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Diario de Aguirre: notas de un lehendakari que escapaba del fascismo

Inmersos en la interminable tarea de recuperar nuestra memoria y de escribir la historia desde nuestro propio país, hace dos décadas y media abrimos un proyecto en Txalaparta para investigar algunos pasajes de la vida de José Antonio Aguirre que tanta trascendencia tuvieron en la marcha social y política de nuestro país. Encargamos la investigación a Iñaki Egaña, quien, al poco de comenzar la búsqueda de materiales para esta empresa nos anunció la aparición de ciertos documentos inéditos, entre ellos el Diario de Aguirre que se encontraba depositado en un fondo particular de una biblioteca de Washington. Tras hacer las comprobaciones pertinentes y verificar la autenticidad del manuscrito, decidimos su publicación. En el prólogo del libro, que reproducimos a continuación, Egaña explica el contenido del diario del lehendakari y las extrañas circunstancias del hallazgo.

Diario de Aguirre | Prólogo de Iñaki Egaña

Este es el diario que José Antonio Aguirre Lecube, lehendakari del Gobierno vasco durante la guerra civil, escribió desde el 7 de enero de 1941 hasta el 28 de mayo de 1942. Durante 65 años el diario ha permanecido inédito, sin que ninguno de los biógrafos de Aguirre lo hubiera citado siquiera como referencia. Aparentemente, nadie conocía su existencia.

Aguirre tampoco hizo ninguna mención al mismo en los numerosos trabajos que escribió a partir de 1942 hasta su muerte, acaecida en París el 22 de marzo de 1960. Hubo, como marca la regla, una sola excepción. En el libro que Aguirre escribió sobre su odisea en la Europa nazi, De Gernika a Nueva York pasando por Berlín, el lehendakari relata una conversación con el cónsul panameño:

    -Se lo contaré detalladamente, porque para ello no tengo más que leerle mi Diario.

    -¿Diario? -me ha interrumpido el Cónsul con cara de consternación-. Me parece que ese cuadernito va a costarnos un disgusto a los dos. ¿Recuerda el susto que se llevó el Ministro Venezolano cuando lo sacó usted para leerle el texto del telegrama del Ministerio de Relaciones Exteriores de su país? Pues a mi también me da miedo. Guárdelo, o mejor dicho, quémelo.

Aguirre ni lo guardó, ni lo quemó. Siguió puntualmente cada día llenando sus páginas.

La importancia del diario de José Antonio Aguirre está en el propio testimonio del lehendakari. Los 507 días reflejados en este diario son la expresión de una época extrema en su vida. Escapando de los nazis en La Panne (Bélgica), a donde se había desplazado con su familia en plena Segunda Guerra mundial, logró cruzar la frontera alemana. En ese punto comienza el diario. Durante año y medio, Aguirre vivió una terrible odisea que comenzó en soledad. Meses después de su inicio, en Berlín la capital del III Reich, recibió a su esposa Mari Zabala y a sus dos hijos, Aintzane y Joseba, de quienes ya no se separaría, excepto unos días en el Caribe, hasta el fin del trayecto y del diario: Nueva York. Es precisamente en esta ciudad estadounidense en donde Aguirre escribe la mayor parte de su diario, desde el 6 de noviembre de 1941 hasta el 28 de mayo del año siguiente.

Cada página y cada frase reflejan el estado de ánimo del lehendakari que, en la mayoría de las noches a las que dedicaba un espacio para la escritura, no tuvo otro compañero que el cuaderno de notas. Durante 1941 escribió en una agenda francesa con santoral integrado, con trazo apretado y aprovechando todos los recodos del papel. En 1942, en cambio, su pluma se deslizó por una agenda inglesa, áspera y funcional. La necesidad de expresar sus ideas y pensamientos no fue la del año anterior y su letra creció, al igual que el color blanco de las hojas del cuaderno.

Hasta la llegada a Nueva York, Aguirre se refugió en la lectura de autores clásicos y también contemporáneos. El cine, también, fue otra de sus pasiones. En EEUU, por contra, apreció la conversación y los largos paseos con sus compañeros como un placer añadido a su salida de una Europa atenazada por Hitler. En la primera parte de sus notas, asimismo, la incertidumbre de su situación llevó al lehendakari a mostrar un sentimiento religioso exacerbado que reflejaba prácticamente cada noche en sus escritos. Más tarde, sus reflexiones se deslizaron hacia la educación y el crecimiento de sus hijos, así como al recuerdo de sus familiares más cercanos, atrapados aún en Lovaina, y al de sus compañeros en la cárcel o en el exilio.

Durante 1941 Aguirre y su familia viajaron por Alemania, Suecia, Brasil, Argentina, Uruguay, Trinidad y Tobago, Puerto Rico y los Estados Unidos. El 4 de noviembre de 1941, el lehendakari llegaba a Miami (EEUU) primer paso antes de establecer en Nueva York la que sería su residencia hasta 1946, año en que volvió a Europa, ya concluida la Segunda Guerra mundial.

Las vicisitudes del trayecto que le llevó de La Panne a Río de Janeiro (27 de agosto de 1941) fueron reflejadas por el propio Aguirre en el libro De Gernika a Nueva York pasando por Berlín que publicó la editorial Ekin en 1945. Este mismo libro conoció otras dos versiones, ambas inglesas. La primera, de 1944, recibió el título de Escape vía Berlín y fue editado por MacMillan de Nueva York. La segunda, de 1945, fue editada inmediatamente después de concluida la Segunda Guerra mundial en Europa con el título de Freedom was fiesh and blood. Su editor fue Victor Gollancz Ltd. de Londres.  Ambas fueron traducciones literales del texto original que Aguirre había escrito en castellano, realizadas por L.J. Navascues y Nea Colton. Estas ediciones recogieron algunos pasajes del diario. Sin embargo desde la salida de Río de Janeiro hasta la llegada a Nueva York, así como los meses siguientes, lo escrito por Aguirre en su diario permaneció inédito.

La razón de este encubrimiento estuvo en la misma época y en sus avatares políticos. Terminada la guerra mundial, las potencias que emergieron victoriosas del conflicto entraron en una nueva pugna que se conoció con el nombre de guerra fría. Los contactos de Aguirre con el departamento de Estado norteamericano estuvieron matizados por esta circunstancia, lo que supuso que todas las relaciones comenzadas a finales de 1941 y principios de 1942 pasasen a ser clasificadas y ocultadas. Incluso la entrada de Aguirre en EEUU, “como un delincuente que tiene que esconderse” según sus palabras, fue transformada por la historiografía, ocultando los pasajes de Trinidad y Tobago, Puerto Rico y Miami que el lehendakari describe minuciosamente en su diario.

El diario concluye, inesperadamente, el 28 de mayo de 1942. Durante 507 días Aguirre no faltó jamás a su cita, ni en los momentos más complicados de su periplo. Sin embargo, en esa fecha que no era ni redonda ni señalada por algún acontecimiento o aniversario, las tapas de su libro de notas se cerraron definitivamente. El único motivo razonable que explique el fin de sus escritos íntimos está en la propia situación política provocada por los acontecimientos de las semanas anteriores. Después de idas y venidas, el 22 de mayo de 1942 los interlocutores del departamento de Estado norteamericano anunciaban a Aguirre la apertura de una cuenta corriente para sufragar sus gastos “y los de sus amigos”. Seis días después, el lehendakari daba por concluido su diario. Saber si lo fue por iniciativa propia o ajena es imposible conocer, aunque el próximo capítulo nos pueda ofrecer alguna pista.

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El hallazgo del diario

Los originales del diario de Aguirre del 7 de enero de 1941 al 28 de mayo de 1942 se encuentran microfilmados en la Library of Congress de Washington. En la ficha correspondiente aparecen como una donación particular (privada) con la cifra de Archivo 10539 (División de Manuscritos) y el número de control 80051896. Su existencia puede ser localizada y corroborada a través de Internet en la dirección loc.gov.

El diario pertenece a la descripción conocida como “Jesús de Galíndez Collection”, un archivo particular cuya donación a la biblioteca del Congreso es desconocida, lo que da lugar a todo tipo de hipótesis.

Jesús Galíndez nació en Madrid en 1915, de una familia procedente de Amurrio. Cuando estalló la guerra civil fue delegado del PNV en la capital española y asesor de Manuel Irujo, ministro de Justicia del Gobierno republicano. Terminada la contienda fue internado en un campo de concentración francés del que logró escapar. Se instaló en la República Dominicana y desde 1946 trabajaría en la delegación vasca de Nueva York, primero a las órdenes de Anton Irala y luego como jefe de la delegación. El traslado de Galíndez a Nueva York fue decisión del propio Aguirre, quien en su diario le definiría como “uno de nuestros valores para el futuro”.

Desde Nueva York, Galíndez trabajó para los servicios secretos norteamericanos y para el FBI bajo el seudónimo de Rojas y el código de identificación ND-507. Los archivos del FBI, recientemente y parcialmente abiertos para esta época, han permitido confirmar que Galíndez fue un agente muy activo: “La información suministrada por ND-507, unos dieciocho informes mensuales, es de un valor extraordinario, y la misma no es fácil de obtener. En repetidas ocasiones ha demostrado ser un informante certero y de entero crédito”.

El lunes 12 de marzo de 1956, Galíndez fue secuestrado en plena Quinta Avenida de Nueva York. Durante años, investigadores particulares lograron recomponer algunos restos del puzzle de su secuestro. La sospecha más verosímil apuntaba a que agentes dominicanos al servicio del dictador Trujillo, y en complacencia con agentes norteamericanos, secuestraron a Galíndez y después de torturarlo lo dejaron caer desde un avión sobre el Caribe.

Galíndez era profesor en la Universidad de Columbia, dirigida por Nicholas Murray Butler, la misma en la que Aguirre había dado clases a partir del 2 de febrero de 1942. El día de su desaparición, precisamente, el delegado vasco había impartido su última clase en el salón 309 del edificio Hamilton de la Universidad.

Cuando Galíndez desapareció, José Antonio Aguirre se dirigió, desde París, al departamento de Estado norteamericano para salir al paso de algunas informaciones periodísticas y apuntar que el delegado vasco era “un ejemplo de diligencia y honestidad”. Simultáneamente ordenaba a Albert Uriarte, presidente de la Euskal Etxea de Nueva York, que se hiciera cargo del voluminoso archivo de Galíndez. Pero las gestiones de Uriarte no lograron el objetivo. Por un lado, dos agentes del FBI se habían hecho cargo de la investigación, examinando los papeles y el apartamento de Galíndez. Se trataba de Anthony Bouza, de origen gallego, y de Henry Suárez, portorriqueño. Ambos se enfrentaron a la magnitud del archivo. Y, por otro lado, la Oficina de Administración Pública del municipio de Nueva York se había hecho cargo de las propiedades incautadas con motivo del proceso que se abrió a raíz de la desaparición del delegado. Cualquier intento de recuperación del archivo hubiera supuesto la apertura de un largo pleito judicial.

Como consecuencia del fracaso en las gestiones, el 18 de setiembre de 1956, Anton Irala llegaba a Nueva York, enviado por Aguirre con un único objetivo: recuperar el archivo y la documentación que habían desaparecido del apartamento 15F del número 30 de la Quinta Avenida en el que habitaba Galíndez hasta su desaparición. Para continuar las gestiones, Irala delegó sus funciones en Jon Oñatibia que entonces trabajaba en la sección de anuncios de El Diario de Nueva York y que vivía en el apartamento 5K del mismo edificio en el que había residido Galíndez. Días después, Irala volvía a París.

Como resultado de las gestiones, Oñatibia recibió de las autoridades de Nueva York los archivos de Galíndez. Fueron depositados en uno de los pisos de la Asociación Benéfica Española, en la calle Catorce de Manhattan. Pero en el intermedio, entre el desvanecimiento del delegado vasco y la recuperación de los archivos del PNV, numerosos documentos habían desaparecido. Como más tarde se pudo comprobar, al abrirse parte de los archivos clasificados de esa época, tanto la CIA como el FBI habían desviado los documentos más comprometedores para sus intereses.

Cuando Jon Oñatibia volvió a Europa, Albert Uriarte se hizo cargo del archivo de Galíndez trasladándolos a una fábrica de ropas de su propiedad. Después de quemar algunos documentos, el resto lo envió a París, a la sede del Gobierno Vasco en el exilio que dirigía José Antonio Aguirre.

La aparición ahora de parte de los archivos de Galíndez en la Biblioteca del Congreso de Washington, entre cuya documentación se encuentra el diario de Aguirre, no deja de plantear varios interrogantes. Los protagonistas del affaire han desaparecido: Jesús Galíndez murió, al parecer, en 1956; Jon Oñatibia en 1979; José Antonio Aguirre en 1960, Anton Irala en 1996, John Edgar Hoover (director del FBI) en 1972, Allen Dulles (director de la CIA) en 1969... ¿Quién de ellos hizo la donación, si es que fue alguno de ellos, a la Biblioteca del Congreso? ¿O ha sido simplemente la consecuencia de un trámite burocrático por el que, después de cierto tiempo, una información clasificada ha pasado de una institución local o federal a una biblioteca pública?

Otra de las hipótesis sobre el origen del diario de Aguirre ha sido la de la biblioteca y archivo de la Universidad de Yale. Hubiera sido la más lógica puesto que durante la Segunda Guerra mundial se constituyó en fondo de los servicios secretos norteamericanos, en especial de la OSS (Office of Strategic Services) dirigida por Bill Donovan con quien Aguirre mantuvo contacto. Así, la biblioteca de Yale se transformó, desde mediados de 1942, en un exhaustivo fondo de recortes de prensa, documentos, cartas, etc. relacionados con la guerra. Y el diario de Aguirre era un testimonio directo de la estancia del lehendakari en 1941 en Berlín y Hamburgo, centros neurálgicos de la Alemania nazi. Las donaciones a este archivo, del que Thomas Mendenhall ejercía de tutor, eran “anónimas”, siendo remuneradas posteriormente por la OSS. Pero el diario de Aguirre no está en los depósitos de Yale.

La apertura de ciertos archivos, en concreto de la CIA y del FBI, con respecto a la época, tampoco aporta indicios al respecto. Si con relación a Galíndez los jueces que previamente deben decidir si la información es “desclasificable” no han puesto impedimentos, no ocurre lo mismo en relación a Aguirre. A pesar de que personajes como John F. Kennedy, presidente de EEUU muerto en 1963, han recibido permiso judicial para ser investigados en los archivos de las instituciones dependientes del departamento de Estado, no ha ocurrido lo mismo con un contemporáneo suyo: José Antonio Aguirre.

El último en intentarlo fue el abogado norteamericano John Fifzgibon, vecino de Mariland, quien solicitó permiso judicial para investigar los fondos del FBI con relación a Galíndez y a Aguirre. Del primero los jueces no opusieron trabas para su investigación. Del lehendakari, aún en nuestros días, había poderosas razones de estado para considerar que la información del FBI debía permanecer clasificada y, por tanto, su acceso negado a la investigación.

La única pista que dejaron los archivos del FBI en relación a la pista de documentos de Aguirre es la carta holográfica, en inglés, que Galíndez entregó el 5 de octubre de 1952 “To the Police”. En ella, el delegado vasco señalaba que, en caso de que le sucediera algo, los agresores serían “agentes del consulado dominicano”. En el punto segundo de su “testamento”, Galíndez pedía fueran enviados todos sus archivos políticos y documentos al “president of the Basque governement presently residing in Paris”, sin citar el nombre de Aguirre. Como ejecutores de su deseo dejaba a Peter Aguirre y a Patxi Abrisqueta.

El primero era hijo de Valentín Aguirre, natural de Sollube que llegó a Nueva York en 1895 y era dueño del famoso restaurante Jai Alai, el hotel Santa Lucía y la agencia de viajes Valentin´s Travel. Según el FBI, Peter Aguirre jamás informó a Abrisqueta de la voluntad de Galíndez, que se enteró de ella a la muerte del delegado. Patxi Abrisqueta que trasladó definitivamente su residencia de Washington a Bogotá (Colombia) poco antes de la muerte de Galíndez, logró condensar la mayor biblioteca de tema vasco fuera de los límites de Euskal Herria. A la muerte de Abrisqueta su legado fue repartido en tres fondos: la biblioteca de la UPV, la biblioteca de la Universidad de Deustu y el fondo de los Benedictinos en Lazkao. En ninguna de estas donaciones hay rastro alguno del diario de Aguirre.

En los prolegómenos del diario

El 8 de mayo de 1940 Aguirre salía de París en dirección a La Panne, una localidad belga costera a quince kilómetros de Dunkerque y a tres de la frontera francesa, con el fin de que parte de su familia, que residía en Bruselas, viese a sus dos hijos, Aintzane y Joseba. En la madrugada del 10 de mayo la aviación alemana bombardeaba los depósitos de gasolina de Dunkerque. Unas horas después, las tropas francesas, en retirada, cruzaban la frontera belga. Se trataba de la ofensiva nazi sobre Francia y Bélgica que había cogido por sorpresa a toda la clase política europea.

Atrapados por la guerra, una semana después de iniciarse los combates, la familia Aguirre-Zabala, junto a varias decenas de acompañantes, intentó alcanzar a pie la frontera francesa. Sin embargo, todas las tentativas fueron inútiles. El grupo de vascos, junto a varios miles de desplazados, fueron internados en un campo alambrado, en Dry Dunnes, custodiado por legionarios senegaleses.

El 22 de mayo, el grupo pudo salir del encierro, dirigiéndose a Dunkerque. Durmiendo a la intemperie en casas derruidas por las bombas, el medio centenar de vascos pasó varios días deambulando hasta que llegó a Bergues. Y, nuevamente, ante la desolación y el caos, volvieron a La Panne con la esperanza de encontrar alguna embarcación que les trasladase a Inglaterra. No fue una buena elección. En la localidad belga los alemanes bombardeaban con intensidad las bolsas de soldados ingleses y franceses que se retiraban. Y una de estas bombas alcanzó al grupo del lehendakari, matando a Cesáreo Asporosa y a Encarna, la hermana de Aguirre.

En esta situación, y ante la posibilidad de que la Gestapo le localizase en cuanto las circunstancias se aligerasen un poco, Aguirre optó por abandonar el escenario. En compañía del padre jesuita Luis Chalbaud Errazquin, que formaba parte de la expedición vasca, y de un matrimonio catalán, el primero de junio de 1940 el lehendakari abandonaba en automóvil su refugio en dirección a Bruselas, llegando a la capital belga sin contratiempos.

En Bruselas, Chalbaud y Aguirre se refugiaron en el Convento de San Francisco Javier. Mientras tanto, el 13 de junio las tropas alemanas entraban en París y el 22 del mismo mes capitulaba Francia. Con esta perspectiva y la vuelta a París ya desechada, Aguirre se dirigió en tren, junto al padre Chalbaud, a Amberes para alojarse en casa de Cesáreo Asporosa, habitada por la hermana de la víctima del bombardeo. En la localidad flamenca, en donde había habido una delegación del Gobierno vasco, el lehendakari se puso en contacto con Germán Guardia Jaén, cónsul de Panamá. Aguirre ya conocía Amberes, de una estancia a comienzos de 1939 por invitación de su Cámara de Comercio. Mientras, su familia y el resto de la expedición vasca se estableció en Lovaina.

En unos días, el cónsul panameño logró una nueva identidad para Aguirre, la del ciudadano centroamericano José Andrés Alvarez Lastra. Con la nueva documentación, el lehendakari se alojó como inquilino en casa de madame Tirlemont, en donde permaneció hasta el 6 de enero de 1941, en que viajó a Hamburgo y dio comienzo a su diario.

En los seis meses que Aguirre permaneció oculto en Amberes, con la excepción de un viaje relámpago que realizó a Lovaina por navidades para visitar a su familia, tanto la Gestapo como diversos agentes franquistas, estuvieron tras su pista. La sede del Gobierno vasco en París fue asaltada por la Gestapo con el resultado de que una incipiente red de espionaje del PNV quedó al descubierto, siendo fusilado su responsable, el gasteiztarra Luis Alava. Tres agentes franquistas -Pedro Urraca, Antonio Fernández y Juan Macías- viajaron a la capital francesa con la intención de localizar el escondite de Aguirre.

El paradero del lehendakari permaneció en secreto, pero otras figuras de la República cayeron en manos de la Gestapo. Fueron los casos del diputado socialista Julián Zugazagoitia Mendieta, con quien Aguirre mantenía una estrecha relación, y del presidente de la Generalitat catalana Lluís Companys, que, detenidos en Francia, fueron entregados a la policía española y fusilados en Madrid.

Ante este estado de cosas, a finales de 1940 José Antonio Aguirre, ya con pasaporte panameño, decidía viajar a Alemania en compañía de Germán Guardia. El cónsul panameño había comentado a Aguirre: “La tierra se le está haciendo caliente y hay que buscarle una solución”.

Iñaki Egaña, en el prólogo del libro

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