los movimientos de presos liderados por la Coordinadora de Presos en Lucha, COPEL)”[30]. Tras la primera amnistía a los presos y presas políticos en julio de 1976 dictada por Adolfo Suárez, empezó la agitación carcelaria que llevó a la fundación, en secreto, de la COPEL a finales de ese año en la prisión madrileña de Carabanchel con unos fines claros: conseguir la amnistía para los presos y presas sociales y cambiar las normas de vida en el interior de las cárceles, donde se conculcaban los derechos humanos. Los presos y presas rebeldes se consideraban encarcelados por haber cometido delitos forzados por las condiciones de vida que les ha tocado vivir (pobreza, falta de educación y oportunidades de empleo, desigualdad…). La lucha se prolongó de forma intensa y continuada hasta finales de 1978, aproximadamente: motines, destrozos de galerías enteras, incendios, huelgas de hambre, sentadas en los patios, ocupaciones de tejados, autolesiones colectivas... El 18 de julio de 1977, en Carabanchel 26 presos tragaron objetos metálicos y unos 700 subieron al tejado, y 22 cárceles más se sumaron a la protesta. Entre los diversos factores que hicieron que su actividad cesara están la restricción de comunicaciones, el aislamiento y la tortura de sus líderes y la política de premios para otros, el agotamiento de unas luchas muy duras y comprobar que no les iban a dar la amnistía (en la Ley de Amnistía de 1977 también fueron excluidos), “y muy importante, la aparición de la heroína. La cultura carcelaria cambió, primaba el individualismo, se rompió la solidaridad interna, la violencia y las mafias empezaron a controlar las cárceles“. El historiador César Lorenzo, que estudió esta parte poco conocida de la Transición española, publicó el libro Cárceles en llamas. Según él, con la irrupción de la heroína, la unidad de los presos se fue al traste definitivamente. También opina que el incremento del número de presos, de 18.000 en 1980 a 33.000 en 1990, estuvo marcado por la alarma social fomentada por determinados medios de comunicación con fines políticos que generó el nuevo tipo de delincuencia ligada al consumo de drogas.

A la pregunta de si las drogas, la heroína en concreto, que arrasaron barrios obreros y populares en los años ochenta y noventa, ¿pudieron ser introducidas, permitidas o agitadas por las fuerzas policiales y de orden del Estado? Lorenzo responde cauto: “Esa es una teoría que ha circulado ampliamente entre sectores de la izquierda, particularmente en Euskadi. Parece más que plausible que así fuera, ya que su irrupción masiva a finales de los años setenta acabó por rematar la desmovilización de una parte importante de la juventud, que hasta entonces había estado muy implicada políticamente. Sin embargo, un especialista del tema como Juan Carlos Usó, se muestra crítico con los intentos de reducir un fenómeno tan complejo a una explicación unicausal, de tintes conspirativos. En prisión la droga entró como prolongación natural del consumo en los barrios populares: ¿hubo complicidad de funcionarios y policías? Sin duda alguna en numerosos casos, como demuestran las denuncias; en otros, incapacidad de poner coto a su consumo debido a la precariedad de medios y escasez de efectivos humanos frente a la creciente masificación de las prisiones. No creo que se pueda despachar este proceso en una afirmación rotunda, sin matices, pero lo cierto es que la droga acabó con la efímera solidaridad lograda y marcó a fuego los barrios populares y las prisiones durante más de una década“[31].

…Como si el guion estuviese premeditado, comenzó a entrar masivamente heroína en las cárceles, comenzando a “engancharse” innumerables presos hasta el punto de que era más difícil conseguir una “chuta” (jeringuilla) que droga[32].

Daniel Pont Martín, exmiembro de la COPEL

Hacía meses que se empezaba a notar cómo la heroína estaba empezando a entrar en las cárceles y los presos se iban enganchando. “La heroína en las cárceles era muy propicia y me imagino que lo seguirá siendo, porque son situaciones en las que se sufre y la heroína quita el sufrimiento, aunque de forma artificial, porque crea otro, evidentemente” explica Daniel Pont. Recuerda que en una asamblea habló “del peligro que empezaba a suponer para la unión de los presos, para la lucha de la COPEL, de que iban a empezar de nuevo las delaciones, que habíamos conseguido que los chivatos se aislasen en los celulares, o que los llevasen a cárceles determinadas, de que iban a surgir de nuevo los abusos...”. Cuando acabó la asamblea, varios presos, uno de ellos su propio compañero de sumario enganchado a la heroína, le pidieron explicaciones de por qué había hablado así de la heroína, y les dijo que “era muy sencillo: porque esto iba a crear desunión, enfrentamientos y ruina entre los presos”. Así ocurrió. La heroína era una ruina, el principio del fin de la solidaridad: surgieron abusos, sirlas, violaciones... “La heroína crea adicción, crea mono y con el mono, pues bueno, con la teoría del mono pueden legitimar cualquier cosa. Y se convirtió cada vez más en un factor de distorsión y división entre los presos”[33]. A principios de 1978 el caballo ya corría a pleno galope por las galerías y patios de las cárceles españolas.

La entrada de caballo dentro de las cárceles no es algo limitado a la época transicional sino una situación que se mantiene en el tiempo. En otoño de 1993, Guillermo Martorell, estudiante de criminología, fue a la cárcel de Salto del Negro, en Las Palmas, a enseñar a los presos a montar una radio libre: “La primera semana fueron días de aprendizaje mutuo y de mucho patio. Yo les enseñaba y ellos me enseñaban: reciprocidad e igualdad, ese era el trato. El dato más significativo que obtuve es que el gramo de heroína dentro de prisión costaba 40.000 pesetas [240 euros], frente a las 8.000 [48 euros] del exterior y que esta nunca faltaba en época de crisis, si en la calle no había, allí sí”[34].

No sería posible mantener el suministro de heroína necesario para el consumo diario de miles de personas dentro de las prisiones si no hubiera permisividad. Tal volumen constante de sustancias ilegales debe implicar cierto grado de colaboración y/o pasividad oficial. Pero, ¿cómo atraviesa los muros? Por un lado, están las cantidades necesariamente pequeñas que introducen las y los propios presos al volver de los permisos o a través del vis a vis. Lejos de asumir su responsabilidad en el abundante tráfico de drogas intramuros, las autoridades en un tiempo utilizaban el argumento de las inadecuadas condiciones de las instalaciones en algunas cárceles: como cuando en 1978 dos jóvenes, uno menor de edad, se aficionaron a la heroína dentro de la cárcel y murieron por sobredosis, “porque, desde la calle, es muy fácil lanzar paquetes al interior dado que los muros de [la Modelo barcelonesa] solo tiene ocho metros de altura”[35].

Por otro, están los carceleros corruptos. Muy de vez en cuando salen noticias de algún funcionario implicado. Pero la magnitud real debe ser mucho mayor pues el consumo es diario y mantenido en el tiempo, incluso en las macrocárceles de máxima seguridad. No hay más formas de entrada. No es creíble que no lo conozcan los responsables de las prisiones, desde los funcionarios pasando por los directores hasta la dirección general de instituciones penitenciarias (DGIP). Es lógico concluir que se tolera por parte de las autoridades el uso de sustancias ilícitas[36]. Y ¿por qué se permite? Aquí no hay objetivos geoestratégicos sino biopolíticos: sedar, narcotizar, adormecer, apaciguar a las y los presos que malviven dentro de esos centros de deshumanización, un entorno injusto, opresivo y potencialmente explosivo.

La droga dentro de la prisión cumple varios objetivos. Por un lado, es un sistema alternativo para “fugarse”, al menos, mentalmente para la persona presa drogodependiente, una forma de “robarle días al juez”. También es un elemento de autoafirmación ante la institución y un importante mecanismo de defensa contra la ansiedad. Por otro, se utiliza como amenaza y fuente de posibles sanciones (“un funcionario le dijo al jefe de servicios que yo estaba vendiendo droga y me echaron del destino y me metieron tres semanas de celdas y yo no estaba vendiendo ni consumo drogas”), es un elemento fundamental de tráfico y de estructuración del poder ya que el grupo que controla la droga controla la prisión y toda la compleja red que supone ese sistema social alternativo y, también, se da una utilización instrumental de la droga como elemento para amansar a la población presa y para mantener una cierta “paz social” dentro de la cárcel: “en prisión... solo se potencia la indignidad, incitaciones a los presos a que denuncien a sus compañeros a cambio de retribuciones como permisos, terceros grados, comodidad en el interior y hasta he visto como algunos funcionarios hacen la vista gorda y dejan que esos presos indignos vendan drogas duras. Esto es una realidad como que estoy vivo y puedo citar innumerables casos. Siento asco y repudio a estos seres, que lo permiten, a cambio de esa paz subsocial taleguera”. De hecho el tráfico de sustancias prohibidas es consentido en según qué circunstancias[37] como una técnica más para el control minucioso de los cuerpos y las almas.

Por si quedara alguna duda, las palabras del veterano expreso vallisoletano Pepe Villegas que pasó 25 años tras los barrotes: "En el patio solo hay muertos buscando heroína, muertos buscando su muerte". “Lo poco de reivindicativo que pueda tener algún preso se lo elimina la droga"[38]. “La droga no va a desaparecer nunca de las prisiones, yo lo descubrí dentro, no interesa que desaparezca, porque en una cárcel sin droga, en un espacio tan cerrado e impermeable, los presos empezarían a reivindicar sus derechos. La droga y la masificación en las cárceles van estrechamente unidas”. “Cuando se descubrió lo destructiva que era la droga dura se permitió, porque crea mucha dependencia, y una persona enganchada, yo he estado enganchado al caballo, se pasa las veinticuatro horas del día pensando en cómo conseguir la siguiente dosis”. “Su capacidad de lucha, de reivindicar, de quejarse de lo mal que le tratan, de que no le conceden derechos, queda anulada; la cocaína es otra cosa, lo que deja al preso paseando por los patios de las prisiones como un cadáver al que le dan cuerda por la mañana, pensando solo en cómo va a conseguir un pico, es la heroína”. “Al no evitar la entrada de droga en la prisión, la dinámica del preso es la misma en la cárcel que en la calle. En lugar de ir a la calle del Pez número 7, donde vive fulanito que tiene un caballo de puta madre, vas a la celda número no sé cuántos del módulo no sé qué y fulanito te vende la heroína. Se van a encontrar la misma droga dentro que fuera, y a veces más”. “No, no ha faltado desde que empezó a entrar, solo en momentos muy puntuales [recuerda periodos de desabastecimiento]”. Dejó esta “forma de escapismo” en la única cárcel en la que le han pegado, Herrera de la Mancha, ya que durante un año no pudo tomar caballo. “Pasé un mono para no contarlo, pero cuando salí de allí me dije que nunca más tocaría el caballo, ya estaba libre, había recuperado mi sueño, mis capacidades fisiológicas. Te puedes pegar con alguien más fuerte que tú dos o tres veces, pero a la cuarta tiras la toalla”. "La forma de acabar con la droga en las cárceles es hacer un control exhaustivo sobre las entradas de los permisos y los vis a vis, caerá gente presa, pero si estamos convencidos de que cuando fulano vuelve de permiso, o de que cada vez que mengano sale de un vis a vis, ese módulo está hasta el culo durante una semana, dos y dos son cuatro. Al interno no le tienes ni que cachear"[39].

Un caso de rehabilitación, no deseada por el sistema carcelario, es el de Mari Jose Baños, “habiendo entrado como yonky y salido como persona digna, con ideas revolucionarias”. Entró en la cárcel en 1992 por delitos relacionados con su toxicomanía. En los patios conoció a varias presas políticas y empezó a conocer un mundo nuevo de lucha y compromiso. Dejó de consumir en 1993. Fue amenazada, golpeada, trasladada de prisión en prisión por su amistad con las presas políticas, sufrió un aborto por desatención médica e intentaron utilizar su condición de seropositiva para deteriorar su salud. Una campaña estatal consiguió sacarla a la calle por enfermedad grave. La acogieron en Galiza y siguió aprendiendo. Cuando fue detenida en 2002 en Gasteiz, ya como militante del grapo, denunció haber sido drogada al beber agua: los síntomas fueron terror irracional, vértigos, nausea, temblores por todo el cuerpo, pérdida de memoria y de la noción del tiempo;

Pero las condiciones con las que me habían aplicado el artículo 92 me limitaban todo, seguir avanzando, luchando.... Ese fue uno de los motivos principales que me hicieron plantearme pasar a la clandestinidad. Otro fue darme cuenta que en la calle había algo que no había cambiado con respecto a la cárcel. Allí dentro, las armas del carcelero mayor son sus funcionarios con o sin uniforme, la represión, el aislamiento, el chantaje, las palizas, sus venganzas diarias, la porra, el spray asfixiante, sus esposas y las (sus) drogas. Y allí fuera, era lo mismo, pero a mucho mayor dimensión y escala. Sí, era verdad lo que me decían mis ya además de amigas, camaradas: “La cárcel es el reflejo de la sociedad”. Sí, además lo vi con mis propios ojos. Explotación, represión, inundación de drogas metidas por el Estado, criminalización, el Estado armado hasta los dientes...[40].

Otro testimonio de primera mano y de indudable valor es el del indomable Javi Ávila, exmiembro de la Asociación de Presos en Régimen Especial (APRE) que ha recorrido 34 cárceles del mapa taleguero español. Cuenta cómo los presos morían como moscas a causa del SIDA, o los soltaban cuando estaban prácticamente muertos, su vida no valía nada. Explica cómo la complicidad de los boqueras (carceleros) es esencial en el funcionamiento del tráfico de drogas allí dentro:

En agosto de 1996, llegué a Navalcarnero procedente de Picassent. Me destinaron a la Unidad 3, compuesta por los módulos 5 y 6. El 5 era el considerado de presos más antiguos o “conflictivos”, como ellos se empeñan en calificar. Ya al llegar al módulo, a través de una cristalera, veo a mis compañeros en el patio y en la sala de televisión fumando heroína y cocaína. La foto inicial fue verlos a la mayoría, hasta los más serios, drogándose. Yo no sabía que era fumar y, una vez dentro, viéndoles, les increpé porque creía que estaban quemando y desperdiciando la droga. Al rato, tras abrazar a mogollón de compis que conocía de años, uno de ellos me ofreció vivir con él en su celda. Pero, de repente, me llaman por megafonía. Me presento en la garita y me encuentro con el jefe de servicios que, muy amable él, me dice que recoja mis cosas que ha habido una confusión y que voy para el módulo 6 por orden del director, que este hablará conmigo el lunes, que le ha dicho que me lo diga.

En el módulo 6 empecé a fumar algún chino, aprendiendo a hacerlo, ya que yo, hasta entonces, siempre me había metido la droga por la vena. Tuve que acabar recurriendo a la metadona –que ahí dentro se la dan a cualquiera, aunque no te haga falta, igual te la ofrecen– porque ya estaba con síndrome. Estuve con ella unos cuatro años, hasta que decidí quitarme. El régimen de primer grado es terrible pero el de segundo grado no es menos atroz. Así se sucedían los días: abrían las celdas a las 8:30; a las 9:00 desayunábamos; enseguida, repartían la medicación, benzodiacepinas le daban a la gran mayoría; a las 10:00 estaba el 70% del patio esperando el reparto de metadona, que llegaba sobre las 11:00; a las 12:00 estaba la peña tirada en las aceras del patio con unos pedos tremendos, o dormidos sobre las mesas de la sala de televisión. No olvidemos que una droga potencia la otra, en este caso las pastillas aumentaban el efecto de la metadona, y la gente, aun tomando las que proporciona la cárcel, consumía también todo tipo de drogas ilegales, todo lo que les dieran.

En cuanto a las “ilegales”, heroína, cocaína, hachís, marihuana, ácido lisérgico, mescalina, éxtasis... había de todo. Las que más se consumían, heroína, en primer lugar, y cocaína, en segundo, y porros, desde luego. La droga nunca faltaba, entraba por todos los sitios, de infinitas maneras: por los paquetes seguía pasando, a pesar de los rayos X, tangada en unas zapatillas o en alguna otra cosa; por los permisos; por los “vis a vis”... Algunas veces porque la pasaba alguno para su consumo en pequeñas cantidades, pero casi siempre utilizando los traficantes algún indigente, y a su familia, como “burras”. Un carcelero que estuviera en el ajo, pagaba algo al de comunicaciones, cuando no era él mismo, para que no se cacheara al preso fulanito de tal. A este le daban un poco de droga para su consumo a cambio de que su familia le pasara cantidades importantes. También podía pasar por las comunicaciones “ordinarias”: la dejaban quienes la trajeran en un locutorio de la parte exterior y el guardia de comunicaciones hacía la vista gorda, se llevaba lo que le dieran y dejaba que los presos que iban a limpiar la recogieran y se la llevaran al traficante.

O el carcelero se la cogía, por ejemplo, a la familia, en las comunicaciones, o la traía él mismo de la calle y se la daba al preso. Casi siempre intervenía algún carcelero, porque en un permiso o en un “vis a vis”, empetada, ¿qué cantidad va a entrar? Las cantidades verdaderamente importantes pasan de mano en mano y sin ningún control. Muchos carceleros consumen cannabis, cocaína, e incluso heroína, y con sus sueldos no les llega. Dos o tres mil euros no les vienen mal, aparte de la droga en crudo que los traficantes “les regalan”. Cuando no son ellos mismos los capos. Ver descaradamente algún boqueras que fuera un traficante gordo, verlo, verlo, quizá no. Pero, si venía de guardia Fulanito y no había droga en el módulo, o no tenían los que normalmente tenían, y, de repente, había droga, sin que nadie comunicara, sin que nadie viniese de permiso, era evidente quién la había traído.

Dentro de la cárcel se puede considerar a uno un gran traficante si nunca le falta la droga, si siempre que le vas a comprar una papelina tiene. Un pequeño traficante, a lo mejor, tiene una vez al mes o una vez a la semana, pero algunos tienen todos los días. En un módulo podía haber un individuo que controlara toda la heroína que entraba, y no solamente en un módulo, sino quizás en todo un talego. Si uno tenía droga en cantidad, en cada módulo tenía uno de punto, y lo que hacía era distribuirla entre ellos. Le daba tantos gramos a este, tantos a este y tantos a este, y cuando llegaba el día de cobro, recogía las pelas, les daba lo que fuera y punto. Y lo tenía todo controlado, y llegaba el día de cobro y se llevaba todo el dinero.

Y, si se lleva uno todo el dinero, evidentemente, hace falta al menos un boqueras para blanquearlo. Porque entonces el dinero taleguero eran cartones, que no valen nada en la calle. Y no es legal cambiar una gran cantidad de dinero; si uno cobra cincuenta o sesenta euros a la semana, como máximo, ¿cómo va a cambiarle un guardia, a lo mejor, 5.000 euros? Está claro que porque el guardia se lleva algo ¿no? Por otra parte, cada dos por tres cambiaban los cartones, pero no lo hacían sin que el que manejaba todo el cotarro con algún guardia que se lo traía, los soltara. “Vamos a cambiar los cartones. Trae, ¿cuánto tienes? ¿Dos mil? ¿Tres mil? Trae, que se van a hacer cartones de otra clase, en vez de ser verdes van a ser azules”.

Los traficantes eran gente despreciable a la que solo le importaba el dinero, pero tenían poder y estatus. Todo el mundo consumía droga y al menos un setenta por ciento dependía de los camellos. De manera que muchos eran rastreros con ellos. En comparación con otros tiempos y situaciones, no existían los valores, ni la dignidad ni el amor propio. Muchos se arrastraban también con los carceleros, bajaban las orejas cuando había un boqueras que les interesaba, porque estaban esperando “a ver si viene de guardia Fulanito de Tal o Fulanito de Cual”, porque sabían que iba a haber droga. Y eso deteriora la convivencia, porque te estás dando cuenta de cómo tus propios compañeros, simplemente por poderse meter droga, están permitiendo que los boqueras hagan lo que les dé la gana. Tratan a los carceleros como si fueran sus padres y ellos mismos se infantilizan.

Y luego, la droga crea muchos conflictos, porque, claro, se enganchan y, a lo mejor, hay días que no tienen pelas, que no se han podido buscar la vida para la papelina. Y entonces ya los tienes con un síndrome de abstinencia que les puede llevar, por ejemplo, a engañar a alguien o a intentar hacer cualquier cosa que no deberían hacer, para conseguir droga; o no pagan sus deudas de drogas o economato, y todo eso, quizá, puede generar una pelea, que se apuñalen... Y aunque el guardia sea de los que han metido la droga, interviene igual: “Conflicto entre los internos: este para un módulo, este para el otro, este para aislamiento”. Todo eso empobrece a las personas como tales, porque a ver qué dignidad tiene uno que solo espera al día siguiente para fumarse una papelina y que la sonrisa hipócrita que le regala al carcelero le sirva para pasar por Junta y que le den un permiso.

La fuga no es que no la intentara nadie, es que nadie pensaba siquiera en ella. Sus prioridades eran estas: “Pienso en la papelina que me voy a fumar mañana por la mañana cuando me despierte”; “Pienso en a ver a quién le voy a hacer la pelota, a qué carcelero, a qué educador o a qué trabajadora social le voy a hacer la pelota a ver si informa bien para que me den un permiso”; “Voy a tener cuidado para no enfrentarme a Fulano, porque voy a perder el vis a vis, si no, y no mola, si le debo algo o me debe algo, lo voy a dejar pasar[41].

César Manzanos, doctor en sociología y miembro de la asociación de ayuda a personas presas Salhaketa, aseguró que datos recogidos dentro de las prisiones vascas mostraban que el 75% de la población carcelaria consumía drogas ilegalizadas y que el alto porcentaje de consumo de heroína es un indicador de la alta presencia de la droga en las prisiones:

La prisión no solamente imposibilita que pueda plantearse un tratamiento a los presos drogodependientes, sino que además reproduce y potencia el consumo de droga. La droga funciona como moneda de cambio, y la preocupación de gran parte de los presos gira en torno a ella. Cotidianamente se busca conseguirla y es la motivación fundamental que guía el comportamiento cotidiano en prisión. En este sentido tiene una función latente importante como canalizadora de ansiedades, de inhibidor de conductas conflictivas o de reacciones agresivas ante el encierro, en resumen, funciona como mecanismo de evasión ante una situación permanente de desocupación, de apatía.

Las drogas tienen pues una función regimental, y al igual que en la calle, contribuye a mantener el orden y buen funcionamiento del establecimiento. Pero para que sea así y no genere conflictos ha de estar controlada y en este sentido se reproduce el mismo esquema que en el caso de la persecución policial: dependencia controlada, camellos, confidentes, implicación de funcionarios públicos, etc.[42]

Como afirma el filósofo de derecho penal Alessandro Baratta, la cárcel es una “escuela no solo de criminalidad sino también de adicción a la droga y pluridroguismo”[43]. Así que la cárcel es el escenario idóneo para ejemplarizar la hipocresía y contradicción del sistema represor que castiga a la persona por su relación con las drogas ilegales, confinándola allí donde tiene una gran oferta de ellas y donde existe el mejor ambiente para iniciarse en su consumo. Y donde las relaciones de poder se distribuyen en torno a las drogas, sobre todo las ilegales. Quien posee las drogas ostenta el poder[44].

••••

[1] Panero, Leopoldo María: Heroína y otros poemas, Ediciones Libertarias, 1992, p. 9.

[2] Abott, Jack Henry: In the Belly of the Beast: Letters From Prison, Nueva York, Random House, 1981, en Ávila Navas, Javier: Un resquicio para levantarse: Historia subjetiva del A.P.R.E., Madrid, Editorial Imperdible, 2014, p. 9

[3] Federación española de sociología: La evolución de la población carcelaria en España (1975-2007)

[4] Cantabrana Berrio, Erlantz y Caparrós Casado, Ricardo: Jaulas y drogas: El uso de drogas en las cárceles, Asociación AiLaket, en http://tokata.info/jaulas-y-drogas-el-uso-de-drogas-en-las-carceles/

[5] Gómez Mompart, José Luis: La contra-revolución del “caballo”. La droga “dura” como arma de Estado, El Viejo Topo, núm. 61, octubre de 1981, pp. 38-41.

[6] Usó, Juan Carlos: ¿Nos matan con heroína? Sobre la intoxicación farmacológica como arma de Estado, Libros crudos, Bilbao, 2015, p. 97.

[7] Ibid., p. 100.

[8] Valenzuela, Javier: Crónicas quinquis, Libros del K.O., Madrid, 2013.

[9] Ávila Navas, Javier: Un resquicio para levantarse: Historia subjetiva del A.P.R.E., Madrid, Editorial Imperdible, p. 33.

[10] Blanco, Juan Ignacio: La desaparición de “El Nani”, 19-07-2014, en https://www.youtube.com/watch?v=ET7w4gbUzxo

[12] Cercas, Javier: La heroína produjo en los años de la transición un holocausto, laopinióncoruña.es, 14/12/2012, en http://www.laopinioncoruna.es/contraportada/2012/12/14/heroina-produjo-anos-transicion-holocausto/673840.html

[13] Matar al Nani (1988), dirección: Roberto Bodegas.

[14] Rodríguez Tejada, Sergio: Zonas de libertad: Dictadura franquista y movimiento estudiantil en la Universidad de Valencia, vol. 1 (1939-1965), Universitat de Valencia, p. 70.

[16] La Comisión Ciudadana Anti-SIDA de Vizcaya cree que el 60% de los internos están enfermos de SIDA, Bilbao, nº 32, octubre 1990, p. 7.

[17] Urtiaga, Mikel: Entre 450 y 600 heroinómanos de una media de 31 años de edad han muerto en Navarra en la década de los 90, 05/08/2005, en http://www.unavarra.es/actualidad/berriak?pagina=2&contentId=166955&languageId=100001

[18] Moreno, Patricia y García Castaño, Carlos: Barrio Canino vol. 143 – Todos a la cárcel, en http://barriocanino.blogspot.com.es/2015/01/barrio-canino-vol143-todos-la-carcel.html

[19] Comité de afectados por el virus del SIDA-Prisión de Daroca: Crónica de un genocidio premeditado, Ezztanda, 4. zbkia, 1993ko udazkena.

[20] Pérez Oliva, Milagros: Los presos amotinados en la Modelo de Barcelona, ponen en libertad a sus rehenes tras lograr que se les entregue droga, El País, 14/04/1984.

[21] Carta a mi hermano Raimundo, El País, 16/02/1986, y “El Toto”, vida y muerte de un perdedor, El País, 16/02/1986.

[22] Sánchez Rodríguez, Eleuterio: Cuando resistir es vencer, Córdoba, Ed. Almuzara, 2013.

[23] Nieves, José Manuel: La droga en las cárceles, un negocio organizado por las mafias a través de los presos, ABC, 19/05/84.

[24] Elzo, Javier: La investigación epidemiológica y sociológica de la drogadicción en Euskadi (1978-1986), Libro blanco de las drogodependencias en Euskadi, Servicio Central de Publicaciones del Gobierno vasco, Gasteiz, 1987, p. 293

[25] Cantabrana Berrio, Erlantz y Caparrós Casado, Ricardo: Jaulas y drogas: El uso de drogas en las cárceles, Asociación AiLaket, en http://tokata.info/jaulas-y-drogas-el-uso-de-drogas-en-las-carceles/

[26] Tarrío González, Xoxé: Huye hombre huye: Diario de un preso fies, Buenos Aires, Argentina, Individualidades Anarquistas, 2008, p. 201, y en Virus Editorial, Barcelona, 1997.

[27] GSMP Grupo de trabajo sobre Salud Mental en Prisión: Guía: Atención y tratamientos en prisión por el uso de drogas, OMEditorial, 2012, p. 20.

[28] Valerio, Carlos José: Los privados de libertad y sus derechos frente al vih/sida en EspañaCárcel, drogas y sida. Trabajo social frente al sistema penal, p. 186, en http://www.ikusbide.org/data/documentos/LIBROCAR2000.pdf

[29] Gamella, Juan F.: Drogas y control social: una excursión etnohistórica, cap. 3, 2003, en L. Pantoja y J.A. Abeijón, eds., Drogas, Sociedad y Ley. Avances en drogodependencias. Bilbao: Universidad de Deusto, p. 92.

[30] Romaní, Oriol: Las Drogas: Sueños y razones, Barcelona, Editorial Ariel, 1999, p. 104.

[32] Lorenzo Rubio, César: Cárceles en llamas: El movimiento de presos sociales en la Transición, Barcelona, Virus, 2013, prólogo de Daniel Pont Martín, p. 13.

[33] Pont, Daniel: Sobre la copel, pp. 148-151, en VV.AA.: Por la memoria anticapitalista: Reflexiones sobre la autonomía, 2ª edición, Klinamen, Madrid, 2009.

[34] VV.AA. Pepe Rei, aurrera!: Martorell, Guillermo: Salto del negro: políticos y sociales, Pepe Rei Kultur Elkartea, 2014, p. 294.

[35] Goicoechea Luquín, Gonzalo: Cárcel y droga, Triunfo, 16.12.1978, p. 35.

[36] Cantabrana Berrio, Erlantz y Caparrós Casado, Ricardo: Jaulas y drogas: El uso de drogas en las cárceles, Asociación AiLaket, en http://tokata.info/jaulas-y-drogas-el-uso-de-drogas-en-las-carceles/

[37] Ríos, Julián: Las drogas dentro de prisión: un diagnóstico social, Cárcel, drogas y sida. Trabajo social frente al sistema penal, pp. 148-150, en http://www.ikusbide.org/data/documentos/LIBROCAR2000.pdf

[38] Arteagagoitia, E.: Nanclares: ¿Qué se esconde tras la cárcel más mediática?, Noticias de Gipuzkoa, en http://www.derechopenitenciario.com/comun/fichero.asp?id=2129

[39] Díez, Txus: La cárcel dentro de la cárcel, Noticias de Álava, en http://www.derechopenitenciario.com/noticias/noticia.asp?id=4332

[40] Biografía Mari José Baños Andujar, presa política de los grapo, Comités por un Socorro Rojo Internacional, 27/05/2010, en http://amnistiapresos.blogspot.com.es/2010/05/biografia-mari-jose-banos-andujar-presa.html

[41] Ávila Navas, Javier: Un resquicio para levantarse.

Comentarios 1 Comentario(s)

  • Jose 13 de abril de 2020

    Todo me parece un verdad pura y dura , masque puedo decir que ya se sepa que las cárceles son centros de esterminio,que un pájaro libre les llevé una corona llena de luz y vida a todos aquellos presos en lucha que ya hacen en el cielo como tarrio y Pachi zamoro y aquellos que con sus vidas consiguieron tanto =a copel que descansen en paz y un abrazo libertario con mis mejores deseos para todos y muy fuerte para el portal libertario , asin para Antunez Becerra.????

Descuentos para nuestros lectores y lectoras más fieles
Txalaparta KLUB es un club de lectores y lectoras críticas y comprometidas con la edición independiente. Esta comunidad es el pilar de nuestra editorial, la que nos permite seguir publicando libros y difundiendo ideas. ÚNETE AL KLUB y aprovecha todas sus ventajas.

Artículos relacionados

Emocionante cita con Gioconda Belli en Iruñea

21/05/2018

A un siglo de la Revolución rusa · Emilio Majuelo

23/05/2018