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Arbeloa, Del Burgo y Aizpún: biografías del navarrerismo

Dicen que un escritor no es nada sin sus obsesiones, y esa es la razón que nos ha llevado a pedir a Jose Mari Esparza, Floren Aoiz y Patxi Zabaleta sendas panorámicas sobre la vida política de Víctor Manuel Arbeloa, Jaime Ignacio del Burgo y Jesús Aizpún, figuras señeras todas ellas del régimen clientelar sobre el que han pivotado los resortes del poder en Navarra. 

Jaime Ignacio del Burgo: el retorno de lo reprimido

Jaime Ignacio del Burgo estaría encantado de que lo presentáramos como el maquiavélico tipo archiodiado por el abertzalismo, el gran defensor de la Navarra foral y española que condensa nuestras fobias. Esto es, que ensancháramos su ego un poco más, si es que eso es posible.

No es eso precisamente lo que hago en mi semblanza crítica del personaje. Ha sido importante en nuestra historia reciente, claro, pero no tanto como él pretende, y donde él quiere vender inteligencia y firmeza hay sobre todo mediocridad, ventajismo y oportunismo.

A fin de cuentas, los suyos han tenido que apartarlo de la primera fila y no una, sino varias veces. Entre ellas, y de manera estrepitosa, cuando dirigía la Diputación foral y fue acusado de un escándalo de corrupción del que lograría salir airoso en términos judiciales, aunque no políticos. Que no espere por tanto que lo juzguemos más benévolamente que sus propios compañeros de filas. No tenemos la menor intención de salvar su biografía tomándolo más en serio de lo que corresponde.

De hecho, mi lectura de Jaime Ignacio del Burgo está escrita a mala leche, en la acepción del término que tiene que ver más con el humor mordaz que con la ira o el odio. En ese sentido confieso que no he podido resistirme a la tentación de enfangarme en los berenjenales del psicoanálisis amateur y lanzar una mirada a los Del Burgo desde el «retorno de lo reprimido», interpretando su obsesión antivasca como una desesperada manera de huir de su propio pasado, que es el pasado de una derecha que fue más vasquista que nadie y que tantas veces sobreactúa para ocultarnos sus orígenes.

Floren Aoiz

Jesús Aizpún: contradicción, vehemencia y visceralidad

No pretendo desarrollar una biografía, ni tampoco un trabajo de historia, sino analizar lo que defendió y lo que hizo Jesús Aizpún, durante el tiempo que se dedicó a la política, como ocasión para analizar y desmenuzar el navarrismo, el foralismo y la oposición –muchas veces irracional– al nacionalismo, a la democracia y a la modernización.

Lo que Aizpún defendía no está en sus artículos de prensa de los últimos 21 años, tampoco en las pocas conferencias que pronunció, en sus escasas intervenciones en las instituciones o ante la prensa. Tales manifestaciones no constituyen un «cuerpo de doctrina», ni tampoco hay coherencia entre ellas en muchas ocasiones. Mucha menos coherencia se encuentra entre lo que defendía vehementemente en un momento dado y lo que hizo luego en la práctica. Han escrito algunos de sus allegados que a Aizpún le gustaba decir que «su legado es UPN». Es posible que pronunciase tal frase alguna vez, pero podría haber dicho también lo contrario en otro momento dada la relación de amor y de odio que mantuvo incluso con su propio partido.

Incurrió en profundas contradicciones pero defendiendo siempre sus postulados con vehemencia, visceralidad y exceso retórico. Así, por ejemplo, fue favorable a la inalterabilidad de la Ley Paccionada, igual que lo hacía Amadeo Marco, y luego ambos intervinieron en su desmontaje. Defendió con énfasis la necesidad de un referéndum y luego hizo bandera de su oposición a la dichosa Disposición Transitoria Cuarta de la Constitución. Se posicionó contra la misma y pidió el voto NO en el referéndum de su aprobación y luego se convirtió en el más ultraconstitucionalista. Se posicionó enconadamente contra cualquier diálogo y negociación política, por la paz y el fin de la lucha armada pero él mismo había protagonizado –de forma completamente comprensible- una negociación con ETA para la liberación de su cuñado secuestrado Felipe Huarte.

Patxi Zabaleta

Víctor Manuel Arbeloa: en busca del requeté perdido

A comienzos de los años 80, el Partido Socialista de Euskadi en Navarra decidió un cambio que iba a marcar la historia del antiguo territorio vascón: la separación institucional con el resto de Euskal Herria. Y si hay alguien que puede presumir, y presume, de haber sido clave para ello, es Víctor Manuel Arbeloa. Nadie en el PSOE tenía la edad, la autoridad, la formación y los conocimientos de la Historia contemporánea de Navarra, para convencer a unas docenas de cuadros, la gran mayoría bisoños, apenas significados en la lucha política, que habían salido como caracoles tras la tormenta franquista y que se pusieron a disfrutar la pascua democrática sin haber sufrido pasión alguna. Nadie tenía como él, tras su barniz progresista, unas convicciones primarias, clericales y reaccionarias, que tiraban de él más que las coyunturas izquierdistas de aquellos años juveniles, y que acabaron arrastrándolo al majadal del Diario de Navarra y al pasto de la derecha.

Ni su truncada trayectoria de clérigo, ni su vocación literaria nos interesan a la hora de abordar estas páginas. Es su quehacer político lo único relevante de su biografía y la importancia que tuvo para nuestro devenir colectivo.

Quien se tiene a sí mismo por persona de apostolado, trayectoria humanística, recto proceder y firme formación intelectual, no debe ser señalado ante la Historia como advenedizo, judas político o títere de coyunturas. De ahí que todos sus esfuerzos posteriores los haya dedicado a justificar «aquello», intentando vestir, con un ropaje de decencia y coherencia, el guiñol sin pies ni cabeza que los titiriteros de la Transición impusieron en Navarra. Y en ello sigue con la tenacidad de un requeté.

Jose Mari Esparza

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