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Bárbara Balzerani: «He aprendido más de lo que leía en la cara de mi madre, que de lo que había estudiado en los textos marxistas»

Este libro nace de la necesidad de expresar el dolor por una pérdida, del deseo de hablar en primera persona para contar, a través de una narración particular, las gestas de muchos y muchas compañeras de las Brigadas Rojas. Militantes a los que el Estado les impuso su victoria y su relato. Bárbara Balzerani narra, con una mirada profunda y cercana, las vivencias colectivas de esos supervivientes que llevan sobre sus hombros el cansancio de una batalla desigual. 

Compañera luna se publicó en Italia en 1998, es el primero de los cinco libros que has escrito hasta ahora. ¿Cómo nació? ¿Por qué?

Compañera luna nace por la necesidad de expresar el dolor por una pérdida. Digamos que surgió como un desbordante río la primera vez que salí de la cárcel. Nada de lo que veía y escuchaba se correspondía con el mundo de relaciones y luchas que había vivido a partir del 68 y que había cambiado el país. La narración oficial me daba una imagen distorsionada del «gran error», que era necesario enterrar rápidamente y cancelar su memoria. Los años de cárcel habían parado el tiempo y no tenía en mi cuerpo ningún antídoto contra el veneno del relato del poder que había sido inyectado gota a gota en las venas de quienes habían seguido viviendo «en libertad». Sin defensas, empecé a caminar por aquellas calles de mi ciudad buscando los lugares de la política que amaba y que me correspondían. Y no los encontré. Ya no existían. Destrozados por un enemigo que, además de la victoria, había pretendido imponer sus miserables razones, pidiendo a todos los que habían querido «hacer la revolución» una clara toma de distancia de un pensamiento y una práctica política. Ya no se correspondían mi experiencia de vida y la mala «película» a la que me tocaba asistir. La palabra se había convertido en ruido, la comunicación social se había interrumpido y la versión de los hechos era mortalmente unilateral.

Escribir ha supuesto narrar un viaje de vuelta que ha querido distanciarse de un presente que no se puede entender si no lo colocamos en el interior de una historia más larga, anterior a nosotros y que nos sobrevivirá. Y me encontré lanzando mis preguntas sin voz a la luna…

Con tu refinada escritura, propones un original estilo literario para hacer memoria, no se trata de una autobiografía clásica, ni de un ensayo histórico-político sobre la experiencia de la lucha armada en Italia...

Lo que he intentado ha sido ofrecer mi experiencia personal a quien pudiese estar interesado en hacerse preguntas más que en tener todas las respuestas. Sobre todo, ante la mentira dominante convertida en sentido común, lo que no me interesaba era analizar las causas, los efectos, los cómo ni los porqué, ni buscar justificaciones frente a la imperdonable acusación de haber desnudado a un rey destronado. Buscaba comunicar, compartir con los demás y… consuelo. Era consciente de que me encontraría con el rechazo del mundo literario que, como fiel cortesano, ha delimitado los estrictos márgenes en los que puede aventurarse quien, como yo, no tiene derecho a la palabra.

Decidí hablar en primera persona para poder contar, a través de mi historia personal, la de muchos y muchas compañeras de lucha a los que se representa como figuras huecas, marionetas colgadas de hilos o alienígenas venidos vete a saber de dónde. Quería ofrecer el recorrido completo de mi vida y no a trozos desconectados y colocados dentro de paréntesis sueltos. Quería contar cómo había vivido la fatiga de volver a elaborar mis decisiones. No buscaba disculpas sino respuestas a las preguntas que aquellos acontecimientos han dejado abiertas.

He podido hacerlo porque coincidía con mi necesidad profunda de dar un sentido a un pedazo de la historia de este país, reducido a una crónica privada de fundamentos sociales y a una condena en un sentido único. Ahora que he publicado cinco libros, creo que ya he superado este problema. Y han sido mis lectores los que me han ayudado a hacerlo. Gracias a mis libros, me he dado cuenta de que no soy la única que se hace ciertas preguntas y siente la incomodidad de un relato que no coincide con las vivencias personales. Una incomodidad que se hace aún mayor frente a una versión de los hechos que va más allá de la «historia escrita por los vencedores» y ha acabado pareciéndose a una paz social lograda con el miedo y la mentira. Estoy contenta de no haber elegido el camino de la memoria más o menos tranquilizadora. Y he recibido el premio literario que más puede desear una escritora: que una lectora te diga «gracias por haberme recordado quién soy».

En tu narración no hay contraposición entre el plano personal y el colectivo. ¿Qué contestarías a los que hoy definen esta postura como «integralismo»?

Utilizo las historias que conozco, vividas en primera persona o transmitidas, para que los rasgos de las vidas concretas no sean anulados en una masa sin rostro ni identidad, como hace la historia oficial. Mi mirada se dirige a las historias colectivas, de los que casi nunca tienen poder en las grandes decisiones, de quienes sufren la historia, pero siguen llevando sobre sus hombros el cansancio de su acontecer. Quiero decir que, por ejemplo, acerca de la alienación del trabajo en la fábrica he aprendido más de lo que leía en la cara de mi madre, que de lo que había estudiado en los textos marxistas.

Un poeta vasco ha escrito: «No me quitéis la culpa, ni mi culpa ni esa vieja culpa de nuestro pueblo. Porque sin culpa no tengo nada, es como si no hubiera hecho nada». ¿Qué te parece?

No sabría decirlo mejor. No hay ningún mérito en sentirse inocentes por haberse quedado sin hacer nada.

Roberta Gozzi, traductora del libro.

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